ESTÉN AL SERVICIO DE LA HUMANIDAD: PALABRAS DEL PAPA A LOS MIEMBROS DE LA PONTIFICIA ACADEMIA DE LAS CIENCIAS (12/11/2018)

A las 12:30 hrs. de este 12 de noviembre, el Papa Francisco recibió a los 80 participantes en la Plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias, que inicia hoy con el tema “Papeles transformativos de la ciencia en la sociedad: desde la ciencia emergente a las soluciones para el bienestar de las personas”. A los científicos, el Papa les lanzó un llamado para que estén al servicio de la humanidad y consideren los valores trascendentes. Ante este llamado, el Pontífice insistió en la posición de la Iglesia sobre los cambios climáticos, el desarme nuclear, la trata de blancas o de seres humanos en general y superar el hambre en el mundo. Compartimos a continuación, el texto completo de su discurso, traducido del italiano:

Ilustres señoras y señores:

Es una alegría para mí reencontrar a la Pontificia Academia de las Ciencias en pleno. Dirijo una cordial bienvenida a los nuevos Académicos y agradezco por sus corteses palabras al Ex-Presidente, Profr. Werner Arber, mientras deseo una buena recuperación al Presidente, el Profr. Joachim von Braun. Extiendo mi reconocimiento a todas las personalidades que han intervenido trayendo su preciosa contribución.

El mundo de la ciencia, que en el pasado asumió posiciones de autonomía y autosuficiencia, con actitudes de desconfianza en la confrontación de los valores espirituales y religiosos, hoy en cambio parece haber tomado mayor conciencia de la siempre compleja realidad del mundo y del ser humano. Se ha apoderado una cierta inseguridad y algún temor frente a la posible evolución de una ciencia y de una tecnología que, si es abandonada sin control a sí misma, puede voltear la espalda al bien de las personas y de los pueblos. Es verdad, la ciencia y la tecnología influyen en la sociedad, pero también los pueblos con sus valores y sus costumbres influencian a su vez a la ciencia. A menuda la dirección y el énfasis que se dan a algunos desarrollos de la investigación científica son influenciados por opiniones ampliamente compartidas y por el deseo de felicidad inserto en la naturaleza humana. Sin embargo, tenemos necesidad de mayor atención a los valores y a loso bienes fundamentales que están en la base de la relación entre los pueblos, sociedad y ciencia. Tal relación requiere un replanteamiento, en orden a promover el progreso integral de cada ser humano y del bien común. Diálogo abierto y atento discernimiento son indispensables, especialmente cuando la ciencia se hace más compleja y el horizonte que ella abre hace surgir desafíos decisivos para el futuro de la humanidad. Hoy, de hecho, ya sea la evolución social o los cambios científicos ocurren siempre más rápidamente y se persiguen. Es importante que la Pontificia Academia de las Ciencias considere cómo estos cambios interconectados entre sí requieren un compromiso sabio y responsable de parte de toda la comunidad científica. La hermosa seguridad de la torre de marfil de los primeros tiempos modernos ha dejado el lugar, en muchos, a una saludable inquietud, por la cual el científico de hoy se abre más fácilmente a valores religiosos y alcanza a ver, más allá de las adquisiciones de la ciencia, la riqueza del mundo espiritual de los pueblos y la luz de la trascendencia divina. La comunidad científica es parte de la sociedad y no debe considerarse como separada e independiente, más aún, es llamada a servir a la familia humana y a su desarrollo integral.

Los posibles frutos de esta misión de servicio son innumerables; en esta sede quisiera hacer una breve mención. Ante todo esta la inmensa crisis del cambio climático en acción y la amenaza nuclear. Sobre los pasos de mis Predecesores, reitero la fundamental importancia de comprometerse a favor de un mundo sin armas nucleares (cf. Mensaje a la Conferencia de la ONU para negociar un tratado sobre la prohibición de las armas nucleares, 23 marzo 2017), y pido – como hicieran San Pablo VI y San Juan Pablo II – a los científicos la activa colaboración a fin de convencer a los gobernantes de la inaceptabilidad ética de tal armamento a causa de los daños irreparables que causa a la humanidad y al planeta. Por tanto reitero también la necesidad de un desarme del que hoy parece no hablarse más en esas mesas en torno a las que se toman las grandes decisiones. Que también yo pueda agradecer a Dios, como hizo San Juan Pablo II en su testamento, porque en mi pontificado se haya erradicado del mundo la tragedia enorme de una guerra atómica.

Los cambios globales son siempre más influenciados por las acciones humanas. Por ello son necesarias también respuestas adecuadas para la salvaguarda de la salud del planeta y de las poblaciones, una salud puesta en riesgo por todas las actividades humanas que usan combustibles fósiles y deforestan el planeta (Carta enc. Laudato si’, 23). La comunidad científica, así como ha hecho progresos en identificar estos riesgos, está ahora llamada a prospectar válidas soluciones y a convencer a las sociedades y a sus líderes a perseguirlas.

Se que, en tal perspectiva, en sus sesiones identifican los conocimientos que surgen de la ciencia básica y están acostumbrados a relacionarlos con visiones estratégicas que tiendan a estudiar a fondo los problemas. Es su vocación identificar los desarrollos innovadores en todas las principales disciplinas de la ciencia básica y reconocer las fronteras entre los distintos sectores científicos, en particular en física, astronomía, biología, genética y química. Esto es parte del servicio que hacen a la humanidad.

Acojo con satisfacción el hecho de que la Academia se concentre también en los nuevos conocimientos necesarios para afrontar las plagas de la sociedad contemporánea. Los pueblos piden justamente participar en la construcción de sus propias sociedades. Los proclamados derechos universales deben convertirse en realidad para todos, y la ciencia puede contribuir de manera decisiva en tal proceso y el abatimiento de las barreras que lo obstaculizan. Agradezco a la Academia de la Ciencias por su preciosa colaboración en contrastar ese crimen contra la humanidad que es la trata de personas que termina en el trabajo forzado, la prostitución y el tráfico de órganos. Los acompaño en esta batalla de humanidad.

Aún hay mucho camino por andar hacia un desarrollo que sea al mismo tiempo integral y sostenible. La superación del hambre y de la sed, de la elevada mortalidad y de la pobreza, especialmente entre los ochocientos millones de necesitados y excluidos de la Tierra, no será llevada a cabo sin un cambio en los estilos de vida. En la Encíclica Laudato si’ presente algunas propuestas-clave para lograr este objetivo. Sin embargo, me parece poder decir que faltan voluntad y determinación política para detener la carrera armamentista y poner fin a las guerras, para pasar con urgencia a las energías renovables, a los programas dirigidos a asegurar el agua, el alimento y la salud para todos, a invertir para el bien común los enormes capitales que permanecen inactivos en los paraísos fiscales.

La Iglesia no espera sólo que la ciencia siga los principios de la ética, que son un patrimonio inestimable del género humano. Ella espera un servicio positivo, que podemos llamar con San Pablo VI la «caridad del saber». A ustedes, queridos científicos y amigos de la ciencia, les son confiadas las claves del saber. Quisiera ser frente a ustedes el abogado de los pueblos a los que desde lejos, raramente llegan los beneficios del vasto saber humano y de sus conquistas, especialmente en materia de alimentación, salud, educación, conectividad, bienestar y paz. Permítanme decirles en su nombre: que su investigación pueda beneficiar a todos, para que los pueblos de la tierra no estén hambrientos, sedientos, enfermos y sin formación; que la política y la economía de los pueblos tengan indicaciones para proceder con mayor certeza hacia el bien común, en beneficio especialmente de los pobres y los necesitados, y hacia el respeto al planeta. Este es el inmenso panorama que se revela a los hombres y mujeres de ciencia cuando pasan por alto las expectativas de los pueblos: expectativas animadas por confiada esperanza pero también por inquietudes y ansiedades.

Los bendigo de corazón a todos, bendigo su trabajo y bendigo sus iniciativas. Les agradezco mucho por lo que hacen. Los acompaño con mi oración; y también ustedes, por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.

Comentarios