LA EUCARISTÍA NOS TRANSMITE LA MENTALIDAD DE DIOS: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA POR LA SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI (23/06/2019)

En la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo que se celebra este 23 de junio en Italia y otros países, el Santo Padre Francisco presidió la Misa en la explanada de la Parroquia de Santa María Consoladora en el barrio Romano de Casal Bertone, y después guió la procesión por las calles de la zona. La Eucaristía nos lleva a entregarnos a los demás y es antídoto contra la indiferencia, afirmó el Papa. Decir y dar fueron los dos verbos sencillos de los que partió la homilía del Papa Francisco. El Papa llamó a cada uno a arriesgar lo poco que tiene “que es mucho a los ojos de Jesús”, con la conciencia de que no estamos solos sino que contamos con “la Eucaristía, el Pan del camino, el Pan de Jesús”. Reproducimos a continuación, el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

La Palabra de Dios nos ayuda hoy a redescubrir dos verbos sencillos, dos verbos esenciales para la vida de cada día: decir y dar.

Decir. Melquisedec, en la primera lectura, dice: «Bendito sea Abraham por Dios altísimo, y bendito sea el Dios altísimo» (Gn 14,19-20). El decir de Melquisedec es bendecir. Bendice a Abraham, en quien serán benditas todas las familias de la tierra (cf. Gn 12, 3; Gal 3, 8). Todo parte de la bendición: las palabras de bien generan una historia de bien. Lo mismo ocurre en el Evangelio: antes de multiplicar los panes, Jesús los bendice: «tomó los cinco panes, levantó los ojos al cielo, recitó sobre ellos la bendición, los partió y los daba a los discípulos» (Lc 9, 16). La bendición hace de cinco panes el alimento para una multitud: hace surgir una cascada de bien.

¿Por qué bendecir hace bien? Porque es transformar la palabra en don. Cuando se bendice, no se hace algo para sí, sino para los demás. Bendecir no es decir bellas palabras, no es usar palabras de circunstancia: no, es decir bien, decir con amor. Así lo hizo Melquisedec, diciendo bien espontáneamente de Abraham, sin que éste hubiese dicho o hecho algo por Él. Así lo hizo Jesús, mostrando el significado de la bendición con la distribución gratuita de los panes. Cuántas veces también nosotros hemos sido bendecidos, en la iglesia o en nuestras casas, cuántas veces hemos recibido palabras que nos han hecho bien, o un signo de la cruz en la frente… Hemos sido bendecidos el día del Bautismo, y al final de cada Misa somos bendecidos. La Eucaristía es una escuela de bendición. Dios dice bien de nosotros, sus hijos amados, y así nos anima a ir adelante. Y nosotros bendecimos a Dios en nuestras asambleas (cf. Sal 68, 27), reencontrando el gusto de la alabanza, que libera y cura el corazón. Venimos a Misa con la certeza de ser bendecidos por el Señor, y salimos para bendecir a nuestra vez, para ser canales de bien en el mundo.

También para nosotros: es importante que nosotros los Pastores nos recordemos de bendecir al pueblo de Dios. Queridos sacerdotes, no tengan miedo de bendecir, bendecir al pueblo de Dios; queridos sacerdotes, avancen con la bendición: el Señor desea decir bien de su pueblo, esta contento de hacer sentir su afecto por nosotros. Y sólo bendecidos podemos bendecir a los demás con la misma unción de amor. Es triste en cambio ver con cuanta facilidad hoy se hace lo contrario: se maldice, se desprecia, se insulta. Presos de tanto frenesí, no aguantamos y se desfoga rabia sobre todo y todos. A menudo desafortunadamente quien grita más y más fuerte, quien está más enojado parece tener razón y adquirir consenso. No nos dejemos contagiar por la arrogancia, no nos dejemos invadir por la amargura, nosotros que comemos el Pan que trae en sí toda dulzura. El pueblo de Dios ama la alabanza, no vive de lamentos; está hecho para las bendiciones, no para las lamentaciones. Frente a la Eucaristía, a Jesús hecho Pan, este Pan humilde que reúne el todo de la Iglesia, aprendemos a bendecir lo que tenemos, a alabar a Dios, a bendecir y a no maldecir nuestro pasado, a dar palabras buenas a los demás.

El segundo verbo es dar. Al “decir” sigue el “dar”, como para Abraham que, bendecido por Melquisedec, «le dio la décima parte de todo» (Gn 14, 20). Como para Jesús que, después de haber recitado la bendición, daba el pan para que fuera distribuido, revelándose así el significado más bello: el pan no es sólo producto de consumo, es medio para compartir. De hecho, sorprendentemente, en el relato de la multiplicación de los panes no se habla de multiplicar. Al contrario, los verbos utilizados son “partir, dar, distribuir” (cf. Lc 9, 16). En suma, no se subraya la multiplicación, sino el com-partir. Es importante: Jesús no hace una magia, no transforma los cinco panes en cinco mil para después decir: “Ahora distribúyanlos”. No. Jesús ora, bendice esos cinco panes y comienza a partirlos, confiando en el Padre. Y esos cinco panes no se acaban. Esto no es magia, es confianza en Dios y en su providencia.

En el mundo siempre se busca aumentar las ganancias, hacer crecer lo facturado… Sí, ¿pero cuál es el fin? ¿Es el dar o el tener? ¿El compartir o el acumular? La “economía” del Evangelio multiplica compartiendo, nutre distribuyendo, no satisface la voracidad de pocos, sino da vida al mundo (cf. Jn 6, 33). No tener, sino dar es el verbo de Jesús.

Es perentoria la petición que Él hace a los discípulos: «Ustedes mismos denles de comer» (Lc 9,13). Intentemos imaginar los razonamientos que habrán hecho los discípulos: “No tenemos panes para nosotros y debemos pensar en los demás. ¿Por qué debemos darles de comer, si han venido a escuchar a nuestro Maestro? Si no trajeron de comer, que regresen a casa, es un problema suyo, o entonces nos den dinero y lo compramos”. No son razonamientos equivocados, pero no son los de Jesús, que no escucha razones: ustedes mismos denles de comer. Lo que tenemos da fruto si lo damos – esto quiere decir Jesús –; y no importa que sea poco o mucho. El Señor hace grandes cosas con nuestro poco, como con los cinco panes. El no hace prodigios con acciones espectaculares, no tiene la varita mágica, sino actúa con las pequeñas cosas. La Eucaristía nos lo enseña: ahí está Dios dentro de un pedacito de pan. Sencillo, esencial, Pan partido y compartido, la Eucaristía que recibimos nos transmite la mentalidad de Dios. Y nos lleva a dar nosotros mismos a los demás el antídoto contra el “no me gusta, no me corresponde”, contra el “no tengo tiempo, no puedo, no es mi problema”. Contra el mirar hacia otro lado.

En nuestra ciudad hambrienta de amor y de cuidado, que sufre degradación y abandono, frente a tantos ancianos solos, a familias en dificultad, a jóvenes que luchan para ganarse el pan y alimentar los sueños, el Señor te dice: “Tú mismo dales de comer”. Y tu puedes responder: “Tengo poco, no soy capaz de estas cosas”. No es verdad, tu poco es mucho a los ojos de Jesús si no lo mantienes para ti, si lo pones en juego. También tú, ponte en juego. Y no estás solo: tienes la Eucaristía, el Pan del camino, el Pan de Jesús. También esta tarde seremos nutridos por su Cuerpo entregado. Si lo acogemos con el corazón, este Pan dará rienda suelta en nosotros la fuerza del amor: nos sentiremos bendecidos y amados, y podremos bendecir y amar, comenzando desde aquí, a nuestra ciudad, desde las calles que esta tarde recorreremos. El Señor viene por nuestras calles para decir-bien, decir bien de nosotros y para darnos valor, darnos valor. Nos pide también a nosotros ser bendición y don.

Comentarios