CONSTRUYAMOS UNA IGLESIA PARA EL MUNDO: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO CON LOS FIELES EN ALESSANO (20/04/2018)

La mañana de este 20 de abril, el Papa Francisco inició su visita pastoral a las ciudades de Alessano y Molfetta (Bari), siguiendo las huellas de Monseñor Tonino Bello, pastor amado por su pueblo, cuando se cumple el 25° aniversario de su muerte. La primera parada de este viaje de tan sólo medio día, fue Alessano, ciudad natal de Don Tonino, en la que el Sucesor de Pedro rezó ante su tumba depositando junto a ella un ramo de flores blancas y amarillas, en memoria de este sacerdote que entregó toda su vida al servicio de los más pobres y olvidados de la sociedad. Tras permanecer unos minutos en oración, el Papa se dirigió a la plaza central ubicada en frente del cementerio para encontrarse con un numeroso grupo de fieles que esperaban con emoción escuchar las palabras del Papa Francisco. “Una Iglesia para el mundo y no mundana, que salga de sí misma y no se duerma en las nostalgias del pasado”, pidió el Santo Padre a los fieles de Alessano, durante este encuentro. Reproducimos a continuación, el texto completo pronunciado por el Papa, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Llego como peregrino a esta tierra dio nacimiento al Siervo de Dios Tonino Bello. Acabo de orar en su tumba, que no se alza monumental hacia lo alto, sino que está plantada en la tierra: El P. Tonino, sembrado en su tierra, – él, como una semilla, sembrado –, parece querer decirnos cuánto amó este territorio. Quiero reflexionar sobre esto, evocando ante todo algunas de sus palabras de gratitud: «Gracias, tierra mía, pequeña y pobre, que me ha hecho nacer pobre como tú pero que, justamente por esto, me ha dado la riqueza incomparable de entender a los pobres y de poder hoy disponerme a servirlos»[1].

Entender a los pobres era para él una verdadera riqueza, era también entender a su mamá, entender a los pobres era su riqueza. Tenía razón, porque los pobres son realmente la riqueza de la Iglesia. Recordarlo de nuevo, al P. Tonino, frente a las tentaciones recurrentes de unirse detrás de los poderosos en turno, de buscar privilegios, de acomodarse en una vida cómoda. El Evangelio – lo recordaba en Navidad y en Pascua – llama a una vida a menudo incómoda, porque quien sigue a Jesús ama a los pobres y a los humildes. Así lo hizo el Maestro, así lo proclamó su Madre, alabando a Dios porque «derribó a los poderosos de sus tronos y enalteció a los humildes» (Lc 1, 52). Una Iglesia que tiene en el corazón a los pobres permanece siempre sintonizada en el canal de Dios, no pierde nunca la frecuencia del Evangelio y siente el deber de volver a lo esencial para profesar con coherencia que el Señor es el único bien.

El P. Tonino nos reclama a no teorizar la cercanía a los pobres, sino a estar cerca de ellos, como lo hizo Jesús, que por nosotros, siendo rico, se hizo pobre (cf 2 Cor 8, 9). El P. Tonino sentía la necesidad de imitarlo, involucrándose en primera persona, hasta despojarse de sí. No lo disturbaban las solicitudes, lo hería la indiferencia. No temía la falta de dinero, pero se preocupaba por la incertidumbre del trabajo, problema hoy aún tan actual. No perdía ocasión para afirmar que en el primer lugar está el trabajador con su dignidad, no la ganancia con su avidez. No estaba con las manos cruzadas: actuaba localmente para sembrar paz globalmente, en la convicción de que el mejor modo para prevenir la violencia y todo tipo de guerra es cuidar a los necesitados y promover la justicia. De hecho, si la guerra genera pobreza, también la pobreza genera guerra[2]. La paz, por ello, se construye comenzando en casa, en las calles, en las bodegas, ahí donde artesanalmente se plasma la comunión. Decía, esperanzado, el P. Tonino: «De la oficina, como un día de la bodega de Nazaret, saldrá el verbo de paz que encaminará a la humanidad, sedienta de justicia, por nuevos destinos»[3].

Queridos hermanos y hermanas, esta vocación de paz pertenece a su tierra, a esta maravillosa tierra de frontera – finis-terrae – que el P. Tonino llamaba “terra-finestra”, porque desde el Sur de Italia se abre a tantos “Sures” del mundo, donde «los más pobres son cada vez más numerosos mientras los ricos se hacen cada vez más ricos y cada vez menos»[4]. Es una «ventana abierta, desde la cual observar toda la pobreza que se cierne sobre la historia»[5], pero es sobretodo una ventana de esperanza para que el Mediterráneo, histórica cuenca de civilidad, no sea más un arco de guerra tenso, sino un arca acogedora de paz[6].

El P. Tonino es hombre de su tierra, porque en esta tierra maduró su sacerdocio. Aquí floreció su vocación, que amaba llamar evocación: evocación de cuánto, con locura, Dios prefiere, una a una, nuestras frágiles vidas; eco de su voz de amor que nos habla cada día; llamada a ir siempre adelante, a soñar con audacia, a descentralizar la propia existencia para ponerla al servicio; invitación a confiar siempre en Dios, el único capaz de transformar la vida en una fiesta. Esta es la vocación según el P. Tonino: una llamada a convertirse no sólo en fieles devotos, sino en verdaderos enamorados del Señor, con el ardor del sueño, el impulso del don, la audacia de no quedarse a medias. Porque cuando el Señor incendia el corazón, no se puede apagar la esperanza. Cuando el Señor pide un “sí”, no se puede responder con un “quizá”. Le hará bien, no sólo a los jóvenes, sino a todos nosotros, a todos aquellos que buscan el sentido de la vida, escuchar y volver a escuchar las palabras del P. Tonino.

En esta tierra, Antonio nació Tonino y se convirtió en el P. Tonino. Este nombre, simple y familiar, que leemos en su tumba, nos habla de nuevo. Relata su deseo de hacerse pequeño para ser cercano, de acortar las distancias, de ofrecer una mano tendida. Invita a la apertura simple y genuina del Evangelio. El P. Tonino la recomendó mucho, dejándola en herencia a sus sacerdotes. Decía: «Amemos al mundo. Querámoslo. Tomémoslo en brazos. Démosle misericordia. No le opongamos siempre de frente el rigor de las leyes si no lo hemos templado antes con dosis de ternura»[7]. Son palabras que revelan el deseo de una Iglesia para el mundo: no mundana, pero para el mundo. Que el Señor nos de esta gracia: una Iglesia no mundana, al servicio del mundo. Una Iglesia limpia de autorreferencialidad y «extrovertida, extendida, no envuelta dentro de sí»[8]; no en espera de recibir, sino de prestar rápido auxilio; nunca adormilada en las nostalgias del pasado, pero encendida de amor por el hoy, a ejemplo de Dios, que «tanto amó al mundo» (Jn 3, 16).

El nombre de “P. Tonino” nos dice también de su saludable alergia hacia los títulos y los honores, su deseo de privarse de todo por Jesús que se despojó de todo, su valentía para liberarse de aquello que pudiera recordarle los signos del poder para dar espacio al poder de los signos[9]. El P. Tonino no lo hacía por conveniencia o por búsqueda de consensos, sino movido por el ejemplo del Señor. En el amor a Él encontramos la fuerza para deshacernos de las vestiduras que dificultan el paso para revestirnos con el servicio, para ser «Iglesia del delantal, única vestimenta sacerdotal registrada en el Evangelio»[10].

De esta su amada tierra, ¿qué nos podría decir todavía el P. Tonino? Este creyente con los pies en la tierra y los ojos en el Cielo, y sobre todo con un corazón que enlazaba al Cielo con la tierra, acuñó, entre muchas, una palabra original, que transmite a cada uno de nosotros una gran misión. Le gustaba decir que nosotros los cristianos «debemos ser contemplactivos, con ct, esto es gente que parte de la contemplación, y después deja fluir su dinamismo, su compromiso en la acción»[11], gente que no separa nunca oración y acción. El querido P. Tonino, nos puso en guardia ante el sumergirse en el torbellino de los asuntos sin plantarse frente al tabernáculo, para no engañarnos de trabajar en vano por el Reino[12]. Y nosotros podemos preguntarnos si partimos del tabernáculo o de nosotros mismos. Podemos preguntarnos también si, una vez que hemos partido, caminamos; si, como María, Madre del camino, nos levantamos para alcanzar y servir al hombre, a todo hombre. Si me lo preguntan, deberíamos tener vergüenza por nuestro inmovilismo y por nuestras continuas justificaciones. Vuélvenos entonces a nuestra alta vocación, ¡ayúdanos a ser cada vez más una Iglesia “contemplactiva”, enamorada de Dios y apasionada por el hombre!

Queridos hermanos y hermanas, en toda época el Señor pone en el camino de la Iglesia a testigos que encarnan el buen anuncio de la Pascua, profetas de esperanza para el futuro de todos. De su tierra Dios ha hecho surgir a uno, como don y profecía para nuestros tiempos. Y Dios desea que su don sea acogido, que su profecía se lleve a cabo. No nos contentemos con anotar buenos recuerdos, no nos dejemos atar por nostalgias pasadas ni tampoco por habladurías ociosas del presente o por miedos por el futuro. Imitemos al P. Tonino, dejémonos transportar por su joven ardor cristiano, escuchemos su invitación urgente a vivir el Evangelio sin descuentos. Es una invitación fuerte dirigida a cada uno de nosotros y a nosotros como Iglesia. De verdad nos ayudará a expandir hoy la fragante alegría del Evangelio.

Ahora, todos juntos, oramos a la Virgen y después les daré la bendición, ¿de acuerdo?

[Ave María y bendición]

[1] «Gracias, Iglesia de Alessano», La tierra de mis sueños. Parpadeos de luces de los escritos uguentinos, 2014, 477.
[2] Cf S. Juan Pablo II, «Si buscas la paz, ve al encuentro de los pobres», Mensaje para la Jornada mundial por la Paz, 1° enero 1993.
[3] La tierra de mis sueños, 32.
[4] «El pentálogo de la esperanza», Escritos varios, entrevistas compendiadas, 2007, 252.
[5] «La esperanza a aun alto precio», Escritos de paz, 1997, 348.
[6] Cf «La profecía más allá de la mafia», ibid, 280.
[7] «Prensa y espíritu. Homilía para la Misa Crismal 1993», Homilías y escritos cuaresmales, 2015, 97.
[8] «Sacerdotes para el mundo», Cireneos de la alegría, 2004, 26.
[9] «De los pobres a todos», ibid, 122 ss.
[10] «Configurados a Cristo, cabeza y sacerdote», ibid, 61.
[11] Ibid, 55.
[12] Cf «Contempl-activos en la actividad cotidiana», No hay fidelidad sin riesgo, 2000, 124; «Sufrir las cosas de Dios y sufrir las cosas del hombre», Cireneos de la alegría, 81-82.

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