QUE LA RELIGIOSIDAD POPULAR NO SEA INSTRUMENTALIZADA: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO CON EL CLERO Y LA VIDA CONSAGRADA EN PALERMO (15/09/2018)

“Les pido que vigilen atentamente, para que la religiosidad popular no sea instrumentalizada por la presencia mafiosa, porque entonces, en vez de ser medio de adoración afectuosa, se convierte en vehículo de ostentación corrupta”. Lo dijo el Papa Francisco este 15 de septiembre al clero, religiosos y seminaristas en la catedral de Palermo. Después del almuerzo, el Papa se dirigió en forma privada a la parroquia de san Gaetano en el barrio Brancaccio, y a la casa del Beato Pino Puglisi. El Pontífice recordó que meter cizaña, provocar divisiones, hablar mal, chismear, non son pecadillos que todos hacen, es negar nuestra identidad de sacerdotes: hombres de perdón, y de consagrados: hombres de comunión. Compartimos a continuación, el texto completo de sus palabras, traducido del italiano:

¡Buenas tardes!

Esta mañana celebramos juntos la memoria del Beato Pino Puglisi; ahora quisiera compartir con ustedes tres aspectos básicos de su sacerdocio, que pueden ayudar a nuestro sacerdocio y ayudar también a las consagradas y los consagrados no sacerdotes, nuestro “sí” total a Dios y a los hermanos. Son tres verbos sencillos, por ello fieles a la figura de Don pino, que fue simplemente un sacerdote, un verdadero sacerdote. Y, como sacerdote, un consagrado a Dios, porque también las hermanas pueden participar de esto.

El primer verbo es celebrar. También hoy, Como al centro de toda Misa, pronunciamos las palabras de la Institución: “tomen y coman todos: este es mi cuerpo ofrecido en sacrificio por ustedes”. Estas palabras no deben quedarse sobre el altar, deben calar en la vida: son nuestro programa de vida cotidiano. No debemos solo decirlas in persona Christi, debemos vivirlas en primera persona. Tomen y coman, este es mi cuerpo ofrecido: lo decimos a los hermanos, junto a Jesús. Las palabras de la Institución delinean ahora nuestra identidad sacerdotal: nos recuerdan que el sacerdote es hombre de la entrega, de la entrega de sí, cada día, sin vacaciones y sin detenerse. Porque la nuestra, queridos sacerdotes, no es una profesión sino una donación; no es un oficio, que puede servir quizá para hacer carrera, sino una misión. Y así también la vida consagrada. Cada día podemos hacer el examen de conciencia también sólo sobre estas palabras - tomen y coman: este es mi cuerpo que se ofrece por ustedes - y preguntarnos: “¿hoy he dado la vida por amor del Señor, me he dejado comer por los hermanos?” Don Pino vivió así: el epílogo de su vida fue la lógica consecuencia de la Misa que celebraba cada día.

Hay una segunda fórmula sacramental fundamental en la vida del sacerdote: “Yo te absuelvo de tus pecados”. Aquí está la alegría de dar el perdón de Dios. Pero aquí el sacerdote, hombre de la entrega, se descubre también como hombre del perdón. También todos los cristianos, debemos ser hombres y mujeres de perdón. Los sacerdotes en un modo especial en el sacramento de la Reconciliación. De hecho las palabras de la Reconciliación no dicen sólo aquello que sucede cuando actuamos in persona Christi, Sino que nos indican también como actuar según Cristo. Yo te absuelvo: el sacerdote, hombre del perdón, está llamado a encarnar estas palabras. Es el hombre del perdón. Y de manera análoga, las religiosas son mujeres de perdón. Cuántas veces en las comunidades religiosas no existe el perdón, existe la habladuría, existen los celos… no. Hombre del perdón, el sacerdote, en la Confesión, pero todos los consagrados, hombres y mujeres del perdón. El sacerdote no tiene rencores, no le pesa aquello que no ha recibido, no vuelve mal por mal. El sacerdote es portador de la paz de Jesús: benévolo, misericordioso, capaz de perdonar a los demás como Dios les perdona por medio suyo (cf Ef 4,32). Lleva concordia a donde hay división, armonía donde hay discusión, serenidad donde hay animosidad. Pero si el sacerdote es un chismoso, en lugar de llevar concordia llevará división, llevará guerra, llevarán cosas que harán que el presbiterio termine dividido a su interior y con el obispo. El sacerdote es el ministro de reconciliación a tiempo completo: administra “el perdón y la paz” no sólo en el confesionario, sino en cualquier lugar. Pidamos a Dios ser portadores sanos del Evangelio, capaces de perdonar de corazón, de amar a los enemigos. Pensemos en tantos presbíteros y tantas comunidades, donde se odian como enemigos, por la competencia, los celos, los arribistas… ¡no es cristiano! Me decía una vez un obispo: “Yo, a algunas comunidades religiosas y algunos presbíteros los bautizaría otra vez para hacerlos cristianos”. Porque se comportan como paganos. Y el Señor nos pide ser hombres y mujeres de perdón, capaces de perdonar de corazón, llamar a los enemigos y de orar por quienes hacen el mal (cf Mt 18, 35; 5 ,44). Esto de orar por aquellos que hacen el mal parece una cosa de museo… No, ¡hoy debemos hacerlo, hoy! La fuerza de ustedes sacerdotes, de su sacerdocio, la fuerza de ustedes, religiosas, de su vida consagrada, está aquí: orar por quienes hacen el mal, como Jesús.

El gimnasio donde entrenarse para hacer hombres del perdón es el seminario primero y el presbiterio después. Para los consagrados es la comunidad. Todos sabemos que no es fácil perdonarse entre nosotros: “¿Me la hiciste? ¡Me la pagas!”. Pero no sólo en la mafia, también en nuestras comunidades y en nuestros presbiterios, es así. En el presbiterio y en la comunidad se alimenta el deseo de unir según Dios; no de dividir según el diablo. Metámonos esto bien en la cabeza. Cuando hay división es el diablo, él el gran acusador, ese que acusa para dividir, ¡divide todo! Ahí, en el presbiterio y en la comunidad, se aceptan a los hermanos y a las hermanas, ahí el Señor llama cada día a trabajar para superar las diferencias. Y esto es parte constitutiva del ser sacerdotes y consagrados. No es un accidente, pertenece a la substancia. Meter cizaña, provocar divisiones, hablar mal, chismear son “pecadillos que todos hacemos”, no: es negar nuestra identidad de sacerdotes, hombres del perdón, y de consagrados, hombres de comunión. Siempre se distingue el error de quien lo comete, siempre se ama y espera al hermano y la hermana. Pensemos en don Pino, que estaba disponible para todos y atendía a todos con el corazón abierto, puros y malvivientes.

Sacerdote hombre del la entrega y del perdón, así hay que conjugar en la vida el verbo celebrar. Tú puedes celebrar la Misa todos los días y puedes ser un hombre de división, de habladuría, de celos, también un “criminal”porque matas al hermano con la lengua. Y éstas no son palabras mías, esto lo dice el apóstol Santiago. Lean la carta de Santiago. También las comunidades religiosas pueden escuchar Misa todos los días, ir a comulgar pero con el odio en el corazón hacia el hermano y la hermana. El sacerdote es hombre de Dios 24 horas de 24, no es hombre de lo sagrado cuando se pone los paramentos. Que la liturgia sea para ustedes vida, que no permanezca como un rito. Por esto es fundamental orar a Aquel de quién hablamos, alimentarlos de la Palabra que predicamos, adorar el Pan que consagramos, y hacerlo todos los días. Oración (preghiera), Palabra, Pan; padre Pino Puglisi; he dicho “3P”, que nos ayuden a recordar estas tres “P” esenciales para cada sacerdote todos los días, esenciales para todos los consagrados y consagradas todos los días: Oración, Palabra, Pan…

Hombre del perdón, sacerdote que da el perdón, esto es hombre de misericordia y esto especialmente en el confesionario, en el sacramento de la Reconciliación. Es muy feo cuando en la Confesión el sacerdote comienza a escarbar, a escarbar en el alma del otro: “Y cómo ha sido, como fue…”. ¡Este es un hombre que enferma! Tú estás ahí para perdonar en nombre del único Padre que perdona, no para medir hasta donde puedes, y hasta donde no puedes… creo que sobre este punto de la Confesión debemos convertirnos mucho: recibir a los penitentes con misericordia, sin escarbar el alma, sin hacer de la Confesión una visita psiquiátrica, sin hacer de la Confesión una indagación de un detective para investigar. Perdón, corazón grande, misericordia. El otro día un Cardenal muy severo, diría también conservador - porque hoy se dice: este es conservador, este es abierto - un Cardenal así me decía: “si uno viene al Padre, porque yo estoy ahí en nombre de Jesús y del Padre Eterno, y dice: Perdóname, perdóname, hice esto, esto, esto…; y yo siento que según las reglas no debería perdonar”, pero ¿qué padre no da el perdón a su hijo que lo pide con lágrimas y desesperación?. Después, una vez perdonado, se le aconsejará: “deberías hacer esto…”; o también: “debo hacer esto, y lo haré por ti”. Cuando el hijo pródigo llegó con el discurso preparado frente al padre y comenzó a decir: “¡Padre, he pecado!…”, El padre lo abrazo, no lo dejó hablar, le dio inmediatamente el perdón. Y cuando el otro hijo no quería entrar, el padre salió a darle también a él esta confianza de perdón, de filiación. Esto para mí es muy importante para curar a nuestra iglesia tan herida que parece un hospital de campo.

Por último, siempre sobre celebrar, quisiera decir algo sobre la piedad popular, muy difundida en esta tierra. Un Obispo me decía que en su diócesis no sé cuántas confraternidades hay y me decía: “yo voy siempre con ellos, no los dejo solos, los acompañó”. es un tesoro que es apreciado y custodiado, porque tiene en sí una fuerza evangelizadora (cf Evangelii gaudium, 122-126), pero siempre el protagonista debe ser el Espíritu Santo. Les pido por ello vigilar atentamente, para que la religiosidad popular no sea instrumentalizada por la presencia mafiosa, para que ahora, en lugar de estar en medio de una afectuosa adoración, se convierta en vehículo de una corrupta ostentación. Lo hemos visto en los periódicos, cuando la Virgen se detiene y hace una inclinación frente a la casa del jefe de la mafia; no, esto no debe ser, ¡no debe ser en lo absoluto! Sobre la piedad popular tengan cuidado, ayúdenles, estén presentes. Un Obispo italiano me dijo esto: “la piedad popular es el sistema inmunológico de la Iglesia”, es el sistema inmunológico de la Iglesia. Cuando la Iglesia comienza a hacerse un poco ideológica, un poco gnóstica o un poco pelagiana, la piedad popular la corrige, la defiende.

Les propongo un segundo verbo: acompañar. Acompañar es la llave de regreso al ser pastores hoy. Hay necesidad de ministros que encarnen la cercanía del Buen Pastor, de sacerdotes que sean iconos vivientes de proximidad. Esta palabra requiere subrayarse: “proximidad”, porque es lo que Dios hizo. Primero lo hizo con su pueblo. Sobre esto también les reclamará, en el Deuteronomio - piensen bien -les dice: “díganme, ¿han visto a un pueblo que tenga las cosas cercanas a ti como tú tienes a tu dios cercano a ti?” Esta cercanía, esta proximidad de Dios en el Antiguo Testamento, se hizo carne, se hizo uno de nosotros en Jesucristo. Dios se hizo cercano anonadándose, vaciándose, así dice Pablo. Proximidad, es necesario retomar esta palabra. Pobres de bienes y de proclamas, ricos de relaciones y de comprensión. Pensemos nuevamente en don Puglisi que, más que hablar de los jóvenes, hablaba con los jóvenes. Estar con ellos, seguirlos, hacer saltar junto a ellos las preguntas más verdaderas y las respuestas más hermosas. Es una misión que nace de la paciencia, de la escucha acogedora, de tener un corazón de padre, corazón de madre, para las religiosas, Y jamás un corazón de patrón. El Arzobispo nos habló del apostolado “del oído”, la paciencia de escuchar. La pastoral se hace así, con paciencia y dedicación, por Cristo y de tiempo completo.

Don Pino escapaba del inconveniente simplemente haciendo el trabajo de sacerdote con corazón de pastor. Aprendamos de él a refutar toda espiritualidad desencarnada y a ensuciarnos las manos con los problemas de la gente. Me da un mal olor esa espiritualidad que te lleva a estar con los ojos en blanco, cerrados o abiertos, y a estar siempre allá… ¡Esto no es católico! Vayamos al encuentro de las personas con la sencillez de quien les quiere amar con Jesús en el corazón, sin proyectos faraónicos, sin cabalgar en las modas del momento. A nuestra edad, hemos visto mucho de proyectos pastorales faraónicos… ¿Qué han hecho? ¡Nada! Los proyectos pastorales, los planes pastorales son necesarios, pero como medio, un medio para ayudar a la proximidad, a la predicación del Evangelio, pero por sí mismos no sirven. El camino del encuentro, de la escucha, del compartir es el camino de la Iglesia. Crecer juntos en parroquia, seguir el camino de los jóvenes en la escuela, acompañar de cerca las vocaciones, a las familias, a los enfermos; crear lugares de encuentro donde orar, reflexionar, jugar, pasar el tiempo sanamente y aprender a ser buenos cristianos y honestos ciudadanos. Esta es una pastoral que genera, y que regenera al sacerdote mismo, a la religiosa misma.

Una cosa deseo decir especialmente a las religiosas: su misión es grande, porque la Iglesia es madre y su modo de acompañar siempre debe tener un trato materno. Ustedes religiosas, piensen que son iconos de la Iglesia, porque la Iglesia es mujer, esposa de Cristo, ustedes son iconos de la Iglesia. Piensen que son iconos de la Virgen, que es madre de la Iglesia su maternidad hace mucho bien, mucho bien. Una vez - esto lo contado muchas veces, lo digo brevemente - habían, donde trabajaba mi papá, muchos inmigrantes después de la guerra española, comunistas, socialistas… todos comecuras. Uno de ellos se enfermó, y estuvo cuidado 30 días en casa, porque venía la hermana a curarlo de una enfermedad muy fea, muy difícil de curar. Los primeros días le dijo todas las palabrotas que conocía, y la hermana, en silencio, lo curaba. Terminada la historia, aquel hombre se reconcilió. Y una vez, saliendo del trabajo junto con otros, pasaban dos Hermanas y aquellos otros dijeron palabrotas, Y él le dio un puñetazo a uno de ellos Y lo tiro al suelo y le dijo así: “con Dios y con los curas métete lo que quieras, ¡pero con la Virgen y con las hermanas no te metas!”. Ustedes son la puerta, porque son madres, y la Iglesia es madre. La ternura de una madre, la paciencia de una madre… por favor, no devalúen su carisma de mujeres y el carisma de consagradas. Es importante que se involucren la pastoral para revelar el rostro de la Iglesia madre. Es importante que los obispos les llamen para los consejos, en los diversos consejos pastorales, porque siempre es importante la voz de la mujer, la voz de la consagrada, es importante. Y quisiera agradecer a las contemplativas que, con la oración y con el don total de la vida, son el corazón de la Iglesia madre y hacen latir en el Cuerpo de Cristo el amor que tanto une.

Celebrar, acompañar, Y ahora el último verbo, que en realidad es la primer cosa que hay que hacer: dar testimonio. Esto se refiere a todos y en particular vale para la vida religiosa, que es de por sí testimonio y profecía del Señor en el mundo. En el departamento donde vivía el padre Pino resalta una sencillez genuina. Es el signo elocuente de una vida consagrada al Señor, que no busca consolación y gloria del mundo. La gente busca esto en el sacerdote y en los consagrados, busca el testimonio. La gente no se escandaliza cuando ve que el sacerdote “se equivoca”, es un pecador, se arrepiente y sale adelante… El escándalo de la gente es cuando ve sacerdotes mundanos, con el espíritu del mundo. El escándalo de la gente es cuando encuentra en el sacerdote un funcionario, no un pastor. Y esto metan lo bien en la cabeza y en el corazón: ¡Pastores sí, funcionarios no! La vida habla más que las palabras. El testimonio contagia. Frente a Don Pino pidamos la gracia de vivir el Evangelio como él: a la luz del sol, inmerso con su gente, rico sólo del amor de Dios. Se pueden hacer muchas discusiones sobre la relación Iglesia-mundo y Evangelio-historia, pero no sirve si el Evangelio no pasa primero por la propia vida. Y el Evangelio nos pide, hoy más que nunca, esto: servir en la sencillez, en el testimonio. Esto significa ser ministros: no desarrollar las funciones, Sino servir alegres, sin depender de las cosas que pasan y sin ligarse a los poderes del mundo. Así, libres para dar testimonio, se manifiesta que la Iglesia es sacramento de salvación, esto es signo que señala e instrumento que ofrece la salvación al mundo.

La Iglesia no está sobre el mundo - esto es clericalismo - la Iglesia está dentro del mundo, para hacerlo fermentar, como levadura en la masa. por esto, queridos hermanos y hermanas, está prohibida toda forma de clericalismo. es una de las perversiones más difíciles de quitar hoy, el clericalismo: no tenemos ciudadanía en estas actitudes altas negras, arrogantes, o prepotentes. Para ser testigos creíbles hay que recordar que antes que ser sacerdotes somos siempre diáconos; antes que ser ministros sagrados somos hermanos de todos, servidores. ¿qué dirían ustedes a un obispo que me cuenta que algunos de sus sacerdotes no quieren ir a un pueblo cercano a decir una misa de difuntos si antes no llega el emolumento? ¿Qué le dirían a ese obispo? ¡Y los hay! Hermanos y hermanas, ¡los hay! Oremos por estos hermanos, funcionarios. También el carrerismo y el familismo son enemigos a eliminar, porque su lógica es la del poder, Y el sacerdote no es un hombre del poder, sino del servicio. La hermana no es mujer del poder, sino del servicio. Dar testimonio, entonces, quiere decir huir de toda doble vida, de esa hipocresía, que está tan ligada al clericalismo; huir de toda doble vida, en el seminario, en la vida religiosa, en el sacerdocio. No se puede vivir una doble moral: una para el pueblo de Dios y otra en la propia casa. No, el testimonio es uno solo. El testigo de Jesús pertenece a él siempre. Y por su amor emprende una batalla cotidiana contra sus servicios y contra toda mundanidad enajenante.

En fin, el testigo es aquel que sin tantos giros de palabras, sino con la sonrisa y con confiada serenidad sabe animar y consolar, porque revela con naturaleza la presencia de Jesús resucitado y vivo. Deseo a ustedes sacerdotes, consagradas y consagrados, seminaristas, que sean testigos de esperanza, como don Pino bien dijo una vez: “a quien está desorientado el testigo de la esperanza le señala no que es la esperanza, sino quien es la esperanza. La esperanza es Cristo, Y nos señala lógicamente a través de una propia vida orientada hacia Cristo” (Discurso al Congreso del movimiento “Presencia del Evangelio”, 1991). No con las palabras.

Les agradezco y les bendigo, y perdóneme si he sido un poco fuerte, pero a mí me gusta hablar así. Les deseo la alegría de celebrar, acompañar y dar testimonio del gran don que Dios ha puesto en sus corazones. Gracias y oren por mi.

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