UNIDOS A CRISTO COMO LOS SARMIENTOS A LA VID: REGINA COELI DEL 29/04/2018

Uno de los frutos más maduros que brota de la comunión con Cristo es el compromiso de caridad hacia el prójimo. Este 29 de abril el Papa Francisco, quinto domingo de Pascua, antes de la oración del Regina Coeli, meditó, como de costumbre sobre el Evangelio del día. En esta ocasión, el Papa observó cómo la Palabra de Dios – así como el domingo anterior – en este Tiempo Pascual “sigue indicándonos el camino y las condiciones para ser una comunidad del Señor Resucitado”. El sarmiento no puede dar fruto de por sí sólo, sino que necesita de la linfa de la vid. Permanecer en Cristo es lo que nos permite “beber” la vida, la linfa, que nos permite a su vez, llevar en la sociedad una forma distinta de vivir y de darnos a los demás, explicó el Papa. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La Palabra de Dios, también en este quinto domingo de Pascua, sigue indicándonos el camino y las condiciones para ser comunidad del Señor Resucitado. El domingo pasado se resaltaba la relación entre el creyente y Jesús Buen Pastor. Hoy el Evangelio nos propone el momento en que Jesús se presenta como la vid verdadera y nos invita a permanecer unidos a él para dar mucho fruto (Jn 15, 1-8). La vid es una planta que forma un todo con los sarmientos; y los sarmientos son fecundos sólo en cuanto están unidos a la vid. Esta relación es el secreto de la vida cristiana y el evangelista Juan la expresa con el verbo “permanecer”, que en el pasaje de hoy se repite siete veces. “Permanezcan en mi”, dice el Señor; permanecer en el Señor.

Se trata de permanecer con el Señor para encontrar el valor de salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades, de nuestros espacios restringidos y protegidos, para proyectarnos en el mar abierto de las necesidades de los demás y dar amplio respiro a nuestro testimonio cristiano en el mundo. Esta valentía de salir de sí y proyectarse en las necesidades de los otros nace de la fe en el Señor resucitado y de la certeza de que su Espíritu acompaña nuestra historia. Uno de los frutos más maduros que brota de la comunión con Cristo es, de hecho, el compromiso de caridad hacia el prójimo, amando a nuestros hermanos con abnegación, hasta las últimas consecuencias, como Jesús nos amó. El dinamismo de la caridad del creyente no es fruto de estrategias, no nace de solicitudes externas, de instancias sociales o ideológicas, sino nace del encuentro con Jesús y de permanecer en Jesús. Él es para nosotros la vid de la que absorbemos la savia, es decir la “vida” para llevar en la sociedad una forma diferente de vivir y de darse, que pone en primer lugar a los últimos.

Cuando se es íntimo con el Señor, como son íntimos entre si la vid y los sarmientos, se es capaz de dar frutos de vida nueva, de misericordia, de justicia y de paz, que derivan de la Resurrección del Señor. Es lo que hicieron los santos, aquellos que vivieron en plenitud la vida cristiana y el testimonio de la caridad, porque son verdaderos sarmientos de la vid del Señor. Pero para ser santos «no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. […] Todos nosotros, todos, estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo cada uno el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, ahí donde cada uno se encuentra» (Exhort. ap. Gaudete et Exultate, 14). Todos nosotros estamos llamados a ser santos; debemos ser santos con esta riqueza que recibimos del Señor resucitado. Cada actividad – el trabajo y el descanso, la vida familiar y social, el ejercicio de las responsabilidades políticas, culturales y económicas – cada actividad, ya sea pequeña o grande, si se vive en unión con Jesús y con actitud de amor y de servicio, es ocasión para vivir en plenitud el Bautismo y la santidad evangélica.

Que nos ayude María, Reina de los santos y modelo de perfecta comunión con su Divino Hijo. Que ella nos enseñe a permanecer en Jesús, como los sarmientos a la vid, y a no separamos nunca de su amor. Nada, de hecho, podemos hacer sin Él, porque nuestra vida es Cristo vivo, presente en la Iglesia y en el mundo.

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