RECIBIR A JESÚS COMO REY DE NUESTRA VIDA: ÁNGELUS DEL 25/11/2018

Ni la lluvia ni el frío otoñal detuvieron a los fieles que se dieron cita en la Plaza de San Pedro para rezar la oración mariana del Ángelus con el Papa Francisco. Concurrieron en miles – incluidos los numerosísimos grupos de coro provenientes del mundo entero – este 25 de noviembre, Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. En su alocución previa al rezo mariano, el Pontífice explicó que la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, “se sitúa al final del año litúrgico”, y nos recuerda que “la vida de la creación no avanza por casualidad, sino que procede hacia una meta final: la manifestación definitiva de Cristo, Señor de la historia y de toda la creación”. El final de la historia – dijo el Santo Padre – será su reino eterno. Reproducimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, que celebramos hoy, está colocada al término del año litúrgico y recuerda que la vida de la creación no avanza por casualidad, sino que avanza hacia una meta final: la manifestación definitiva de Cristo, Señor de la historia y de toda la creación. La conclusión de la historia será su reino eterno. El pasaje evangélico de hoy (cf. Jn 18, 33b-37) nos habla de este reino, relatando la situación humillante en que se encontró Jesús después de ser arrestado en Getsemaní: atado, insultado, acusado y llevado ante las autoridades de Jerusalén. Y después, es presentado al procurador romano, como alguien que atenta contra el poder político, para convertirse en el rey de los judíos. Pilatos entonces hace su pregunta y en un interrogatorio dramático le pregunta dos veces si Él es un rey (cf. vv. 33b.37).

Y Jesús primero responde que su reino «no es de este mundo» (v. 36). Después afirma: «Tú lo dices: yo soy rey» (v.37). Es evidente en toda su vida que Jesús no tiene ambiciones políticas. Recordemos que después de la multiplicación de los panes, la gente, entusiasmada con el milagro, habían querido proclamarlo rey, para derrocar al poder romano y restablecer el reino de Israel. Pero para Jesús, el reino es otra cosa, y ciertamente no se logra con la revuelta, la violencia y la fuerza de las armas. Por tanto se había retirado solo a la montaña para orar (cf. Jn 6, 5-15). Ahora, respondiendo a Pilatos, le hace notar que sus discípulos no combatieron para defenderlo. Dice: «Si mi reino fuera de este mundo, mis sirvientes habrían luchado para que yo no fuera entregado a los judíos» (v.36).

Jesús quiere hacer entender que más allá del poder político hay otro mucho mayor, que no se logra por medios humanos. Él vino a la tierra para ejercer este poder, que es el amor, dando testimonio de la verdad (v. 37). Se trata de la verdad divina que, en última instancia, es el mensaje esencial del Evangelio: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8) y quiere establecer en el mundo su reino de amor, de justicia y de paz. Y este es el reino del cual Jesús es el rey, y que se extiende hasta el fin de los tiempos. La historia nos enseña que los reinos fundados en el poder de las armas y la prevaricación son frágiles y tarde o temprano se derrumban. Pero el reino de Dios se basa en su amor y se enraíza en los corazones – el Reino de Dios se enraíza en los corazones –, concediendo a quien lo acoge paz, libertad y plenitud de vida. Todos nosotros queremos paz, todos nosotros queremos libertad y queremos plenitud. ¿Cómo se hace esto? Deja que el amor de Dios, el reino de Dios, el amor de Jesús se enraíce en tu corazón y tendrás, paz, tendrás libertad y tendrás plenitud.

Jesús hoy nos pide que dejemos que Él se convierta en nuestro rey. Un rey que con su palabra, su ejemplo y su vida inmolada en la cruz nos ha salvado de la muerte, y señala – este rey – el camino al hombre perdido, da luz nueva a nuestra existencia marcada por la duda, por el miedo y por las pruebas de cada día. Pero no debemos olvidar que el reino de Jesús no es de este mundo. Él podrá dar un nuevo sentido a nuestra vida, a veces sometida a dura prueba incluso por nuestros errores y nuestros pecados, sólo con la condición de que no sigamos la lógica del mundo y de sus “reyes”.

Que la Virgen María nos ayude a acoger a Jesús como rey de nuestra vida y a difundir su reino, dando testimonio de la verdad que es el amor.

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