PARA SEGUIR A CRISTO HAY QUE RENUNCIAR AL EGOÍSMO: ÁNGELUS DEL 16/09/2018

El Papa Francisco en su alocución previa al Ángelus de este 16 de septiembre, retomando la pregunta del Evangelio de hoy: ¿Quién es Jesús?, nos recuerda que la profesión de fe en Jesucristo no se detiene en las palabras, sino que pide ser autenticada por elecciones y gestos concretos, por una vida marcada por el amor de Dios y del prójimo. “Jesús nos dice que, para seguirlo, para ser sus discípulos, es necesario renunciar a nosotros mismos, o sea, renunciar a las pretensiones del orgullo propio, egoísta, y tomar la propia cruz”. Antes de interpelar directamente a los Doce, dijo el Papa, Jesús quiere saber de ellos que piensa de él la gente, y sabe bien que los discípulos son muy sensibles a la popularidad del Maestro. Pero en realidad, como dijo Francisco, a Jesús no le interesan los sondeos y el chismorreo de la gente. Él no acepta ni siquiera que sus discípulos respondan a sus preguntas con fórmulas ya elaboradas, citando personajes famosos de la Sagrada Escritura, porque una fe que se reduce a las fórmulas es una fe miope. Reproducimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el pasaje evangélico de hoy (Mc 8, 27-35), regresa la pregunta que atraviesa todo el Evangelio de Marcos: ¿quién es Jesús? Pero esta vez, es Jesús mismo quien la propone a sus discípulos, ayudándolos gradualmente a enfrentar la interrogante de su identidad. Antes de interpelarlos directamente, a los Doce, Jesús quiere escuchar de ellos qué piensa la gente de Él – ¡y sabe bien que los discípulos son muy sensibles a la popularidad del Maestro! Por ello pregunta: «La gente, ¿quién dice que soy?» (v. 27). Ahí surge que Jesús es considerado por el pueblo como un gran profeta. Pero, en realidad, a Él no le interesan las encuestas ni el chismorreo de la gente. Mucho menos acepta que sus discípulos respondan a sus preguntas con fórmulas prefabricadas, citando personas célebres de la Sagrada Escritura, porque una fe que se reduce a las fórmulas es una fe miope.

El Señor quiere que sus discípulos de ayer y de hoy establezcan con Él una relación personal, y así lo acojan al centro de sus vidas. Por eso los impulsa a preguntarse en verdad frente a sí mismos y pregunta: «Pero ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» (v. 29). Jesús, hoy, dirige esta pregunta tan directa y confidencial a cada uno de nosotros: “¿Tú quién dices que soy yo?, ustedes, ¿quién dicen que soy yo? ¿Quién soy yo para ti?”. Cada uno está llamado a responder, en el propio corazón, dejándose iluminar por la luz que el Padre nos da para conocer a su Hijo Jesús. Y puede sucedernos a nosotros, como a Pedro, que afirmemos con entusiasmo: «Tú eres el Cristo». Sin embargo cuando Jesús nos dice claramente lo que dijo a sus discípulos, o sea que su misión se lleva a cabo no en el amplio camino del éxito, sino en el arduo sendero del Siervo sufriente, humillado, rechazado y crucificado, entonces puede pasarnos también a nosotros, como a Pedro, que protestemos y nos rebelemos porque esto contrasta con nuestras expectativas, con las expectativas mundanas. En esos momentos, también nosotros merecemos el saludable reproche de Jesús: «¡Apártate de mí, Satanás! Porque tu no piensas según Dios, sino según los hombres» (v.33).

Hermanos y hermanas, la profesión de fe en Jesucristo no puede detenerse en las palabras, sino que pide ser autenticada por elecciones y gestos concretos, por una vida marcada por el amor de Dios, por una vida grande, por una vida con mucho amor al prójimo. Jesús nos dice que para seguirlo, para ser sus discípulos, es necesario negarse a sí mismo (v. 34), o sea a las pretensiones del propio orgullo egoísta, y tomar la propia cruz. Después da a todos una regla fundamental. ¿Y cuál es esta regla? «El que quiera salvar su vida la perderá» (v.35). En la vida, a menudo, por muchas razones, equivocamos el camino, buscando la felicidad sólo en las cosas, o en las personas que tratamos como cosas. Pero la felicidad la encontramos solamente cuando el amor, el verdadero, nos encuentra, nos sorprende, nos cambia. ¡El amor cambia todo! Y el amor puede cambiarnos también a cada uno de nosotros. Los testimonios de los santos lo demuestran.

Que la Virgen María, que vivió su fe siguiendo fielmente a su Hijo Jesús, nos ayude también a caminar en su camino, gastando generosamente nuestras vidas por Él y por nuestros hermanos.

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