NO SE PUEDE AMAR AL PRÓJIMO SIN AMAR A DIOS: ÁNGELUS DEL 04/11/2018

“Dios, que es amor, nos creó por amor y para que podamos amar a los demás permaneciendo unidos a Él. Sería ilusorio pretender amar al prójimo sin amar a Dios; y también sería ilusorio pretender amar a Dios sin amar al prójimo. Las dos dimensiones del amor, a Dios y al prójimo, en su unidad, caracterizan al discípulo de Cristo”. Con estas palabras el Papa se dirigió a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro para recordar el Evangelio de este 4 de noviembre, que nos invita a todos a proyectarnos no sólo hacia las urgencias de nuestros hermanos más pobres, sino sobre todo a estar atentos a su necesidad de cercanía fraterna, de sentido de la vida y de ternura. Se trata de evitar, dijo el Papa, el riesgo de ser comunidades que viven de muchas iniciativas, pero con pocas relaciones: “estaciones de servicio” pero con poca compañía, en el sentido pleno y cristiano del término. Compartimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Al centro del Evangelio de este domingo (cf Mc 12, 28b-34), está el mandamiento del amor: amor a Dios y amor al prójimo. Un escriba pregunta a Jesús: «¿Cuál es el primer mandamiento de todos los mandamientos?» (v. 28). Él responde citando esa profesión de fe con que todo israelita abre y cierra su día y que comienza con las palabras «¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor» (Dt 6, 4). En este modo Israel custodia su fe en la realidad fundamental de todo su credo: existe un solo Señor y ese Señor es “nuestro” en el sentido de que se ha unido a nosotros con un pacto indisoluble, nos ha amado, nos ama y nos amará por siempre. Es de esta fuente, de este amor de Dios, que deriva para nosotros el doble mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, con toda tu mente, con toda tu fuerza. […] Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (vv. 30-31).

Escogiendo estas dos Palabras dirigidas por Dios a su pueblo y poniéndolas juntas, Jesús ha enseñado una vez y para siempre que el amor por Dios y el amor por el prójimo son inseparables, aún más, se sostienen uno al otro. Incluso se colocan en secuencia, estos son las dos caras de una única medalla: ¡vividos juntos son la verdadera fuerza del creyente! Amar a Dios es vivir de Él y para Él, por aquello que Él es y por aquello que Él hace. Y nuestro Dios es donación sin reservas, es perdón sin límites, es relación que promueve y hace crecer. Por ello, amar a Dios quiere decir investir cada día las propias energías para ser sus colaboradores en el servir sin reservas a nuestro prójimo, en el buscar perdonar sin límites y en el cultivar relaciones de comunión y de fraternidad.

El evangelista Marcos no se preocupa en especificar quién es el prójimo, porque el prójimo es la persona que yo encuentro en el camino, en mis días. No se trata de pre-seleccionar a mi prójimo: esto no es cristiano. Yo pienso que mi prójimo es el que he pre-seleccionado: no, esto no es cristiano, es pagano; se trata de tener ojos para verlo y corazón para desear su bien. Si nos ejercitamos en ver con la mirada de Jesús, nos pondremos siempre en escucha y junto a quien tiene necesidad. Las necesidades del prójimo requieren ciertamente respuestas eficaces, pero antes que nada piden compartir. Con una imagen podemos decir que el hambriento tiene necesidad no sólo de un plato de comida, sino también de una sonrisa, de ser escuchado y también de una oración, tal vez hecha juntos. El Evangelio de hoy invita a todos nosotros a ser proyectados no sólo hacia las urgencias de los hermanos más pobres, sino sobretodo a estar atentos a sus necesidades de cercanía fraterna, de sentido de la vida, de ternura. Esto interpela a nuestras comunidades cristianas: se trata de evitar el riesgo de ser comunidades que viven de muchas iniciativas pero de pocas relaciones; el riesgo de comunidades “estaciones de servicio” pero de poca compañía, en el sentido pleno y cristiano de estos términos.

Dios, que es amor, nos ha creado por amor y para que podamos amar a los demás permaneciendo unidos a Él. Sería ilusorio pretender amar al prójimo sin amar a Dios; y sería aún más ilusorio pretender amar a Dios sin amar al prójimo. Las dos dimensiones del amor, por Dios y por el prójimo, en su unidad caracterizan al discípulo de Cristo. Que la Virgen María nos ayude a acoger y dar testimonio en la vida de cada día de esta luminosa enseñanza.

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