CATEQUESIS DEL PAPA: OBEDECER A DIOS ANTES QUE A LOS HOMBRES (28/08/2019)

Pedirle al Espíritu Santo la fuerza de no asustarnos frente a quien nos manda callar, nos calumnia e incluso atenta contra nuestra vida; pedirle que nos fortalezca interiormente para estar seguros de la presencia amorosa y consoladora del Señor a nuestro lado: fue la recomendación del Papa Francisco en su catequesis este 28 de agosto, dedicada a los Hechos de los Apóstoles. La figura de Pedro, que lleno del Espíritu del Señor pasa entre los enfermos caminando, y sin que él haga nada, su sombra se convierte en caricia sanadora “efusión de la ternura del Resucitado”, fue el tema a partir del cual el Santo Padre desarrolló su reflexión. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La comunidad eclesial descrita en el Libro de los Hechos de los Apóstoles vive de tanta riqueza que el Señor pone a su disposición – ¡el Señor es generoso! –, experimenta el crecimiento numérico y un gran entusiasmo, a pesar de los ataques externos. Para mostrarnos esta vitalidad, Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, señala también lugares significativos, por ejemplo el pórtico de Salomón (cf. Hch 5, 12), lugar de encuentro de los creyentes. El pórtico (stoà) es una galería abierta que sirve como refugio, pero también como lugar de encuentro y de testimonio. Lucas, de hecho, insiste en los signos y en los prodigios que acompañan a la palabra de los Apóstoles y en el especial cuidado de los enfermos a los que se dedican.

En el capítulo 5 de los Hechos la Iglesia naciente se muestra como un “hospital de campo” que acoge a las personas más débiles, es decir a los enfermos. Su sufrimiento atrae a los Apóstoles, que no poseen «ni plata ni oro» (Hch 3,6) – así dice Pedro al lisiado – pero son fuertes en el nombre de Jesús. A sus ojos, como a los ojos de los cristianos de todo tiempo, los enfermos son destinatarios privilegiados del feliz anuncio del Reino, son hermanos en los que Cristo está presente de manera particular, para dejarse buscar y encontrar por todos nosotros (cf. Mt 25, 36.40). Los enfermos son privilegiados para la Iglesia, para el corazón sacerdotal, para todos los fieles. No hay que descartarlos, al contrario, hay que curarlos, cuidarlos: Son objeto de la preocupación cristiana.

Entre los apóstoles emerge Pedro, que tiene preeminencia en el grupo apostólico debido al primado (cf. Mt 16, 18) y de la misión recibida del Resucitado (cf. Jn 21, 15-17). Es él quien da inicio a la predicación del kerygma el día de Pentecostés (cf. Hch 2, 14-41) y quien en el Concilio de Jerusalén desempeñará una función directiva (cf. Hch 15 y Gál 2, 1-10).

Pedro se acerca a las camillas y pasa entre los enfermos, como lo hizo Jesús, tomando sobre sí las enfermedades y dolencias (cf. Mt 8, 17; Is 53, 4). Y Pedro, el pescador de Galilea, pasa, pero deja que sea Otro quien se manifieste: ¡que sea el Cristo vivo y actuante! El testigo, de hecho, es aquel que manifiesta a Cristo, ya sea con la palabra o con la presencia corporal, que le permite relacionarse y ser prolongación del Verbo hecho carne en la historia.

Pedro es aquel que hace las obras del Maestro (cf. Jn 14, 12): mirándolo con fe, se ve a Cristo mismo. Colmado del Espíritu de su Señor, Pedro pasa y, sin que él haga nada, su sombra se convierte en “caricia”, sanadora, comunicación de salud, efusión de la ternura del Resucitado que se inclina sobre los enfermos y restituye vida, salvación, dignidad. De tal modo, Dios manifiesta su proximidad y hace de las llagas de sus hijos «el lugar teológico de su ternura» (Meditación matutina, Santa Marta, 14/12/2017). En las llagas de los enfermos, en las enfermedades que impiden avanzar en la vida, está siempre la presencia de Jesús, la llaga de Jesús. Está Jesús que llama a cada uno de nosotros a cuidarlos, a apoyarlos, a sanarlos.

La acción sanadora de Pedro suscita el odio y la envidia, de los saduceos, que encarcelan a los apóstoles y, conmocionados por su misteriosa liberación, les prohíben enseñar. Esta gente veía los milagros que hacían los apóstoles no por magia, sino en nombre de Jesús; pero no querían aceptarlo y los metieron en la cárcel, los golpean. Después fueron liberados milagrosamente, pero el corazón de los saduceos era tan duro que no querían creer lo que veían. Pedro entonces responde ofreciendo una clave de la vida cristiana: «Obedecer a Dios en lugar de a los hombres» (Hch 5, 29), porque ellos – los saduceos –decían: “No deben seguir adelante con estas cosas, no deben curar” – “Yo obedezco a Dios antes que a los hombres”: es la gran respuesta cristiana. Esto significa escuchar a Dios sin reservas, sin demoras, sin cálculos; adherirse a Él para ser capaces de hacer una alianza con Él y con aquellos que encontramos en nuestro camino.

Pidamos también nosotros al Espíritu Santo la fuerza para no asustarnos frente a aquellos que nos mandan callar, nos calumnian e incluso atentan contra nuestra vida. Pidámosle que nos fortalezca interiormente para estar seguros de la presencia amorosa y consoladora del Señor a nuestro lado.

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