JESÚS EN LA CRUZ, SALVACIÓN PARA LA HUMANIDAD: ÁNGELUS DEL 18/03/2018

Introduciendo el rezo del Ángelus este 18 de marzo, V Domingo de Cuaresma, el Papa Francisco invocó a «la Virgen María, que ha tenido siempre la mirada de su corazón fija en su Hijo – desde el pesebre de Belén, hasta la cruz en el Calvario, para que nos ayude a encontrarlo y conocerlo, así como Él quiere, para que podamos vivir iluminados por Él, y llevar al mundo frutos de justicia y de paz». El Papa hizo hincapié en las palabras de Jesús, con el Evangelio de hoy, según San Juan (12, 20-33): «Nos invita a dirigir nuestra mirada hacia el crucifijo, que no es un objeto ornamental o un accesorio de vestir - ¡a veces abusado! – sino un signo religioso que hay que contemplar y comprender. En la imagen de Jesús crucificado se revela el misterio de la muerte del Hijo de Dios como supremo acto de amor, fuente de vida y salvación para la humanidad de todos los tiempos». Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducida del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (Jn 12, 20-33) narra un episodio que tuvo lugar en los últimos días de la vida de Jesús. La escena se desarrolla en Jerusalén, donde Él se encuentra para la fiesta de la Pascua judía. Para esta celebración ritual llegaron también algunos griegos; se trata de hombres animados por sentimientos religiosos, atraídos por la fe del pueblo judío y que, habiendo oído hablar de este gran profeta, se acercan a Felipe, uno de los doce apóstoles, y le dicen, «queremos ver a Jesús» (v. 21). Juan resalta esta frase, centrada en el verbo ver, que, en el vocabulario del evangelista significa ir más allá de las apariencias para captar el misterio de una persona. El verbo que utiliza Juan, “ver”, es llegar hasta el corazón, llegar con la vista, con la comprensión hasta lo íntimo de la persona, dentro de la persona.

La reacción de Jesús es sorprendente. Él no responde con un “sí” o un “no”, sino que dice: “Ha llegado la hora para que el Hijo del hombre sea glorificado” (v. 23). Estas palabras, que a simple vista, parecen ignorar la petición de los griegos, en realidad dan la respuesta verdadera porque quién quiere conocer a Jesús debe mirar dentro de la cruz, dónde se revela su Gloria. Mirar dentro de la cruz. El Evangelio de hoy nos invita a dirigir nuestra mirada hacia el crucifijo, que no es un objeto ornamental o un accesorio de vestir - ¡a veces abusado! - sino que es un signo religioso para contemplar y comprender. En la imagen de Jesús crucificado se revela el misterio de la muerte del Hijo como supremo acto de amor, fuente de vida y de salvación para la humanidad de todos los tiempos. En sus llagas hemos sido curados.

Puedo pensar “¿Cómo miro el crucifijo? ¿Como una obra de arte para ver si es bello o no? ¿O miro dentro, entro en las llagas de Jesús hasta su corazón? ¿Miro el misterio del Dios aniquilado hasta la muerte, como un esclavo, como un criminal?” No se olviden de esto: Mirar el crucifijo, pero mirarlo desde dentro. Está esta bella devoción de rezar un Padre Nuestro por cada una de las cinco llagas: cuando rezamos este Padre Nuestro, buscamos entrar a través de las llagas de Jesús, dentro, dentro, precisamente a su corazón. Y ahí aprenderemos la gran sabiduría del misterio de Cristo, la gran sabiduría de la Cruz.

Y para explicar el significado de su muerte y de su resurrección, Jesús emplea una imagen y dice: «Si el grano de trigo, caído en la tierra, no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto» (v. 24). Quiere hacer comprender que su vivencia extrema - es decir la cruz, muerte y resurrección - es un acto de fecundidad - sus llagas nos han curado - una fecundidad que dará fruto para muchos. Así se compara a sí mismo con el grano que muriendo en la tierra, genera vida nueva. Con la encarnación Jesús ha venido a la tierra; pero esto no basta: Él debe también morir, para rescatar a los hombres de la esclavitud del pecado y darles una nueva vida reconciliada en el amor. He dicho “para rescatar a los hombres”: pero, para recatarme a mí, a ti, a todos nosotros, a cada uno de nosotros, Él ha pagado ese precio. Este es el misterio de Cristo. Ve a sus llagas, entra, contempla; mira a Jesús, pero desde dentro.

Y este dinamismo del grano de trigo, que se cumple en Jesús, debe realizarse también en nosotros, sus discípulos: estamos llamados a hacer nuestra esta ley pascual de perder la vida para recibirla nueva y eterna. ¿Y qué significa perder la vida? Es decir, ¿qué significa ser el grano de trigo? Significa pensar menos en sí mismos, en los intereses personales y saber “ver” y salir al encuentro de las necesidades de nuestro prójimo, en especial de los últimos. Realizar con alegría obras de caridad hacia cuantos sufren en el cuerpo y en el espíritu es el modo más auténtico de vivir el Evangelio, es el fundamento necesario para que nuestras comunidades crezcan en la fraternidad y en la acogida recíproca. Quiero ver a Jesús, pero verlo desde dentro. Entra en sus llagas y contempla aquel amor de su corazón, por ti, por ti, por ti, por mí, por todos.

La Virgen María, que ha tenido siempre la mirada del corazón fija en su Hijo, desde el pesebre de Belén hasta la cruz sobre el Calvario, nos ayude a encontrarlo y a conocerlo así como Él quiere, para que podamos vivir iluminados por Él, y llevar al mundo frutos de justicia y de paz.

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