EL CAMINO HACIA SOCIEDADES MEJORES PASA POR LA EDUCACIÓN DE LAS MUJERES: PALABRAS DEL PAPA A PARTICIPANTES EN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE MUJERES EN LA IGLESIA (07/03/2024)

El Papa Francisco recibió la mañana de este 7 de marzo, en la Sala Clementina del Palacio Vaticano, a los participantes en el Congreso Internacional “Mujeres en la Iglesia: artífices de humanidad”. En su discurso, el Santo Padre recordó el papel de las mujeres, en un mundo donde siguen sufriendo tanta violencia, desigualdad, injusticias y maltratos, y una forma grave de discriminación, vinculada a su formación. El camino hacia sociedades mejores pasa justamente por la educación de las niñas, adolescentes, jóvenes, de la que se beneficia el desarrollo humano, afirmó el Sumo Pontífice en el texto que reproducimos a continuación, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Dirijo un cordial saludo a todos ustedes, venidos de varios países para participar en el Congreso Mujeres en la Iglesia: artífices de humanidad. Gracias por su presencia, y por haber organizado y promovido este evento.

El Congreso valora en particular el testimonio de santidad de diez mujeres. Me gustaría nombrarlas: Josefina Bakhita, Magdalena de Jesús, Elizabeth Ann Seton, María MacKillop, Laura Montoya, Kateri Tekakwitha, Teresa de Calcuta, Rafqa Pietra Choboq Ar-Rayès, María Beltrame Quattrocchi y Daphrose Mukasanga.

Todas ellas, en diferentes épocas y culturas, con estilos propios y distintos, y con iniciativas de caridad, de educación y de oración, han dado una prueba de cómo el “genio femenino” sabe reflejar, en modo único, la santidad de Dios en el mundo. Más aún, precisamente en épocas en las mujeres eran mayormente excluidas de la vida social y eclesial, «el Espíritu Santo suscitó santas cuya fascinación provocó nuevos dinamismos espirituales e importantes reformas en la Iglesia». No sólo, pero también quisiera «recordar a tantas mujeres desconocidas u olvidadas quienes, cada una a su modo, han sostenido y transformado familias y comunidades con la fuerza de su testimonio» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, n. 12). Y la Iglesia necesita esto, porque la Iglesia es mujer: hija, esposa y madre, y ¿quién mejor que la mujer puede revelarnos su rostro? Ayudémonos, sin presiones ni desgarros, sino con un atento discernimiento, dóciles a la voz del Espíritu Santo y fieles en la comunión, a identificar caminos adecuados para que la grandeza y el papel de las mujeres sean más valorados en el Pueblo de Dios.

Han escogido una expresión particular para titular su Congreso, definiendo a las mujeres como “Artífices de humanidad”. Son palabras que evocan aún más claramente la naturaleza de su vocación: la de ser “artesanas”, colaboradoras del Creador al servicio de la vida, del bien común, de la paz. Y quisiera subrayar dos aspectos de esta misión, que se refieren al estilo y a la formación.

Ante todo, el estilo. El nuestro es un tiempo lacerado por el odio, en el cual la humanidad necesita sentirse amada, está en cambio frecuentemente marcada por la violencia, por la guerra y por ideologías que ahogan los sentimientos más hermosos del corazón. Y precisamente en este contexto, la contribución femenina es más indispensable que nunca: la mujer, en efecto, sabe unir con la ternura. Santa Teresa del Niño Jesús decía que quería ser, en la Iglesia, el amor. Y tenía razón: la mujer, de hecho, con su capacidad única de compasión, con su intuición y su propensión natural a “cuidar”, sabe en modo eminente ser, para la sociedad, “inteligencia y corazón, que ama y que une”, poniendo amor donde no lo hay, humanidad donde al ser humano le cuesta trabajo encontrarse a sí mismo.

Segundo aspecto: la formación. Han organizado este Congreso con la colaboración de diversas realidades académicas católicas. Y en efecto, en el ámbito de la pastoral universitaria, proponer a los alumnos, además de la profundización académica de la doctrina y del mensaje social de la Iglesia, testimonios de santidad, especialmente femeninos, anima a levantar la mirada, a ensanchar el horizonte de los sueños y del modo de pensar, y a disponerse a seguir altos ideales. La santidad puede volverse así, como una línea educativa trasversal en todo el enfoque del conocimiento. Por eso espero que sus ambientes, además de ser lugares de estudio, de investigación y de aprendizaje, lugares “informativos”, sean también contextos “formativos”, donde se ayude a abrir la mente y el corazón a la acción del Espíritu Santo. Por ello es importante conocer a los santos, y especialmente a las santas, en toda el espesor y toda la concreción de su humanidad: así la formación será aún más capaz de tocar a cada persona en su integridad y en su unicidad.

Una última cosa a propósito de la formación: en el mundo, donde las mujeres siguen sufriendo tanta violencia, desigualdad, injusticias y maltratos — y esto es escandaloso, aún más para quienes profesan la fe en el Dios «nacido de mujer» (Gal 4,4) —, hay una forma grave de discriminación, que está precisamente vinculada a la formación de la mujer. Ésta, de hecho, es temida en muchos contextos, pero el camino hacia sociedades mejores pasa precisamente a través de la educación de las niñas, de las adolescentes, de las jóvenes, de la que se beneficia el desarrollo humano. ¡Oremos y esforcémonos por ello!

Queridas hermanas y hermanos, encomiendo al Señor los frutos de su Congreso y los acompaño con mi bendición. Y por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.

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