CATEQUESIS DEL PAPA: VIVIR SIN HIPOCRESÍA (22/08/2018)

“Pronunciar el nombre de Dios quiere decir asumir su realidad, entrar en íntima relación con él. A nosotros cristianos, este mandamiento nos recuerda que hemos sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y que debemos vivir nuestra vida cotidiana en comunión real con Dios, sin hipocresía, como los santos, cuyo ejemplo de vida toca el corazón de todos y hace más creíble el anuncio de la Iglesia”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General de este 22 de agosto, continuando con su ciclo de catequesis dedicadas a los Mandamientos. “Hoy afrontamos el mandamiento «No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios» (Ex 20, 7). Justamente – afirma el Pontífice – leemos esta Palabra como una invitación a no ofender el nombre de Dios y a evitar usarla inapropiadamente”. Escuchémoslos mejor, invita el Papa, la versión “No pronunciarás” traduce una expresión que literalmente significa, en hebreo como en griego, “No tomarás sobre ti, no te harás cargo”. Y la expresión “en vano” es más clara, agrega el Santo Padre y significa: “vacío, en vano”. Se refiere a un sobre vacío, a una forma sin contenido. Es la característica de la hipocresía, del formalismo y la mentira. Reproducimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuamos las catequesis sobre los mandamientos y hoy enfrentamos el mandamiento «No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios» (Ex 20, 7). Justamente leemos esta Palabra como invitación a no ofender el nombre de Dios y evitar usarlo inoportunamente. Este claro significado nos prepara a profundizar aún más estas preciosas palabras, de no usar el nombre de Dios en vano, inoportunamente.

Escuchémoslas mejor. La versión «No pronunciarás» traduce una expresión que significa literalmente, en hebreo como en griego, «no tomarás sobre ti, no te harás cargo».

La expresión «en vano» es más clara y quiere decir: «vacío, vanamente». Hace referencia a una cubierta vacía, a una forma sin contenido. Es la característica de la hipocresía, del formalismo y de la mentira, de usar las palabras o usar el nombre de Dios, pero vacío, sin verdad.

El nombre en la Biblia es la verdad íntima de las cosas y sobre todo de las personas. El nombre representa en sí mismo la misión. Por ejemplo, Abraham en el Génesis (cf 17, 5) y Simón Pedro en los Evangelios (cf Jn 1, 42) reciben un nombre nuevo para indicar el cambio de dirección en su vida. Y conocer verdaderamente el nombre de Dios lleva a la transformación de la propia vida: desde el momento en que Moisés conoce el nombre de Dios su historia cambia (cfr Ex 3, 13-15).

El nombre de Dios, en los ritos judíos, es proclamado solemnemente en el Día del Gran Perdón, y el pueblo es perdonado porque por medio del nombre se entra en contacto con la vida misma de Dios que es misericordia.

Entonces “tomar sobre sí mismo el nombre de Dios” quiere decir asumir sobre nosotros su realidad, entrar en una fuerte relación estrecha con Él. Para nosotros cristianos, este mandamiento es el reclamo a recordar que somos bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», como afirmamos cada vez que hacemos sobre nosotros mismos el signo de la cruz, para vivir nuestras acciones cotidianas en comunión sentida y real con Dios, esto es en su amor. Y sobre esto, de hacer el signo de la cruz, me gustaría reiterar una vez más: enseñen a los niños a hacer el signo de la cruz. ¿Han visto como lo hacen los niños? Si dices a los niños: “Haz el signo de la cruz”, hacen una cosa que no saben qué es. ¡No saben hacer el signo de la cruz! Enséñenles a hacer el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El primer acto de fe de un niño. Tarea para ustedes, una tarea para hacer: enseñar a los niños a hacer el signo de la cruz.

Nos podemos preguntar: ¿es posible tomar sobre sí mismo el nombre de Dios de manera hipócrita, como una formalidad, vacía? La respuesta es desafortunadamente positiva: sí, es posible. Se puede vivir una relación falsa con Dios. Jesús lo decía de aquellos doctores de la ley; hacían cosas, pero no hacían lo que Dios quería. Hablaban de Dios, pero no hacían la voluntad de Dios. Y el consejo que da Jesús es: “Hagan lo que dicen, pero no lo que hacen”. Se puede vivir una relación falsa con Dios, como aquella gente. Y esta Palabra del Decálogo es justamente la invitación a una relación con Dios que no sea falsa, sin hipocresía, a una relación en que nos confiamos a Él con todo lo que somos. En el fondo, hasta el día en que no arriesguemos la existencia con el Señor, tocando con la mano que en Él se encuentra la vida, haremos sólo teorías.

Este es el cristianismo que toca los corazones. ¿Por qué los santos son capaces de tocar los corazones? ¡Porque los santos no sólo hablan, se mueven! Se nos mueve el corazón cuando una persona santa nos habla, nos dice las cosas. Y son capaces, porque en los santos vemos aquello que nuestro corazón profundamente desea: autenticidad, relaciones verdaderas, radicalidad. Y esto se ve también en aquellos “santos de la puerta de junto” que son, por ejemplo, los muchos padres que dan a los hijos el ejemplo de una vida coherente, sencilla, honesta y generosa.

Si se multiplican los cristianos que toman sobre sí mismos el nombre de Dios sin falsedad – practicando así la primera petición de Padre Nuestro, «santificado sea tu nombre» – el anuncio de la Iglesia es más escuchado y resulta más creíble. Si nuestra vida concreta manifiesta el nombre de Dios, ¡se ve que bello es el Bautismo y que gran don es la Eucaristía!, que sublime unión se genera entre nuestro cuerpo y el Cuerpo de Cristo: ¡Cristo en nosotros y nosotros en Él! ¡Unidos! Esta no es hipocresía, esta es verdad. Esto no es hablar o rezar como un papagayo, esto es orar con el corazón, amar al Señor.

De la cruz de Cristo en adelante, ninguno puede despreciarse a sí mismo y pensar mal de la propia existencia. ¡Ninguno y nunca! Lo que sea que haya hecho. Porque el nombre de cada uno de nosotros está sobre la espalda de Cristo. ¡Él nos lleva! Vale la pena tomar sobre nosotros el nombre de Dios porque Él se ha hecho cargo de nuestro nombre hasta el fondo, a pesar del mal que hay en nosotros; Él se ha hecho cargo para perdonarnos, para poner en nuestro corazón su amor. Por esto Dios proclama en este mandamiento: “Llévame contigo, porque yo te he llevado conmigo”.

Cualquiera puede invocar el santo nombre del Señor, que es Amor fiel y misericordioso, en cualquier situación que se encuentre. Dios jamás dirá “no” a un corazón que lo invoca sinceramente. Y volvemos a la tarea para hacer en casa: enseñar a los niños a hacer el signo de la cruz bien hecho.

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