CATEQUESIS DEL PAPA: EL BAUTISMO, FUNDAMENTO DE LA VIDA CRISTIANA (11/04/2018)

El Bautismo, fundamento de nuestra vida cristiana, es el tema del nuevo ciclo de catequesis del Papa Francisco. El Romano Pontífice presidió la Audiencia General en la Plaza de San Pedro este 11 de abril, que inició, como cada miércoles, con el saludo litúrgico y la escucha de la Palabra de Dios. El pasaje elegido fue tomado del Evangelio de Mateo. “Somos cristianos en la medida en que permitimos que Jesucristo viva en nosotros”. Con esta afirmación el Papa dio inicio a la catequesis en la que invitó a tomar conciencia de ello, a partir del sacramento que ha encendido la vida cristiana en nosotros, es decir, el Bautismo. Ya casi en el final de la catequesis, el Santo Padre recordó que quien ha recibido el bautismo es “cristificado”, es decir, “se asemeja a Cristo, se transforma en Cristo”. El Bautismo, agregó, permite a Cristo vivir en nosotros, y a nosotros vivir unidos a Él, para colaborar en la Iglesia, cada uno según su condición, a la transformación del mundo. Reproducimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Los cincuenta días del tiempo litúrgico pascual son propicios para reflexionar sobre la vida cristiana que, por su naturaleza, es la vida que proviene de Cristo mismo. De hecho, somos cristianos en la medida en que dejamos vivir a Jesucristo nosotros. Entonces, ¿Desde dónde partir, entonces, para reavivar esta conciencia si no desde el principio, desde el Sacramento que ha encendido en nosotros la vida cristiana? Esto es el Bautismo. La Pascua de Cristo, con su carga de novedad, nos alcanza a través del Bautismo para transformarnos a su imagen: los bautizados son de Jesucristo, Él es el Señor de su existencia. El Bautismo es el «fundamento de toda la vida cristiana» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1213). Es el primero de los sacramentos, ya que es la puerta que permite a Cristo el Señor tomar morada en nuestra persona y a nosotros sumergirnos en su Misterio.

El verbo griego “bautizar” significa “sumergir” (cf. CIC, 1214). El baño con el agua es un rito común a varias creencias para expresar el paso de una condición a otra, signo de purificación para un nuevo inicio. Pero para nosotros cristianos no debe escaparnos que si es el cuerpo el que se sumerge en el agua, es el alma la que se sumerge en Cristo para recibir el perdón del pecado y resplandecer con la luz divina (cf. Tertuliano, Sobre la resurrección de los muertos, VIII, 3: CCL 2, 931; PL 2, 806). En virtud del Espíritu Santo, el Bautismo nos sumerge en la muerte y resurrección del Señor, ahogando en la pila bautismal al hombre viejo, dominado por el pecado que separa de Dios, y haciendo nacer al hombre nuevo, recreado en Jesús. En Él, todos los hijos de Adán son llamados a una nueva vida. El Bautismo es, pues, un renacimiento. Estoy seguro, segurísimo de que todos nosotros recordamos la fecha de nuestro nacimiento: seguro. Pero yo me pregunto, con algo de duda, y les pregunto a ustedes: ¿Cada uno de ustedes recuerda cuál fue la fecha de su bautismo? Algunos dicen que sí – está bien. Pero es un sí algo débil, porque quizás muchos no la recuerdan. Pero si celebramos el día del nacimiento, ¿cómo no festejar – al menos recordar – el día del renacimiento? Yo les dejo una tarea para casa, una tarea para hacer hoy en casa. Aquellos de ustedes que no se acuerden de la fecha del bautismo, pregunten a su mamá, a los tíos, a los sobrinos, pregunten: “¿Tú sabes cuál fue la fecha de mi bautismo?”, y no olvidarla nunca. Y ese día agradecer al Señor porque es precisamente el día en que Jesús entró en mí, en que el Espíritu Santo entró en mí. ¿Entendieron bien la tarea para casa? Todos debemos saber la fecha de nuestro bautismo. Es otro cumpleaños: el cumpleaños del renacimiento. No olviden hacer esto, por favor.

Recordemos las últimas palabras del Resucitado a los Apóstoles; son un mandato preciso: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). A través del lavado bautismal, el que cree en Cristo es sumergido en la vida misma de la Trinidad.

De hecho, no es un agua cualquiera la del Bautismo, sino el agua sobre la que se invoca el Espíritu que «da la vida» (Credo). Pensamos en lo que Jesús dice a Nicodemo para explicarle el nacimiento a la vida divina: «El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que ha nacido de la carne, es carne; y lo que ha nacido del Espíritu es espíritu» (Jn 3, 5-6). Por tanto, el Bautismo también se llama “regeneración”: creemos que Dios nos ha salvado «por su misericordia, con un agua que regenera y renueva en el Espíritu» (Tt 3, 5).

El Bautismo es, por tanto, signo eficaz de renacimiento, para caminar en novedad de vida. San Pablo lo recuerda a los cristianos de Roma: «¿No saben que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Por medio del Bautismo, entonces, hemos sido sepultados con Él en la muerte a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros podamos caminar en una vida nueva» (Rom 6, 3-4).

Al sumergirnos en Cristo, el Bautismo nos hace también miembros de su Cuerpo, que es la Iglesia, y partícipes de su misión en el mundo (cf. CIC 1213). Nosotros, los bautizados, no estamos aislados: somos miembros del Cuerpo de Cristo. La vitalidad que fluye de la fuente bautismal se ilustra con estas palabras de Jesús: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, dará mucho fruto» (Jn 15, 5). Una misma vida, la del Espíritu Santo, fluye de Cristo a los bautizados, uniéndolos en un solo Cuerpo (cf. 1 Cor 12, 13), crismado con la santa unción y alimentado en la mesa eucarística.

El Bautismo permite a Cristo vivir en nosotros y a nosotros vivir unidos a Él, para colaborar en la Iglesia, cada uno según la propia condición, en la transformación del mundo. Recibido solo una vez, el lavado bautismal ilumina toda nuestra vida, guiando nuestros pasos hacia la Jerusalén del Cielo. Hay un antes y un después del Bautismo. El Sacramento supone un camino de fe, que llamamos catecumenado, evidente cuando es un adulto quien pide el Bautismo. Pero incluso los niños, desde la antigüedad, son bautizados en la fe de sus padres (cf. Rito del Bautismo de los Niños, Introducción, 2). Y sobre esto quisiera decirles algo. Algunos piensan: pero ¿por qué bautizar a un niño que no entiende? Esperemos que crezca, que entienda y sea él mismo el que pida el Bautismo. Pero esto significa no tener confianza en el Espíritu Santo, porque cuando bautizamos a un niño, en ese niño entra el Espíritu Santo y el Espíritu Santo hace crecer en ese niño, desde niño, las virtudes cristianas que florecerán después. Siempre hay que dar esta oportunidad a todos, a todos los niños, la de tener dentro al Espíritu Santo que los guíe durante la vida. ¡No olviden bautizar a los niños! Nadie merece el Bautismo, que es siempre un don gratuito para todos, adultos y recién nacidos. Pero como sucede con una semilla llena de vida, este regalo echa raíces y da fruto en un terreno alimentado por la fe. Las promesas bautismales que cada año renovamos en la Vigilia Pascual deben ser reavivadas todos los días para que el Bautismo “cristifique”: no hay que tener miedo de esta palabra; el Bautismo nos “cristifica”, quien ha recibido el bautismo y es “cristificado”, se asemeja a Cristo, se transforma en Cristo y lo hace de verdad otro Cristo.

Y por favor, ¿cuál era la tarea para hacer en casa? ¿Lo olvidaron ya? ¿Cuál era? ¿Cuál es mi fecha de Bautismo? Mi segundo cumpleaños. Mi renacimiento. Háganlo. Gracias.

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