CATEQUESIS DEL PAPA: LA COMUNIÓN VENCE A LAS DIVISIONES (12/06/2019)

En una Plaza de San Pedro acariciada en las primeras horas de la mañana de este 12 de junio por el sol primaveral, el Papa Francisco continuó con su nuevo ciclo de catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles, interrumpido la semana pasada por su catequesis sobre su reciente viaje apostólico en Rumania. Redescubrir la belleza de dar testimonio del Resucitado y dejar atrás las actitudes autorreferenciales, renunciando a retener los dones de Dios y no cediendo a la mediocridad: esta fue la indicación del Papa Francisco en su segunda catequesis basada esta vez en el Capítulo 1 de los Hechos de los Apóstoles. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Comenzamos un itinerario catequético que seguirá el “viaje”: el viaje del Evangelio narrado en el libro de los Hechos de los Apóstoles, porque este libro hace ver ciertamente el viaje del Evangelio, cómo el Evangelio ha ido más allá, más allá, más allá… Todo inicia en la Resurrección de Cristo. Esta, de hecho, no es un evento entre otros, sino que es la fuente de la vida nueva. Los discípulos lo saben y – obedientes al mandato de Jesús – permanecen unidos, concordes y perseverantes en la oración. Se apretujan en torno a María, la Madre, y se preparan para recibir el poder de Dios no de manera pasiva, sino consolidando la comunión entre ellos.

Esa primera comunidad estaba formada por 120 hermanos y hermanas más o menos: un número que lleva dentro de sí el 12, emblemático para Israel, porque representa a las doce tribus, y emblemático para la Iglesia, a través de los doce Apóstoles elegidos por Jesús. Pero ahora, después de los eventos dolorosos de la Pasión, los Apóstoles del Señor ya no son doce, sino once. Uno de ellos, Judas, ya no está allí: se ha quitado la vida aplastado por el remordimiento.

Ya había comenzado antes a separarse de la comunión con el Señor y con los demás, a hacer las cosas solo, a aislarse, a aferrarse al dinero hasta el punto de instrumentalizar a los pobres, a perder de vista el horizonte de la gratuidad y del don de sí mismo, hasta permitir que el virus del orgullo infectase su mente y su corazón, transformándolo de «amigo» (Mt 26, 50) en enemigo y en «guía de los que arrestaron a Jesús» (Hch 1, 17). Judas había recibido la gran gracia de formar parte del grupo de los íntimos de Jesús y de participar en su propio ministerio, pero en un momento dado pretendió “salvar” su vida con el resultado de perderla (cf. Lc 9, 24). Dejó de pertenecer con el corazón a Jesús y se colocó fuera de la comunión con Él y con los suyos. Dejó de ser discípulo y se puso por encima del Maestro. Lo vendió y con el «precio de su delito» compró un terreno que no produjo frutos sino que se impregnó con su propia sangre (cf. Hch 1, 18-19).

Si Judas prefirió la muerte a la vida (cf. Dt 30, 19; Sir 15, 17) y siguió el ejemplo de los impíos cuyo camino es como la oscuridad y va a la ruina (cf. Pr 4, 19; Sal 1, 6), los Once eligieron en cambio la vida, la bendición, se convierten en responsables de hacerla fluir a su vez en la historia, de generación en generación, del pueblo de Israel a la Iglesia.

El evangelista Lucas nos hace ver que ante el abandono de uno de los Doce, que ha creado una herida en el cuerpo comunitario, es necesario que su encargo pase a otro. ¿Y quién podría asumirlo? Pedro indica el requisito: el nuevo miembro debe haber sido un discípulo de Jesús desde el principio, es decir, desde el bautismo en el Jordán, hasta el final, o sea, hasta la ascensión al Cielo (cf. Hch 1, 21-22). Es necesario reconstituir el grupo de los Doce. Se inaugura en este punto la praxis del discernimiento comunitario, que consiste en ver la realidad con los ojos de Dios, en la óptica de la unidad y la comunión.

Dos son los candidatos: José Barsabás y Matías. Entonces toda la comunidad ora así: «Tú, Señor, que conoces el corazón de todos, muestra a cuál de estos dos has elegido para ocupar el puesto… que Judas abandonó» (Hch 1,24-25). Y, a través de las suertes, el Señor indica a Matías, que es asociado a los Once. Así se reconstituye el cuerpo de los Doce, signo de la comunión, y la comunión vence a las divisiones, al aislamiento, a la mentalidad que absolutiza el espacio de lo privado, signo de que la comunión es el primer testimonio que los Apóstoles ofrecen. Jesús lo había dicho: «Por esto todos sabrán que son mis discípulos: si tienen amor los unos a los otros» (Jn 13, 35).

Los Doce manifiestan en los Hechos de los Apóstoles el estilo del Señor. Son los testigos acreditados de la obra de salvación de Cristo y no manifiestan al mundo su presunta perfección sino, a través de la gracia de la unidad, hacen que surja un Otro que ahora vive de una manera nueva en medio de su pueblo. ¿Y quién es éste? Es el Señor Jesús. Los Apóstoles eligen vivir bajo el señorío del Resucitado en la unidad entre los hermanos, que se convierte en la única atmósfera posible del auténtico don de sí mismo.

También nosotros tenemos necesidad de redescubrir la belleza de dar testimonio del Resucitado, saliendo de las actitudes autorreferenciales, renunciando a retener los dones de Dios y no cediendo a la mediocridad. El reagrupamiento del colegio apostólico muestra cómo en el ADN de la comunidad cristiana están la unidad y la libertad de uno mismo, que permiten no temer a la diversidad, no apegarse a las cosas y a los dones y a convertirse en martyres, es decir testigos luminosos del Dios vivo y actuante en la historia.

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