CUARESMA, EXPERIENCIA DE PERDÓN, ACOGIDA Y CARIDAD: ÁNGELUS DEL 11/03/2018

Este 11 de marzo, durante el Ángelus del IV Domingo de Cuaresma, Domingo de “Laetare”, el Papa Francisco invitó a que nuestro camino cuaresmal sea una experiencia de perdón, de acogida y de caridad. “Nosotros no debemos desanimarnos cuando vemos nuestros límites, nuestros pecados, nuestras debilidades: Dios está ahí, Jesús está en la cruz para sanarnos. Este es el amor de Dios”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus del IV Domingo de Cuaresma, también conocido como Domingo “Laetare”, es decir, Domingo de la alegría. ¿Cuál es el motivo de esta alegría? – se pregunta el Pontífice – Es el gran amor de Dios hacia la humanidad, responde el Papa, tal como lo indica el Evangelio de hoy: “Porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que crea en Él, no se pierda sino que tenga vida eterna”. (Jn 3, 16). Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este cuarto domingo de Cuaresma, llamado domingo de “Laetare”, o sea “alégrate”, porque así dice la antífona de entrada de la liturgia eucarística que nos invita a la alegría: “Alégrate Jerusalén, -entonces, es una llamada a la alegría - alégrense y regocíjense los que están tristes”. Así comienza la misa. ¿Cuál es el motivo de esta alegría? El motivo es el gran amor de Dios por la humanidad, como nos lo indica el Evangelio de hoy: “Porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que crea en Él, no se pierda sino que tenga vida eterna”. (Jn 3, 16). Estas palabras, pronunciadas por Jesús durante su diálogo con Nicodemo, sintetizan un tema que está al centro del anuncio cristiano: incluso cuando la situación parece desesperada, Dios interviene, ofreciendo al hombre la salvación y la alegría. Dios, en efecto, no se queda apartado, sino que entra en la historia de la humanidad, se “inmiscuye” en nuestra vida, entra, para animarla con su gracia y salvarla.

Somos llamados a escuchar este anuncio, rechazando la tentación de considerarnos seguros de nosotros mismos, de querer hacer menos a Dios, alegando una libertad absoluta de Él y su Palabra. Cuando encontramos el valor de reconocernos por aquello que somos - se necesita coraje para hacer esto - nos damos cuenta que somos personas llamadas a lidiar con nuestra fragilidad y nuestros límites. Entonces puede pasar que nos agobie la angustia, la ansiedad por el mañana, el miedo a la enfermedad y a la muerte. Esto explica porque muchas personas, en busca de una salida, a veces invocan atajos peligrosos como por ejemplo el túnel de las drogas o de las supersticiones o de rituales ruinosos de magia. Es bueno conocer los propios límites, las propias fragilidades, debemos conocerlas, pero no para desesperarnos, sino para ofrecerlas al Señor; y Él nos ayuda en el camino de la curación, nos toma de la mano, y nunca nos deja solos, ¡nunca! Dios está con nosotros y por esto me “alegro”, nos “alegramos” hoy: “Alégrate, Jerusalén”, dice, porque Dios está con nosotros.

Y tenemos la verdadera y gran esperanza en Dios Padre rico en misericordia, que nos ha dado a su Hijo para salvarnos, y esta es nuestra alegría. También tenemos muchas tristezas, pero, cuando somos verdaderos cristianos, existe esa esperanza que es una pequeña alegría que crece y te da seguridad. No debemos desanimarnos cuando vemos nuestros límites, nuestros pecados, nuestras debilidades: Dios está allí cercano, Jesús está en la cruz para curarnos. Este es el amor de Dios. Mirar el crucifijo y decirnos en el interior: “Dios me ama”. Es verdad, existen estos límites, estas debilidades, estos pecados, pero Él es mayor que los límites, que las debilidades y los pecados. No olviden esto: Dios es más grande que las debilidades, que nuestras infidelidades, que nuestros pecados. Y tomemos al Señor de la mano, miremos al Crucifijo y avancemos.

María, Madre de Misericordia, nos ponga en el corazón la certeza de que somos amados por Dios. Que esté cerca en los momentos en que nos sentimos solos, cuando estamos tentados a rendirnos ante las dificultades de la vida. Que nos comunique los sentimientos de su Hijo Jesús, para que nuestro camino cuaresmal se convierta en una experiencia de perdón, de acogida y de caridad.

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