CATEQUESIS DEL PAPA: LA REDENCIÓN ES GRATUITA (07/03/2018)

Nadie es olvidado en la Plegaria Eucarística, y si tenemos alguna persona que lo necesita, o que ha pasado de este mundo al otro, podemos nombrarla interiormente y en silencio, o hacer escribir para que el nombre sea dicho. Y esto “no debe ser pagado”. La Plegaria Eucarística fue el tema de la Catequesis del Papa Francisco de este 7 de marzo, en la prosecución del ciclo sobre la Santa Misa. El pontífice presidió la Audiencia General en el Aula Pablo VI del Vaticano, y en la primera parte de la catequesis que impartió en italiano, tras oír junto a los fieles el pasaje de la Carta de san Pablo a los Corintios, capítulo 11, versículos 23 al 25, profundizó sobre la solemnidad de dicha Plegaria: “Con esta Plegaria, - explicó - la Iglesia expresa lo que realiza cuando celebra la Eucaristía y el motivo por el que lo celebra, es decir, para hacer que la comunión con Cristo esté verdaderamente presente en el pan y el vino consagrados”. Reproducimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuamos las catequesis sobre la Santa Misa y con esta catequesis nos detenemos en la Plegaria Eucarística. Concluido el rito de la presentación del pan y el vino, se inicia la Plegaria Eucarística, que califica la celebración de la Misa y se constituye en el momento central, en orden a la Santa Comunión. Corresponde a lo que Jesús mismo hace, en la mesa con los Apóstoles en la Última Cena, cuando «dio gracias» sobre el pan y después sobre el cáliz de vino (cfr Mt 26, 27; Mc 14, 23; Lc, 22, 17.19; 1 Cor 11, 24): su agradecimiento revive en toda nuestra Eucaristía, asociándonos a su sacrificio de salvación.

Y en esta solemne Plegaria - la Plegaria Eucarística es solemne - la Iglesia expresa lo que ella realiza cuando celebra la Eucaristía y el motivo por el que la celebra, es decir hacer comunión con Cristo realmente presente en el pan y en el vino consagrados. Después de haber invitado al pueblo a alzar los corazones al Señor y a darle gracias, el sacerdote pronuncia la Plegaria en voz alta, a nombre de todos los presentes, dirigiéndose al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. «El significado de esta Plegaria es que toda la asamblea de fieles se une con Cristo en ensalzar las grandes obras de Dios y en ofrecer el sacrificio» (Instrucción General del Misal Romano, 78). Y para unirse debe entender. Por esto, la Iglesia ha querido celebrar la Misa en la lengua que la gente entiende, para que cada uno pueda unirse a esta alabanza y a esta gran oración con el sacerdote. En verdad, «el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1367).

En el Misal hay varias fórmulas de Plegaria Eucarística, todas constituidas por elementos característicos, que quisiera ahora recordar (cfr IGMR, 79; CCC, 1352-1354). Son bellísimas todas. Ante todo está el Prefacio, que es una acción de gracias por los dones de Dios, en particular por el envío de su Hijo como Salvador. El Prefacio concluye con la aclamación del «Santo», normalmente cantada. Es hermoso cantar el “Santo”: “Santo, Santo, Santo es el Señor”. Es hermoso cantarlo. Toda la asamblea une su voz a la de los Ángeles y los Santos para alabar y glorificar a Dios.

Está después la invocación del Espíritu para que con su poder consagre el pan y el vino. Invocamos al Espíritu para que venga y en el pan y en el vino esté Jesús. La acción del Espíritu Santo y la eficacia de las mismas palabras de Cristo pronunciadas por el sacerdote, hacen realmente presente, bajo las especies del pan y el vino, su Cuerpo y su Sangre, su Sacrificio ofrecido en la cruz una vez por todos (cfr CCC, 1375). Jesús en esto ha sido clarísimo. Hemos escuchado como San Pablo al inicio relata las palabras de Jesús: “Este es mi cuerpo, esta es mi sangre”. “Esta es mi sangre, este es mi cuerpo”. Es Jesús mismo quien ha dicho esto. Nosotros no debemos tener pensamientos extraños: “Pero, ¿cómo es que algo…?” Es el cuerpo de Jesús, ¡ahí termina la discusión! La fe: viene a ayudarnos la fe; con un acto de fe creemos que es el cuerpo y la sangre de Jesús. Es el «misterio de la fe», como decimos después de la consagración. El sacerdote dice: “Misterio de la fe” y nosotros respondemos con una aclamación. Celebrando el memorial de la muerte y resurrección del Señor, en la espera de su retorno glorioso, la Iglesia ofrece al Padre el sacrificio que reconcilia al cielo y la tierra; ofrece el sacrificio pascual de Cristo ofreciéndose con Él y pidiendo, en virtud del Espíritu Santo, convertirse «en Cristo, en un solo cuerpo y un solo espíritu» (Pleg. euc. III; cfr Sacrosanctum Concilium, 48; IGMR, 79f). La Iglesia quiere unirse a Cristo y convertirse con el Señor en un solo cuerpo y un solo espíritu. Es esta la gracia y el fruto de la Comunión sacramental: nos nutrimos del Cuerpo de Cristo para convertirnos, nosotros que lo comemos, en su Cuerpo viviente hoy en el mundo.

Misterio de comunión es esto, la Iglesia se une a la ofrenda de Cristo y a su intercesión y en esta luz, «en las catacumbas la Iglesia es frecuentemente representada como una mujer en oración con los brazos abiertos, en actitud de oración como Cristo ha abierto los brazos sobre la cruz, así por medio de Él, con Él y en Él, ella se ofrece e intercede por todos los hombres» (CCC, 1368). La Iglesia que ora, que reza. Es hermoso pensar que la Iglesia ora, reza. Hay un pasaje en el Libro de los Hechos de los Apóstoles; cuando Pedro estaba en la cárcel, la comunidad cristiana dice: “Oraba incesantemente por él”. La Iglesia que ora, la Iglesia orante. Y cuando vamos a Misa es para hacer esto: hacer Iglesia orante.

La Plegaria Eucarística pide a Dios reunir a todos sus hijos en la perfección del amor, en unión con el Papa y el Obispo, mencionados por su nombre, signo de que celebramos en comunión con la Iglesia universal y con la Iglesia particular. La súplica, como la ofrenda, se presenta a Dios por todos los miembros de la Iglesia, vivos y difuntos, en espera de la bienaventurada esperanza de compartir la herencia eterna del cielo, con la Virgen María (cfr CCC, 1369-1371). Nadie y nada se olvida en la Plegaria Eucarística, sino que todas las cosas son redirigidas a Dios, como recuerda la doxología que la concluye. Ninguno es olvidado. Y si yo tengo a cualquier persona, parientes, amigos, que están en necesidad o han pasado de este mundo al otro, puedo nombrarles en aquel momento, interiormente y en silencio o pedir que su nombre se diga. “Padre, ¿cuánto debo pagar para que mi nombre se diga ahí” - “Nada”. ¿Se entiende esto? ¡Nada! La Misa no se paga. La Misa es el sacrificio de Cristo, que es gratuito. La redención es gratuita. Si quieres hacer una ofrenda, hazla, pero no se paga. Esto es importante entenderlo.

Esta fórmula codificada de oración, quizá podemos sentirla un poco lejana - es verdad, es una fórmula antigua - pero, si comprendemos bien el significado, entonces seguramente participaremos mejor. Ella de hecho expresa todo lo que realizamos en la celebración eucarística; y además nos enseña a cultivar tres actitudes que no deberían nunca faltar en los discípulos de Jesús. Las tres actitudes: primera, aprender a “dar gracias, siempre y en todo lugar”, y no sólo en ciertas ocasiones, cuando todo va bien; segunda, hacer de nuestra vida un don de amor, libre y gratuito; tercera, construir la comunión concreta, en la Iglesia y con todos. Por tanto, esta Plegaria central de la Misa nos educa, poco a poco, a hacer de toda nuestra vida una “eucaristía”, esto es una acción de gracias.

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