COMBATIR LAS LLAGAS DE SICILIA CON UNA NUEVA EVANGELIZACIÓN: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO CON FIELES EN PIAZZA ARMERINA (16/09/2018)

Aprender a reconocer en los sufrimientos humanos las mismas heridas del Señor y tocarlas en nuestras llagas, en las de nuestros amigos, en las de nuestra sociedad: fue el consejo del Papa Francisco la mañana de este 15 de septiembre a los fieles sicilianos congregados en la Diócesis de Piazza Armerina, primera etapa de su visita apostólica a Palermo. Tras escuchar el saludo de obispo, Mons. Rosario Gisana, el Pontífice dirigió a los fieles presentes un extenso discurso intercalado por reflexiones espontáneas que los fieles acogieron con aplausos. Son las llagas del subdesarrollo social y cultural; la explotación de los trabajadores y la falta de empleo decente para los jóvenes; la migración de familias enteras; la usura, entre otras, las que afligen a sociedad centro-siciliana que el Papa enumeró, recordando que ante este sufrimiento “la comunidad eclesial puede aparecer, a veces, desconcertada y cansada”. Compartimos a continuación, el texto completo de su discurso, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Estoy contento de encontrarme entre ustedes. ¡Es hermoso el sol de Sicilia!¡Es hermoso! Gracias por esta calurosa acogida. Agradezco al obispo Mons. Rosario Gisana, al Síndico y las demás autoridades, como también a todos aquellos que colaboraron en esta visita.

Su obispo acaba de recordar la opción que la Iglesia de Piazza Armerina está llevando a cabo con gozosa esperanza, en medio de las distintas problemáticas que limitan la serenidad de este territorio. No son pocas las llagas que les afligen. Éstas tienen un nombre: subdesarrollo social y cultural; explotación de los trabajadores y falta de trabajo digno para los jóvenes; migraciones de núcleos familiares completos; alcoholismo y otras dependencias; juegos de azar; destrucción de vínculos familiares. Y frente a tanto sufrimiento, la comunidad eclesial puede aparecer, a veces, desorientada y cansada; a veces en cambio, gracias a Dios, es vivaz y profética, mientras busca nuevos modos de anunciar y ofrecer misericordia sobre todo a los hermanos caídos en la insatisfacción, en la desconfianza, en la crisis de la fe. Porque es verdad: no es fácil llevar adelante la fe entre tantas problemáticas. No es fácil, lo entiendo.

Considerar las llagas de la sociedad y de la Iglesia no es una acción denigrante y pesimista. Si queremos dar concreción a nuestra fe, debemos aprender a reconocer en estos sufrimientos humanos las mismas llagas del señor. Mirarlas, tocarlas (cf Jn 20, 27). Tocar las llagas del Señor en nuestras llagas, en las llagas de nuestra sociedad, de nuestras familias, de nuestra gente, de nuestros amigos. Tocar las llagas del Señor ahí. Y esto significa para nosotros cristianos asumir la historia y la carne de Cristo Como lugar de salvación y liberación. Los exhorto, por tanto, a comprometerse por la nueva evangelización de este territorio Centro círculo, a partir justamente de sus cruces y sufrimientos. Después de haber concluido el bicentenario de su Diócesis, les espera una misión irresistible, para proponer de nuevo el rostro de una Iglesia sinodal y de la Palabra; Iglesia de la caridad misionera; Iglesia comunidad eucarística.

La perspectiva de una Iglesia sinodal y de la Palabra requiere el valor de la escucha recíproca, pero sobretodo la escucha de la Palabra del Señor. Por favor, no antepongan nada al centro esencial de la comunión cristiana, que es la Palabra de Dios, tenemos estas si no hagan la suya especialmente mediante la lectio divina, momento admirable de encuentro corazón a corazón con Jesús, de estar a los pies del divino Maestro. Palabra de Dios Y comunión sino dar al sol la mano tendida a cuantos viven entre esperanzas y desilusiones e invocar una Iglesia misericordiosa, cada vez más abierta a la acogida de cuantos se sienten vencidos en el cuerpo y en el espíritu, o son relegados a los márgenes. Para realizar esta misión, es necesario reconstruirse siempre al espíritu de la primera comunidad cristiana que, animada por el fuego de Pentecostés, ha dado testimonio con valor de Jesús Resucitado. Entren con confianza, queridos hermanos y hermanas, en el tiempo del discernimiento y de las opciones fecundas, útiles para su felicidad Y para el desarrollo armonioso. Pero para ir adelante en esto, deben estar habituados a la Palabra de Dios: leer el Evangelio, todos los días, un pequeño pasaje del Evangelio. No toma más de cinco minutos. Quizá un pequeño Evangelio en el bolsillo, en la bolsa… tomarlo, mirar, y leer. Y así, todos los días, de gota a gota, el Evangelio entrará en nuestro corazón y nos hará más discípulos de Jesús Y más fuertes para salir, ayudar en todas las problemáticas de nuestra ciudad, de nuestra sociedad, de nuestra Iglesia. Háganlo, háganlo. Pido al Obispo que facilite la posibilidad de tener un pequeño Evangelio para todos aquellos que lo pidan, para llevarlo consigo. La lectura de la Palabra de Dios los hará fuertes.

Para ser Iglesia de la caridad misionera, es necesario prestar atención al servicio de la caridad que hoy se requiere en las circunstancias concretas. Los sacerdotes, los diáconos, los consagrados y los fieles laicos están llamados a sentir compasión evangélica - esta palabra es clara, es aquello que sentía Jesús: compasión evangélica - por tantos males de la gente, convirtiéndose en apóstoles itinerantes de misericordia en el territorio, a imitación de Dios que «es ternura y quiere conducirnos a un itinerario constante y renovador» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 134). Con sencillez vayan por los paseos, los cruces de caminos, las plazas y los lugares de vida diaria, y lleven a todos la buena noticia de que es posible una convivencia justa entre nosotros y que la vida no es oscura maldición que hay que soportar de manera fatalista, sino confianza en la bondad de Dios y en la caridad de los hermanos.

Es importante favorecer en las parroquias y en las comunidades la caridad evangélica, la solidaridad y la solicitud fraterna, rehuyendo la tentación mundana del vivir detenidos, de pasarla bien, sin preocuparse de las necesidades de los demás. Los aliento a continuar en su servicio eclesial que se expresa en obras concretas: centros de escucha Caritas, mesas y refugios para los hermanos menos afortunados, estructuras para recibir a Jesús prófugo Y perdido en casas de amor para los ancianos que Están solos y desanimados. Por favor, ¡no dejen solos a los ancianos! A nuestros abuelos. Ellos son nuestra identidad, son nuestras raíces, ¡y nosotros no queremos ser un pueblo sin raíces! Nuestras raíces son nuestros viejos. ¡Adelante! Tener cuidado de los ancianos, de los viejos. Tener cuidado de los abuelos. Y que los jóvenes hablen con los abuelos, así tomarán las raíces. No olviden que la caridad cristiana no se contenta con asistir; no es filantropía - las dos cosas son distintas: caridad cristiana y filantropía - pero impulsa al discípulo y a la comunidad entera a ir hacia las causas de los inconvenientes y tratar de removerlos, en cuanto sea posible, junto con los mismos hermanos necesitados, integrándolos en nuestro trabajo.

Un aspecto de la caridad misionera es también el de dedicar atención a los jóvenes y a sus problemas. Veo aquí en numerosos jóvenes hombres y mujeres, que colorean de esperanza y de alegría a la asamblea. Queridos amigos, ustedes jóvenes, muchachos y muchachas, les saludo a todos y les animo hacer gozo sus artífices de su destino. Miren siempre adelante, sin olvidar las raíces. Sepan que Jesús los ama: él es un amigo sincero y fiel, que no los abandonará jamás;¡de El pueden confiarse! En los momentos de duda - todos hemos tenido de jóvenes momentos feos, de duda -, en los momentos de dificultad, pueden contar con la ayuda de Jesús, sobre todo para alimentar sus grandes ideales. Y en la medida en que cada uno pueda, es bueno también que confíen en la iglesia, llamada a interceptar sus necesidades de autenticidad Y a ofrecerles un ambiente alternativo al que los fatiga cada día, donde poder reencontrar el gusto de la oración, de la unión con Dios, del silencio que lleva al corazón hacia la profundidad de su ser y de la santidad. Muchas veces he escuchado a algún joven que decía: “yo sí, confío en Dios, pero no en la Iglesia” - ¿Pero por qué? - “Porque soy un comecuras”. Ah, tú eres un comecuras, ahora acércate al cura y dile: “Yo no confío en ti por esto, por esto y por esto”. ¡Acércate! Acércate también al Obispo, y dile a la cara: “Yo no confío en la iglesia por esto, por esto y por esto”. ¡Esta es una juventud valerosa! Pero con el deseo de escuchar la respuesta. Quizá ese día el cura se enfermará del hígado y te hará salir, pero será sólo por aquella ocasión, siempre te dirá algo. ¡Escuchar! ¡Escuchar! Y ustedes, sacerdotes, tengan paciencia, paciencia constructiva para escuchar a los jóvenes, porque siempre, en las inquietudes de los jóvenes, están las semillas del futuro. Y tú debes tomarlas, y ayudar a los jóvenes a ir hacia delante. Se necesita diálogo.

El tercer elemento que les indico es el de la Iglesia comunidad eucarística. De allí, de la Eucaristía, tomamos el amor de Cristo para llevarlo a los caminos del mundo, para ir con Él al encuentro de los hermanos. Con Jesús, con Él - este es el secreto - se puede consagrar a Dios toda realidad, hacer que su Rostro se imprima en los rostros, su amor llene los vacíos con amor. En cuanto a lo que se refiere a la participación en la Santa Misa, especialmente en la dominical, es importante no estar obsesionados con los números: los exhorto a vivir la beatitud de la pequeñez, el ser grano de mostaza, pequeño rebaño, puño de levadura, flama tenaz, grano de sal. ¿Cuántas veces he escuchado: “Ah, padre yo rezo, pero no voy a Misa, no voy” - ¿Pero por qué? - “Porque la predicación me aburre, dura 40 minutos”. No, 40 minutos debe durar toda la Misa. Pero la predicación de más de ocho minutos no está bien.

La Eucaristía y el sacerdocio ministerial son inseparables: el sacerdote es el hombre de la Eucaristía. Dirijo un pensamiento particular a los presbíteros, valientes hermanos, y los exhorto a compactarse en torno al Obispo y entre ustedes para llevar a todos al Señor. Queridos sacerdotes, ¡qué necesario es construir con paciencia la alegría de la familia presbiteral, amándose y sosteniéndose unos a otros! Es hermoso trabajar juntos, considerando a los hermanos “superiores a ustedes mismos” (cf Fil 2, 3). En medio del pueblo de Dios a ustedes confiado, están llamados a hacer los primeros en superar los obstáculos, los prejuicios que dividen; los primeros en quedarse en contemplación humilde frente a la difícil historia de esta tierra, con la sabia caridad pastoral que es don del Espíritu; los primeros en indicar senderos a través de los cuales la gente puede ir hacia espacios abiertos de rescate y verdadera libertad. Consolados por Dios, ustedes podrán ser consoladores, enjugar lágrimas, curar heridas, reconstruir vidas, vidas rotas que se confían a su ministerio (cf Hch 5, 14-16). A ustedes sacerdotes, me permito darles una receta, no sé si les servirá: ¿Cómo termino mi día? ¿Para dormir necesito tomar pastillas? Entonces algo no ha ido bien. Pero si termino el día cansado, cansadísimo, las cosas van bien. Éste es un punto importante.

Queridos hermanos y hermanas, sería hermoso estar juntos todavía un poco más. Siento el calor de su fe y las esperanzas que traen en el corazón, pero me esperan en Palermo, donde haremos memoria agradecida del sacerdote mártir Pino Puglisi. Supe que, hace 25 años, apenas un mes antes de su asesinato, el pasó algunos días aquí, en Piazza Armerina. Había venido para encontrar a los seminaristas, alumnos suyos en el Seminario Mayor de Palermo. Un pasaje profético, creo yo. Una entrega, no sólo a los sacerdotes, sino a todos los fieles de esta diócesis: ¡para amar a Jesús, y servir a los hermanos hasta el fin! Encomiendo a todos a la Virgen María, que es venerada como Virgen de las Victorias. En silencio, ahora en silencio oramos: “Dios te salve María…”. Que ella nos sostenga en el combate espiritual y nos oriente con decisión hacia la victoria de la Resurrección. Los bendigo a todos de corazón y les pido por favor rezar por mi. ¡Buen día a todos!

Ahora les daré la bendición, pero preparemos el corazón para recibirla. Cada uno piense en sus seres queridos, para que esta bendición descienda sobre sus seres queridos. Piense en sus amigos. Y piense también en los enemigos, en las personas a las que no deseamos el bien, y que no nos desean el bien. Abrir el corazón a todos, para que esta bendición descienda sobre todos.

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