LOS LAICOS DEBEN SER ESCUCHADOS POR CONVICCIÓN, NO POR CONCESIÓN: PALABRAS DEL PAPA A LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA (30/04/2021)

Al recibir al mediodía de este 30 de abril, en la Sala Clementina, a los miembros de la Acción Católica Italiana con motivo de su Asamblea Nacional, el Sumo Pontífice señaló que la labor de la asociación debe tener como característica la gratuidad, la humildad y la mansedumbre. Es “una experiencia de pueblo”, les recordó, por eso les confió, en este tiempo particular, a los más afectados por la pandemia. Y les hace presente la valiosa contribución que puede venir de los laicos, pues la laicidad, señala, “es antídoto contra la autorreferencialidad”. Transcribimos a continuación, el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Los saludo con afecto, contento de encontrarles en los días de su décimo séptima Asamblea Nacional, y agradezco al Presidente nacional y al Asistente eclesiástico general por sus palabras de introducción. Deseo ofrecerles alguna idea para regresar a reflexionar sobre la tarea de una realidad como la Acción católica Italiana, de modo particular dentro de un tiempo como el que estamos viviendo. Seguiré las tres palabras acción, católica e italiana.

1 Acción

Podemos preguntarnos qué significa esta palabra “acción”, y sobre todo de quién es la acción. El último capítulo del Evangelio de Marcos, después de haber relatado la aparición de Jesús a los Apóstoles y la invitación que les dirige a ir por todo el mundo y proclamar el Evangelio a toda creatura, se concluye con esta afirmación: «el Señor actuaba junto con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que la acompañaban» (16, 20). ¿De quién es entonces la acción? El Evangelio nos asegura que el actuar pertenece al Señor: es Él quien tiene la exclusiva, caminando “de incógnito” en la historia que vivimos.

Recordar esto no nos quita responsabilidad, sino que nos lleva de nuevo a nuestra identidad de discípulos-misioneros. De hecho el relato de ;arcos agrega inmediatamente después que los discípulos «partieron» rápidamente «y predicaron por todas partes» (ibíd.) . El Señor actuaba y ellos partían. Recordar que la acción pertenece al Señor, permite sin embargo no perder nunca de vista que es el Espíritu la fuente de la misión: su presencia es causa – y no efecto – de la misión. Permite tener siempre bien presente que «nuestra capacidad viene de Dios» (2 Cor 3, 5); que la historia es guiada por el amor del Señor y nosotros somos co-protagonistas. Que también sus programas, por tanto, se propongan reencontrar y anunciar en la historia los signos de la bondad del Señor.

La pandemia ha terminado con tantos proyectos, a pedido a cada uno confrontarse con lo imprevisto. Acoger lo imprevisto, en lugar de ignorarlo o rechazarlo, significa permanecer dóciles al Espíritu y, sobre todo, fieles a la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

El evangelista subraya que Jesús “confirmaba la Palabra con los signos”. ¿Qué significa? Que lo que ponemos en acción tiene un origen preciso: la escucha y acogida del Evangelio. Pero también quiere decir que debe haber una relación fuerte entre lo que se escucha y lo que se vive. Vivir la Palabra es proclamar la Palabra [conectada] a la vida. Los invita entonces a actuar para que la búsqueda de una síntesis entre Palabra y vida, que hace de la fe una experiencia encarnada, siga caracterizando los caminos formativos de la Acción Católica.

Y hablando del Espíritu, que es el que nos hace avanzar, y hablando del Señor que actúa, que nos acompaña, que está con nosotros, debemos tener mucho cuidado a no caer en las ilusiones del funcionalismo. Los programas, los organigramas sirven, pero como punto de partida, como inspiración; lo que hace avanzar en el Reino de Dios es la docilidad al Espíritu, es el Espíritu, nuestra docilidad y la presencia del Señor. La libertad del Evangelio. Es triste ver cuántas organizaciones caen en la trampa de los organigramas: todo perfecto, todas instituciones perfectas, todo el dinero necesario, todo perfecto… Pero dime: la fe ¿dónde está? El Espíritu ¿dónde está? “No, lo estamos buscando juntos, sí, según el organigrama que estamos haciendo”. Tengan cuidado con los funcionalismos. Tengan cuidado de no caer en la esclavitud de los organigramas de las cosas “perfectas”… El Evangelio es desorden porque el Espíritu, cuando llega, hace ruido hasta el punto que la acción de los Apóstoles parece acción de borrachos; así decían: “¡Están borrachos!” (cf. Hch 2, 13). La docilidad al Espíritu es revolucionaria, porque Jesucristo es revolucionario, porque la Encarnación es revolucionaria, porque la Resurrección es revolucionaria. También su envío debe ser con esta característica revolucionaria.

¿Qué características debe tener la acción, la obra de la Acción Católica? Diré antes que nada la gratuidad. El impulso misionero no se coloca en la lógica de la conquista sino en la del don. La gratuidad, fruto maduro del don de sí mismo, les pide dedicarse a sus comunidades locales, asumiendo la responsabilidad del anuncio; les exige escuchar sus territorios, sintiendo las necesidades, tejiendo relaciones fraternas. La historia de su Asociación está hecha de muchos “santos de la puerta de junto” – ¡muchos! –, y es una historia que debe continuar: la santidad es herencia que cuidar y vocación que acoger.

Una segunda característica se su actuar que quiero subrayar es la de la humildad, de la mansedumbre. La Iglesia está agradecida con la Asociación a la que pertenecen, porque su presencia a menudo no hace ruido – dejan que el ruido lo haga el Espíritu, ustedes no hacen ruido –, pero es una presencia fiel, generosa, responsable. Humildad y mansedumbre son las llaves para vivir el servicio, no para ocupar espacios sino para iniciar procesos. Estoy contento porque en estos años han tomado en serio el camino indicado en Evangelii gaudium. Continúen por este camino: ¡hay mucho camino por andar! Esto, en lo que respecta a la acción.

2 Católica – segunda palabra.

La palabra “católica”, que califica su identidad, dice que la misión de la Iglesia no tienen límites. Jesús llamó a los discípulos a una experiencia de un fuerte compartir la vida con Él, pero los reunió ahí donde vivían y trabajaba. Y los llamó tal como eran. También a ustedes se les pide tomar cada vez más consciencia de que ser “con todos y para todos” (cf. Evangelii gaudium, 273) no significa “diluir” la misión, “licuarla”, sino tenerla bien unida a la vida concreta, a la gente con quien viven.

La palabra “católica” se puede entonces traducir con la expresión “hacerse prójimo”, porque es universal, “hacerse prójimo”, pero de todos. El tiempo de la pandemia, que ha pedido y todavía ahora exige aceptar formas de distanciamiento, ha hecho aún más evidente el valor de la cercanía fraterna: entre las personas, entre las generaciones, entre los territorios. Ser asociación es precisamente una forma para expresar este deseo de vivir y creer juntos. A través de su ser asociación, hoy dan testimonio de que la distancia no puede jamás convertirse en indiferencia, no puede nunca traducirse en extrañeza. Existe la mala distancia, la de mirar hacia otra lado, la indiferencia, la frialdad: yo tengo lo mío, no necesito…, sigo adelante.

Pueden hacer mucho en este campo, precisamente porque son una asociación de laicos. El peligro es la clericalización de la Acción Católica, pero de esto hablaremos otra vez, porque será muy largo… Es una tentación de todos los días. Está aún difundida la tentación de pensar que la promoción del laicado – ante tantas necesidades eclesiales – pase por una mayor involucración de los laicos en las “cosas de los curas”, en la clericalización. Con el riesgo de que se termine por clericalizar a los laicos. Pero ustedes, para ser valorados, no necesitan convertirse en algo distinto de lo que son por el Bautismo. Su laicidad es riqueza para la catolicidad de la Iglesia, que quiere ser levadura, “sal de la tierra y luz del mundo”.

En particular, ustedes laicos de la Acción Católica pueden ayudar a la Iglesia toda y a la sociedad a pensar de nuevo juntos qué tipo de humanidad queremos ser, qué tierra queremos habitar, qué mundo queremos construir. También ustedes están llamados a llevar una contribución original a la realización de una nueva “ecología integral”: con sus capacidades, su pasión, su responsabilidad.

El gran sufrimiento humano y social generado por la pandemia corre el riesgo de convertirse en catástrofe educativa y emergencia económica. Cultivemos una actitud sabia, como hizo Jesús, quien «aprendió la obediencia de las cosas que padeció» (Hb 5, 8). Debemos preguntarnos también nosotros: ¿qué podemos aprender de este tiempo y de este sufrimiento? “Aprendió la obediencia”, dice la Carta a los Hebreos, es decir aprendió una forma alta y exigente de escucha, capaz de permear a la acciones. Ponernos a la escucha de este tiempo es un ejercicio de fidelidad al que no podemos sustraernos. Les encomiendo sobre todo a quien ha sido muy afectado por la pandemia y a quien corre el riesgo de pagar el precio más alto: los pequeños, los jóvenes, los ancianos, cuantos han experimentado la fragilidad y la soledad.

Y no olvidemos que su experiencia asociativa es “católica” porque involucra a niños, jóvenes, adultos, ancianos, estudiantes, trabajadores: una experiencia de pueblo. La catolicidad es precisamente la experiencia del santo pueblo fiel de Dios: ¡no pierdan nunca el carácter popular! En este sentido, de ser pueblo de Dios.

3 Tercera palabra: Italiana

El tercer término es “italiana”. Su Asociación siempre ha estado inserta en la historia italiana y ayuda a la Iglesia en Italia a ser generadora de esperanza para todo su país. Ustedes pueden ayudar a la comunidad eclesial a ser fermento de diálogo en la sociedad, en el estilo que señalé en el Convenio de Florencia. Y la Iglesia italiana retomará, en esta Asamblea [de los Obispos] de mayo, el Convenio de Florencia, para evitar la tentación de archivarlo, y lo hará a la luz del camino sinodal que comenzará la iglesia italiana, que iniciará en toda comunidad cristiana, desde abajo, desde abajo, desde abajo hacia arriba. Y la luz, de arriba hacia abajo, será el Convenio de Florencia.

Una Iglesia del diálogo es una Iglesia sinodal, que se pone en conjunto a la escucha del Espíritu y de esa voz de Dios que se escucha a través del grito de los pobres y de la tierra. En efecto, esto sinodal no es tanto un plan para programar o realizar, sino ante todo es un estilo que encarnar. Y debemos ser precisos, cuando hablamos de sinodalidad, de camino sinodal, de experiencia sinodal. No es un parlamento, la sinodalidad no es hacer un parlamento. Al sinodalidad no es solamente la discusión de los problemas, de distintas cosas que hay en la sociedad… Es más. La sinodalidad no es buscar una mayoría, un acuerdo sobre soluciones pastorales que debemos hacer. Sólo esto no es sinodalidad; esto es un bonito “parlamento católico”, está bien, pero no es sinodalidad. Porque falta el Espíritu. Lo que hace que la discusión, el “parlamento”, la búsqueda de cosas se conviertan en sinodalidad es la presencia del Espíritu: la oración, el silencio, el discernimiento de todo lo que compartimos. No puede existir sinodalidad sin el Espíritu, y no existe el Espíritu sin la oración. Esto es muy importante.

La Iglesia del diálogo es una Iglesia sinodal, que se pone en conjunto a la escucha del Espíritu y de esa voz de Dios que se escucha a través del grito de los pobres y de la tierra. En general, también los pecadores son los pobres de la tierra. En efecto, esto sinodal no es tanto un plan para programar o realizar, sino ante todo es un estilo que encarnar.

En este sentido su Asociación constituye una “palestra” de sinodalidad, y esta actitud suya ha sido y podrá seguir siendo un importante recurso para la Iglesia italiana, que se está interrogando sobre cómo madurar este estilo en todos sus niveles. Diálogo, discusión, búsqueda, pero con el Espíritu Santo.

Su contribución más preciosa podrá venir, una vez más, de su laicidad, que es un antídoto contra la autorreferencialidad. Es curioso: cuando no se vive la verdadera laicidad en la Iglesia, se cae en la autorreferencialidad. Hacer sínodo no es mirarse al espejo, ni tampoco mirar a la Diócesis o a la Conferencia Episcopal, no, no es esto. Es caminar juntos detrás del Señor y hacia la gente, bajo la guía del Espíritu Santo. La laicidad es también un antídoto a lo abstracto: un camino sinodal debe conducir a hacer elecciones. Y estas elecciones, para ser prácticas, deben partir de la realidad, no de las tres o cuatro ideas que están de moda o que salieron de la discusión. No para dejarla como es, a la realidad, no, evidentemente, sino para tratar de incidir en ella para hacerla crecer en la línea del Espíritu Santo, para transformarla según el proyecto del Reino de Dios.

Hermanos y hermanas, deseo buen trabajo a su Asamblea. Que pueda contribuir a hacer madurar la consciencia de que, en la Iglesia, la voz de los laicos no debe ser escuchada “por concesión”, no. A veces la voz de los curas, o de los Obispos, debe ser escuchada, y en algunos momentos “por concesión”; siempre debe ser “por derecho”. Pero también la de los laicos “por derecho”, no “por concesión”. Ambas. Debe ser escuchada por convicción, por derecho, porque todo el pueblo de Dios es “infalible in credendo”. Y bendigo de corazón a todas sus asociaciones territoriales. Y por favor, no se olviden de orar por mí, ¡porque este trabajo no es para nada sencillo! Gracias.

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