LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO, EL PEOR PELIGRO DE NUESTRO TIEMPO: PALABRAS DEL PAPA A PARTICIPANTES EN CONGRESO SOBRE VOCACIONES (01/03/2024)

El Papa Francisco se encontró este 1º de marzo en el Aula Nueva del Sínodo, con los participantes en el Congreso “Hombre-Mujer Imagen de Dios. Por una antropología de las vocaciones”, promovida por el Centro de Investigación y Antropología de las Vocaciones. Debido a un resfriado, pidió a su colaborador Mons. Ciampanelli que leyera el texto preparado, pero en un breve saludo volvió a estigmatizar la ideología de género: “Borrar la diferencia es borrar la humanidad”, dijo el Santo Padre, en el discurso que transcribimos a continuación, traducido del italiano:

Palabras del Santo Padre antes del discurso

Buenos días. He pedido que lean, así no me canso mucho; aún estoy resfriado y me canso al leer un poco. Pero quisiera subrayar algo: es muy importante que se realice este encuentro, este encuentro entre hombres y mujeres, porque hoy el peor peligro es la ideología de género, que borra las diferencias. He pedido que se hagan estudios al respecto de esta terrible ideología de nuestro tiempo, que borra las diferencias y hace todo igual; borrar la diferencia es borrar la humanidad. Hombre y mujer, en cambio, están en una fecunda “tensión”. Recuerdo haber leído una novela de inicios del siglo XX, escrita por el hijo del Arzobispo de Canterbury: The Lord of the World (El Señor del Mundo). La novela habla del futuro posible y es profética, porque hace ver esta tendencia por borrar todas las diferencias. Es interesante leerla, si tienen tiempo léanla, porque ahí están estos problemas de hoy; fue un profeta ese hombre.

Discurso del Santo Padre

Hermanos y hermanas:

Estoy contento de participar en este Congreso promovido por el Centro de Investigación y Antropología de las Vocaciones, durante el cual estudiosos de distintas partes del mundo, cada uno a partir de su propia capacidad, discutirán sobre el tema «Hombre-mujer imagen de Dios. Por una antropología de las vocaciones». Saludo a todos los participantes y agradezco al Cardenal Ouellet por sus palabras: aún no somos santos, pero esperamos permanecer siempre en el camino para poder serlo, esa es la primera vocación que recibimos. Y gracias sobre todo porque, hace algunos años, junto a otras personas autorizadas y buscando la alianza entre los saberes dio vida a este Centro, para iniciar una investigación académica internacional dirigida a comprender cada vez mejor el significado e importancia de las vocaciones, en la Iglesia y la sociedad.

El objetivo del presente Congreso es ante todo el de considerar y valorar la dimensión antropológica de cada vocación. Esto nos refiere a una verdad elemental y fundamental, que hoy necesitamos redescubrir en toda su belleza: la vida del ser humano es vocación. No lo olvidemos: la dimensión antropológica, que subyace a toda llamada en el ámbito de la comunidad, tiene que ver con una característica esencial del ser humano como tal: es decir, la de que el hombre mismo es vocación. Cada uno de nosotros, tanto en las grandes decisiones que se refieren a un estado de vida, como en las numerosas ocasiones y situaciones en las cuales éstas se encarnan y toman forma, se descubre y expresa a sí mismo como llamado, como llamada, como persona que se realiza en la escucha y la respuesta, compartiendo su propio ser y sus propios dones con los demás para el bien común.

Este descubrimiento nos hace salir del aislamiento y de un yo autorreferencial y nos hace mirarnos a nosotros mismos como una identidad en relación: yo existo y vivo en relación con quien me engendró, con la realidad que me trasciende, con los demás y el mundo que me rodea, respecto al cual estoy llamado a abrazar con alegría y responsabilidad una misión específica y personal.

Tal verdad antropológica es fundamental porque responde plenamente al deseo de realización humana y de felicidad que habita en nuestro corazón. En el actual contexto cultural a veces se tiende a olvidar o a oscurecer esta realidad, con el riesgo de reducir al ser humano solo a sus necesidades materiales o a sus exigencias primarias, como si fuera un objeto sin conciencia ni voluntad, simplemente arrastrado por la vida como parte de un engranaje mecánico. Y en cambio el hombre y la mujer son creados por Dios y son imagen del Creador; es decir, ellos llevan dentro un deseo de eternidad y felicidad que Dios mismo sembró en su corazón y que están llamados a realizar a través de una vocación específica. Por eso en nosotros habita una sana tensión interior que nunca debemos ahogar: estamos llamados a la felicidad, a la plenitud de la vida, a algo grande a lo que Dios nos ha destinado. La vida de cada uno de nosotros, sin excluir a nadie, no es un accidente en el camino; nuestro estar en el mundo no es un mero fruto de la casualidad, sino que formamos parte de un designio de amor y somos invitados a salir de nosotros mismos y a realizarlo, para nosotros y los demás.

Por este motivo, si es verdad que cada uno de nosotros tiene una misión, es decir está llamado a ofrecer su contribución para mejorar al mundo y forjar la sociedad, siempre me gusta recordar que no se trata de una tarea externa encomendada a nuestra vida, sino de una dimensión que involucra nuestra propia naturaleza, la estructura de nuestro ser hombre-mujer a imagen y semejanza de Dios. No solamente se nos ha encomendado una misión, sino que cada uno y cada una de nosotros es una misión: «yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; cada bautizada y bautizado es una misión. Quien ama se pone en movimiento, es impulsado fuera de sí mismo, es atraído y atrae, se entrega al otro y teje relaciones que generan vida. Nadie es inútil e insignificante para el amor de Dios» (Mensaje para la Jornada Misionera Mundial 2019).

Una eminente figura intelectual y espiritual, el Cardenal Newman, tiene palabras iluminadoras a este respecto. Citó algunas de ellas: «yo soy creado para hacer y para ser alguien para quien ningún otro ha sido creado. Yo ocupo mi lugar en los consejos de Dios, en el mundo de Dios: un lugar que no es ocupado por nadie más. Poco importa que yo sea rico o pobre, despreciado o estimado por los hombres: Dios me conoce y me llama por mi nombre. Él me encomendó un trabajo que no encomendó a nadie más. Tengo mi misión. De alguna manera soy necesario para sus intenciones». Y continúa: «[Dios] no me ha creado inútilmente. Yo haré el bien, haré su trabajo. Seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en el lugar que me ha asignado incluso sin que yo lo sepa, para que yo siga sus mandamientos y lo sirva en mi vocación» (J.H. Newman, Meditaciones y oraciones, Milán 2002, 38-39).

Hermanos y hermanas, sus investigaciones, sus estudios y de manera especial estas ocasiones de encuentro son muy necesarias e importantes, para que se difunda la conciencia de la vocación a la que todo ser humano está llamado por Dios, en distintos estados de vida y gracias a sus múltiples carismas. Son útiles además para interrogarse sobre los desafíos actuales, sobre la crisis antropológica en acción y sobre la necesaria promoción de las vocaciones humanas y cristianas. Y es importante que se desarrolle, también gracias a su contribución, una cada vez más eficaz circularidad entre las distintas vocaciones, para que las obras que surjan del Estado de vida laical al servicio de la sociedad y de la Iglesia, junto con el don del ministerio ordenado y de la vida consagrada, puedan contribuir a generar la esperanza en un mundo sobre el cual acechan pesadas experiencias de muerte.

Generar esta esperanza, ponerse al servicio del Reino de Dios para la construcción de un mundo abierto y fraterno es una tarea encomendada a cada mujer y cada hombre de nuestro tiempo. Gracias por la contribución que prestan en este sentido. Gracias por su trabajo de estos días. Lo encomiendo al Señor en la oración, por intercesión de María, Icono de la vocación y Madre de toda vocación. Y, por favor, también ustedes no se olviden de orar por mí.

Palabras del Santo Padre al final del discurso

¡Les deseo un buen trabajo! Y no tengan miedo en estos momentos tan ricos en la vida de la Iglesia. El Espíritu Santo nos pide algo importante: fidelidad. Pero la fidelidad está en camino y la fidelidad nos lleva a menudo a correr riesgos. La “fidelidad de museo” no es fidelidad. Sigan adelante con el valor de discernir y arriesgar buscando la voluntad de Dios. Les deseo lo mejor. ¡Valentía y adelante, sin perder el sentido del humor!

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