SÓLO EL AMOR NOS SALVA DEL DESCARTE: PALABRAS DEL PAPA EN LA FIESTA DE LAS FAMILIAS EN DUBLÍN (25/08/2018)

“Familias: con vuestro testimonio del Evangelio podéis ayudar a Dios a realizar su sueño, podéis contribuir a acercar a todos los hijos de Dios, para que crezcan en la unidad y aprendan qué significa para el mundo entero vivir en paz como una gran familia”, fue el aliento del Papa Francisco a las más de 70 mil personas congregadas en el Estadio “Croke Park” de Dublín, durante la “Fiesta de las Familias”, la tarde de este 25 de agosto, en el marco de su 24° Viaje Apostólico a Irlanda, con ocasión del IX Encuentro Mundial de las Familias. En su discurso, el Santo Padre recordó la importancia de “celebrar”, porque esto nos hace más humanos y más cristianos, dijo el Papa, y también porque nos ayuda a compartir la alegría de saber que Jesús nos ama, nos acompaña en el camino de la vida y nos atrae cada día más a él. “Hoy en Dublín – señaló el Pontífice – nos reunimos para una celebración familiar de acción de gracias a Dios por lo que somos: una sola familia en Cristo, dispersa por toda la tierra”. Compartimos a continuación el texto completo pronunciado por el Santo Padre, traducido al español:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!

Les agradezco por su calurosa bienvenida. ¡Es hermoso estar aquí! Es hermoso celebrar, porque nos hace más humanos y más cristianos. Nos ayuda también a compartir la alegría de saber que Jesús nos ama, nos acompaña en el viaje de la vida y cada día nos atrae más cerca de él.

En toda celebración familiar, se advierte la presencia de todos, padres, madres, abuelos, nietos, tíos y tías, primos, que no han podido venir y que viven muy lejos, todos. Hoy en Dublín estamos reunidos para una celebración familiar de agradecimiento a Dios por lo que somos, una sola familia en Cristo, dispersa en toda la tierra. La Iglesia es la familia de los hijos de Dios. Una familia en la que se alegra con los que están alegres y se llora con los que están el dolor o se sienten tirados al suelo por la vida. Una familia en la que se tiene cuidado de cada uno, porque Dios nuestro Padre nos ha hecho a todos sus hijos en el Bautismo. Por eso continúo animando a los padres a hacer bautizar a los hijos en cuanto sea posible, para que se conviertan en parte de la gran familia de Dios. Hay necesidad de invitar a cada uno a la fiesta, ¡también a los niños pequeños! Y por esto hay que bautizarlos pronto. Y hay otra cosa: si el niño es bautizado pequeño, entra en su corazón el Espíritu Santo. Hagamos una comparación: un niño sin Bautismo, porque los padres dicen: “No, cuando sea grande”, y un niño con el Bautismo, con el Espíritu Santo dentro: éste es más fuerte, ¡porque tiene la fuerza de Dios dentro!

Ustedes, queridas familias, son la gran mayoría del Pueblo de Dios. ¿Qué aspecto tendría la Iglesia sin ustedes? Una Iglesia de estatuas, una Iglesia de personas solas… Es ara ayudarnos a reconocer la belleza y la importancia de la familia, con sus luces y sus sombras, que se escribió en la Exhortación Amoris laetitia sobre la alegría del amor, y he querido que el tema de este Encuentro Mundial de las Familias fuera “El Evangelio de la familia, alegría para el mundo”. Dios desea que cada familia sea un faro que irradia la alegría de su amor en el mundo. ¿Qué significa? Significa que nosotros, después de haber encontrado el amor de Dios que salva, probemos, con o sin palabras, manifestarlo a través de pequeños gestos de bondad en la rutina cotidiana y en los momentos más sencillos del día.

¿Y esto cómo se llama? Esto se llama santidad. Me gusta hablar de los santos “de la puerta de junto”, de todas esas personas comunes que reflejan la presencia de Dios en la vida y en la historia del mundo (cf Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6-7). La vocación al amor y a la santidad no es algo reservado a pocos privilegiados, no. También ahora, si tenemos ojos para ver, podemos verla en torno a nosotros. Está silenciosamente presente en el corazón de todas esas familias que ofrecen amor, perdón, misericordia cuando ven que hay necesidad, y lo hacen tranquilamente, sin fanfarrias de trompetas. El Evangelio de la familia es verdaderamente alegría para el mundo, desde el momento en que ahí, en nuestras familias, Jesús puede siempre ser encontrado; ahí habita en simplicidad y pobreza, como hizo en la casa de la Santa Familia de Nazaret.

El matrimonio cristiano y la vida familiar se comprenden en toda su belleza y atractivo si están ancladas en el amor de Dios, que nos ha creado a su imagen, de manera que nosotros pudiésemos darle gloria como iconos de su amor y de su santidad en el mundo. Papás y mamás, abuelos y abuelas, hijos y nietos: todos, todos llamados a encontrar, en la familia, el cumplimiento del amor. La gracia de Dios ayuda cada día a vivir con un solo corazón y una sola alma. ¡También las suegras y las nueras! Ninguno dice que sea fácil, ustedes lo saben mejor que yo. Es como prepararse un té: es fácil hacer hervir el agua, pero una buena taza de té requiere tiempo y paciencia; ¡se necesita dejar que repose la infusión! Así día tras día Jesús nos calienta con su amor de modo que penetre todo nuestro ser. Del tesoro de su Sagrado Corazón, vierte sobre nosotros la gracia que necesitamos para curar nuestras enfermedades y abrir la mente y el corazón para escucharnos, entendernos y perdonarnos los unos a los otros.

Apenas escuchamos los testimonios de Felicité, Isaac y Ghislain, que vienen de Burkina Fasso. Nos contaron una historia conmovedora de perdón en familia. El poeta decía que «errar es humano, perdonar es divino». T es verdad: el perdón es un don especial de Dios que cura nuestras heridas y nos acerca a los demás y a él. Pequeños y sencillos gestos de perdón, renovados cada día, son el fundamento sobre el cual se construye una sólida vida familiar cristiana. Nos obligan a superar el orgullo, la distancia y la vergüenza para hacer las paces. Muchas veces estamos enojados entre nosotros y queremos hacer las paces, pero no sabemos cómo. ¡Es una vergüenza de hacer las paces, pero queremos hacerlas! No es difícil. Es fácil. ¡Haz una caricia y así se hace la paz! Es verdad, me gusta decir que en las familias tenemos necesidad de aprender tres palabras – tú [Ghislain] las dijiste – tres palabras: “perdón”, “por favor” y “gracias”. Tres palabras. ¿Cómo eran esas palabras? Todos: [Sorry, please, thank you] Otra vez: [Sorry, please, thank you] No escucho… [Sorry, please, thank you] ¡Muchas gracias! Cuando discutan en casa, asegúrense, antes de irse a dormir, de haber pedido perdón y de haber dicho lo que no te gusta. Antes de que acabe el día, hacer las paces. Y ¿saben porqué es necesario hacer las paces antes de terminar el día? ¡Porque si no hacen las paces, el día siguiente, la “guerra fría” es muy peligrosa! ¡Estén atentos a la guerra fría en la familia! Pero quizá a veces estás enojado y estás tentado a ir a dormir en otro cuarto, solo y apartado; si te sientes así, simplemente toca a la puerta y di: “Por favor, ¿puedo entrar?” Lo que sirve es una mirada, un beso, una palabra dulce… ¡y todo vuelve a ser como antes! Digo esto porque, cuando las familias lo hacen, sobreviven. No existe una familia perfecta; sin el hábito del perdón, la familia crece enferma y gradualmente colapsa.

Perdonar quiere decir dar algo de sí mismo. Jesús nos perdona siempre. Con la fuerza de su perdón, también nosotros podemos perdonar a los demás, si de verdad lo queremos. ¿No es eso por lo que oramos, cuando rezamos le Padre Nuestro? Los hijos aprenden a perdonar cuando ven que los padres se perdonan entre sí. Si entendemos esto, podemos apreciar la grandeza de la enseñanza de Jesús acerca de la fidelidad en el matrimonio. Lejos de ser una fría obligación legal, se trata sobre todo de una poderosa promesa de la fidelidad de Dios mismo a su palabra y a su gracia sin límites. Cristo murió por nosotros para que nosotros a nuestra vez podamos perdonarnos y reconciliarnos los unos con los otros. De esta manera, como personas y como familias, aprendemos a comprender la verdad de esas palabras de San Pablo: mientras todo pasa «la caridad no tendrá final jamás» (1 Cor 13, 8).

Gracias Nisha y Ted por su testimonio de la India, donde están enseñando a sus hijos a ser una verdadera familia. Nos han ayudado a entender que los “social media” no son necesariamente un problema para las familias, sino que pueden contribuir a construir una “red” de amistad, solidaridad y apoyo mutuo. Las familias pueden conectarse a través de internet y beneficiarse con ello. Los “social media” pueden ser benéficos si se usan con moderación y prudencia. Por ejemplo, ustedes, que participan en este Encuentro Mundial de las Familias, forman una “red” espiritual, un tejido de amistad; y los “social media” pueden ayudarles a mantener esta relación y extenderla a otras familias en muchas partes del mundo. Es importante, sin embargo, que estos medios no se conviertan jamás en una amenaza a la verdadera red de relaciones de carne y sangre, aprisionándonos en una realidad virtual y aislándonos de relaciones concretas que nos estimulan a dar lo mejor de nosotros mismos en comunión con los demás. Quizá la historia de Ted y Nisha puede ayudar a todas las familias a interrogarse sobre la necesidad de reducir el tiempo que pasan en estos medios tecnológicos y pasa más tiempo de calidad entre ellos y con Dios. Pero cuando usas demasiado los “social media”, “entras en órbita”. Cuando, en la mesa, en lugar de hablar en familia cada uno tiene el celular y se conecta con el exterior, esta “en órbita”. Pero esto es peligroso. ¿Por qué? Porque te quita lo concreto de la familia y te lleva a una vida “gaseosa”, sin consistencia. Estén atentos a esto. Recuerden la historia de Ted y Nisha, que nos enseñan a usar bien los “social media”.

Escuchamos de Enass y Sarmaad cómo el amor y la fe en familia pueden ser fuente de fuerza y de paz incluso en medio de la violencia y la destrucción causada por la guerra y la persecución. Su historia nos trae de vuelta a las trágicas situaciones que cotidianamente padecen muchas familias obligadas a abandonar sus casas en busca de seguridad y de paz. Pero Enass y Sarmaad nos señalaron también cómo, a partir de la familia y gracias a la solidaridad mostrada por muchas otras familias, la vida puede ser reconstruida y la esperanza puede renacer. Hemos visto este apoyo en el video de Rammy y su hermano Meelad, en el que Rammy expresó profunda gratitud por el ánimo y por la ayuda que su familia ha recibido de muchas otras familias cristianas de todo el mundo, que ha hecho posible su regreso a su pueblo. En toda sociedad las familias generan paz, porque enseñan el amor, la acogida, el perdón, los mejores antídotos contra el odio, el prejuicio y la venganza que envenenan la vida de personas y de comunidades.

Como un valiente sacerdote irlandés enseñó, «la familia que ora unida, permanece unida», e irradia paz. Una familia así puede ser un apoyo especial para otra sfamilias que no viven en paz. Después de la muerte del Padre Ganni, Enass, Sarmaad y sus familias escogieron el perdón y la reconciliación en lugar del odio y el rencor. Vieron, a la luz de la Cruz, que el mal se puede contrarrestar sólo con el bien y el odio se puede superar sólo con el perdón. En un modo casi increíble, fueron capaces de encontrar en el amor de Cristo, un amor que hace nuevas todas las cosas. Y esta tarde comparten esta paz con nosotros. Oraron. La oración, orar unidos. Mientras escuchaba al coro, vi ahí a una mamá que enseñaba al hijo a hacer el signo de la cruz. Les pregunto: ¿enseñan a los niños a hacer el signo de la cruz? ¿Sí o no? [Yes] ¿O les enseñan a hacer cualquier cosa así [Hace un gesto veloz], que no se entiende qué es? Es muy importante que los niños desde pequeños aprendan a hacer bien el signo de la cruz: es el primer Credo que aprenden, el Creo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Esta tarde, antes de irse a la cama, ustedes padres pregúntense: ¿enseño a mis hijos a hacer bien el signo de la cruz? ¡Piénsenlo, es cosa suya!

El amor de Cristo que renueva todas las cosas es lo que hace posible el matrimonio y n amor conyugal distinguido por la fidelidad, indisolubilidad, unidad y apertura a la vida. Es lo que se ve en el capítulo cuarto de Amoris laetitia. Hemos visto este amor en Mary y Damian y en su familia con diez hijos. Les pregunto [dirigiéndose a Mary y Damian]: ¿los hacen enojar, los hijos? Eh, ¡la vida es así! Pero es hermoso tener diez hijos. ¡Gracias por sus palabras y por su testimonio de amor y de fe! Han experimentado la capacidad del amor de Dios de transformar completamente su vida y bendecirlos con la alegría de una bella familia. Nos dijeron que la clave de su vida familiar es la sinceridad. Entendemos por su relato qué importante es continuar yendo a esa fuente de la verdad y del amor que puede transformar nuestra vida. ¿Cuál es? Jesús, que inauguró su ministerio público justo en una fiesta de bodas. Ahí, en Caná, cambió el agua en un nuevo y buen vino que permitió continuar magníficamente la alegre celebración. Pero, han pensado, ¿qué hubiera sucedido si Jesús no hubiese hecho esto? ¿Han pensado que feo es terminar una fiesta de bodas solamente con agua? ¡Es feo! La Virgen entendió y dijo al Hijo: “No tienen vino”. Y Jesús entendió que la fiesta hubiera terminado mal sólo con el agua. Así es el amor conyugal. El vino nuevo comienza a fermentar durante el tiempo del compromiso, necesario pero pasajero, y madura a lo largo de la vida matrimonial en un mutuo don de sí mismo, que hace a los esposos capaces de convertirse, de ser dos, “en una sola carne”. Y también de abrir a su vez los corazones que tienen necesidad de amor, especialmente a quien está solo, abandonado, débil y, por ser vulnerable, a menudo apartado por la cultura del descarte. Esta cultura que vivimos hoy, que descarta todo: descarta todo aquello que no sirve, descarta a los niños porque son fastidiosos, descarta a los viejos porque no sirven… Solamente el amor nos salva de esta cultura del descarte.

Las familias son llamadas por todas partes a continuar creciendo y a ir adelante, aún en medio de dificultades y límites, justamente como hicieron las generaciones pasadas. Todos somos parte de una gran cadena de familias, que proviene del inicio de los tiempos. Nuestras familias son tesoros vivos de memoria, con los hijos que a su vez se convierten en padres y después abuelos. De ellos recibimos la identidad, los valores y la fe. Lo hemos visto en Aldo y Marissa, esposos por más de 50 años. ¡Su matrimonio es un monumento al amor y a la fidelidad! Sus nietecitos los mantienen jóvenes; su casa estña llena de alegría, de felicidad y de bailes. ¡Era hermoso ver [en el video] a la abuela enseñar a bailar a los nietecitos! Su amor mutuo es un don de Dios, un don que han transmitido con alegría a sus hijos y nietos.

Una sociedad – ¡escuchen bien esto! – una sociedad que no valora a los abuelos es una sociedad sin futuro. Una Iglesia que no tiene en el corazón la alianza entre generaciones acabará por no tener lo que cuenta verdaderamente, el amor. Nuestros abuelos nos enseñan el significado del amor conyugal y paternal. Ellos mismos han crecido en una familia y han experimentado el afecto de hijos e hijas, de hermanos y hermanas. Por esto constituyen un tesoro de experiencia, un tesoro de sabiduría para las nuevas generaciones. Es un gran error no preguntar a los ancianos sus experiencias o pensar que hablar con ellos es una pérdida de tiempo. Sobre esto quiero agradecer a Missy por su testimonio. Ella dijo que, entre los nómadas, la familia es siempre una fuente de fuerza y de solidaridad. Su testimonio nos recuerda que, en la casa de Dios, hay un lugar en la mesa para todos. Ninguno debe ser excluido; nuestro amor y nuestra atención deben extenderse a todos.

¡Es tarde y están cansados! ¡También yo! Pero déjenme decirles una última cosa. ¡Ustedes, familias, son la esperanza de la Iglesia y del mundo! Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ha creado a la humanidad a su imagen y semejanza para hacerla partícipe de su amor, para que fuera una familia de familias y gozara esa paz que sólo Él puede dar. Con su testimonio del Evangelio, pueden ayudar a Dios a realizar su sueño. Pueden contribuir a hacer acercarse de nuevo a los hijos de Dio, para que crezcan en la unidad y aprendan lo que significa para el mundo entero vivir en paz como una gran familia. Por este motivo, deseo entregar a cada uno una copia de Amoris laetitia, preparada en los dos Sínodos sobre la familia y escrita para que fuera una especia de guía para vivir con alegría el Evangelio de la familia. ¡Que María nuestra Madre, Reina de la familia y de la paz, sostenga a todos ustedes en el viaje de la vida, del amor y de la felicidad!

Y ahora, como conclusión de nuestra velada, recitaremos la oración de este Encuentro de las Familias. Todos juntos rezamos la oración oficial del Encuentro de las Familias. [gran aplauso]

¡Buenas noches, duerman bien! ¡Y hasta mañana!

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