LOS SANTOS NOS ALIENTAN A VIVIR LAS BIENAVENTURANZAS: ÁNGELUS DEL 01/11/2018

En el Ángelus de este 1º. de noviembre, Solemnidad de Todos los Santos, el Papa Francisco pidió que, la Madre de Dios, Reina de los Santos, nos ayude a recorrer con decisión el camino de la santidad. El Santo Padre, comentando la primera lectura de hoy, tomada del Libro del Apocalipsis, dijo que ésta, nos habla del cielo y nos pone ante “una multitud inmensa”, incalculable, “de toda nación, tribu, pueblo y lengua”“Ellos son los santos – afirmó el Papa – y ¿qué hacen allá arriba? Cantan juntos, alaban a Dios con alegría. Sería hermoso escuchar su canto… Pero podemos imaginarlo: ¿saben cuándo? Durante la Misa, cuando cantamos ‘Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo...’. Es un himno – dice la Biblia – que viene del cielo, que se canta allí. Así, pues, cantando el ‘Santo’, no sólo pensamos en los santos, sino que hacemos lo que ellos hacen: en ese momento, en la Misa, estamos más unidos a ellos que nunca”. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducida del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz fiesta!

La primera lectura de hoy, del Libro del Apocalipsis, nos habla del cielo y nos pone frente a «una multitud inmensa», incalculable, «de toda nación, tribu, pueblo y lengua» (Ap 7, 9). Son los santos. ¿Qué hacen “allí”? Cantan juntos, alaban a Dios con alegría. Sería hermoso escuchar su canto… Pero podemos imaginarlo: ¿saben cuándo? Durante la Misa, cuando cantamos «Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo...». Es un himno – dice la Biblia – que viene del cielo, que se canta allá (cf Is 6, 3; Ap 4, 8), un himno de alabanza. Entonces, cantando el “Santo”, no sólo pensamos en los santos, sino que hacemos lo que ellos hacen: en ese momento, en la Misa, estamos unidos a ellos más que nunca.

Y estamos unidos a todos los santos: no sólo a aquellos más notables, del calendario, sino también a los “de la puerta de junto”, a nuestros familiares y conocidos que ahora son parte de esa multitud inmensa. Hoy entonces es fiesta familiar. Los santos están cerca de nosotros, más bien son nuestros hermanos y hermanas más verdaderos. Nos entienden, nos quieren, saben cuál es nuestro verdadero bien, nos ayuden y nos atienden. Son felices y nos desean felices con ellos en el paraíso.

Por esto nos invitan por el camino de la felicidad, indicado por el Evangelio de hoy, tan hermoso y conocido: «Bienaventurados los pobres de espíritu […] Bienaventurados los mansos […] Bienaventurados los puros de corazón…» (cf Mt 5, 3-8). Pero ¿cómo? El Evangelio dice bienaventurados los pobres, mientras el mundo dice bienaventurados los ricos. El Evangelio dice bienaventurados los mansos, mientras el mundo dice bienaventurados los prepotentes. El Evangelio dice bienaventurados los puros, mientras el mundo dice bienaventurados los astutos y los que aman el placer. Este camino de las bienaventuranzas, de la santidad, parece llevarnos a la derrota. Sin embargo – nos recuerda también la primera lectura – los santos tienen «ramos de palma en las manos» (v. 9), o sea los símbolos de la victoria. Han vencido, no en el mundo. Y nos exhortan a elegir su parte, la de Dios que es Santo.

Preguntémonos de qué lado estamos: ¿del cielo o de la tierra? ¿Vivimos para el Señor o para nosotros mismos, para la felicidad eterna o para alguna satisfacción ahora? Preguntémonos: ¿queremos verdaderamente la santidad? O ¿nos contentamos con ser cristianos sin infamias y sin alabanza, que creen en Dios y estiman al prójimo pero sin exagerar? El Señor «pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida – ofrece todo –, la felicidad para la cual hemos sido creados» (Exhort. ap. Gaudete ed exsultate, 1). En suma, ¡o santidad o nada! Nos hace bien dejarnos provocar por los santos, que aquí no tuvieron “medias tintas” y desde allá nos animan, para que elijamos a Dios, la humildad, la mansedumbre, la misericordia, la pureza, para que nos apasionemos por el cielo más que por la tierra.

Hoy nuestros hermanos y hermanas no nos piden escuchar otra vez un hermoso Evangelio, sino ponerlo en práctica, encaminarnos por el camino de las Bienaventuranzas. No se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de seguir cada día este camino que nos lleva al cielo, nos lleva en familia, nos lleva a casa. Hoy entonces vemos nuestro futuro y festejamos aquello para lo que hemos nacido: hemos nacido para no morir jamás, ¡hemos nacido para gozar la felicidad de Dios! El Señor nos anima y a quien toma el camino de las Bienaventuranzas, dice: «Alégrense y exulten, porque grande es su recompensa en el cielo» (Mt 5, 12). Que la Santa Madre de Dios, Reina de los santos, nos ayude a recorrer con decisión el camino de la santidad; que ella, que es la Puerta del cielo, introduzca a nuestros seres queridos difuntos en la familia celestial.

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