RENOVAR LA CONCIENCIA DE QUE EL ESPÍRITU SANTO HABITA EN NOSOTROS: REGINA COELI DEL 31/05/2020

El Papa Francisco, en su alocución previa al Regina Coeli de este 31 de mayo, recordó que esta celebración de hoy, la Solemnidad del Pentecostés, memoria de la efusión del Espíritu Santo sobre la primera comunidad cristiana, es la fiesta que renueva la conciencia de la presencia vivificante del Espíritu Santo, que habita en nosotros. El Espíritu Santo nos da la valentía de salir de los muros protectores de nuestros “cenáculos”, sin descansar en la vida tranquila o encerrarnos en hábitos o costumbres, estériles. Es la misión de cada uno de nosotros. El Papa le pidió a la Virgen María, “protagonista con la primera Comunidad de la admirable experiencia de Pentecostés”, que obtenga para la Iglesia el ardiente espíritu misionero.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy que la plaza está abierta, podemos regresar. ¡Es un placer!

Hoy celebramos la gran fiesta de Pentecostés, en el recuerdo de la efusión del Espíritu Santo sobre la primera comunidad cristiana. El Evangelio de hoy (cf. Jn 20, 19-23) nos lleva a la tarde de la Pascua y nos muestra a Jesús resucitado que se aparece en el Cenáculo, donde se han refugiado los discípulos. Tenían miedo: «Se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz sea con ustedes!”» (v. 19). Estas primeras palabras pronunciadas por el Resucitado: «La paz sea con ustedes», deben ser consideradas más que un saludo: expresan el perdón, el perdón concedido a los discípulos que, para decir la verdad, lo habían abandonado. Son palabras de reconciliación y de perdón. Y también nosotros, cuando deseamos la paz a los demás, estamos dando el perdón y pidiendo también el perdón. Jesús ofrece su paz precisamente a estos discípulos que tienen miedo, que se resisten a creer lo que han visto, es decir el sepulcro vacío, y subestiman el testimonio de María Magdalena y de las otras mujeres. Jesús perdona, perdona siempre, y ofrece su paz a sus amigos. No lo olviden: Jesús no se cansa jamás de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.

Perdonando y reuniendo entorno a Él a sus discípulos, Jesús hace de ellos una Iglesia, su Iglesia, que es una comunidad reconciliada y lista para la misión. Reconciliada y lista para la misión. Cuando una comunidad no está reconciliada, no está lista para la misión: está lista para discutir dentro de sí, está lista para las [discusiones] internas. El encuentro con el Señor resucitado modifica la existencia de los Apóstoles y los transforma en valientes testigos. De hecho, inmediatamente después dice: «Como el Padre me ha enviado, así los envío a ustedes» (v. 21). Estas palabras hacen entender que los Apóstoles son enviados a prolongar la misma misión que el Padre confió a Jesús. «Yo los envío a ustedes»: no es momento de quedarse encerrados, ni de lamentar, lamentar los “buenos tiempos”, esos tiempos pasados con el Maestro. La alegría de la resurrección es grande, pero es una alegría expansiva, que no debe ser guardada para sí mismo, es para darla. En los domingos de Tiempo Pascual hemos escuchado primero este mismo episodio, luego el encuentro con los discípulos de Emaús, después el Buen Pastor, los discursos de despedida y la promesa del Espíritu Santo: todo esto está orientado a fortalecer la fe de los discípulos – y también la nuestra – en vista de la misión.

Y precisamente para animar a la misión, Jesús da a los Apóstoles su Espíritu. Dice el Evangelio: «Sopló sobre ellos y dijo: “Reciban el Espíritu Santo”» (v. 22). El Espíritu Santo es el fuego que quema los pecados y crea hombres y mujeres nuevos; es fuego de amor con el que los discípulos podrán “incendiar” el mundo, ese amor de ternura que privilegia a los pequeños, a los pobres, a los excluidos… En los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación hemos recibido el Espíritu Santo con sus dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, conocimiento, piedad, temor de Dios. Este último don – el temor de Dios – es justo lo contrario del miedo que antes paralizaba a los discípulos: es el amor al Señor, es la certeza de su misericordia y de su bondad, es la confianza de poder moverse en la dirección indicada por Él, sin que nunca nos falte su presencia y su apoyo.

La fiesta de Pentecostés renueva la conciencia de que en nosotros habita la presencia vivificante del Espíritu Santo. Él nos da también el valor de salir de los muros protectores de nuestros “cenáculos”, de los grupitos, sin descansar en una vida tranquila o encerrarnos en hábitos estériles. Elevemos ahora nuestro pensamiento a María. Ella estaba allí, con los Apóstoles, cuando vino el Espíritu Santo, protagonista con la primera Comunidad de la experiencia admirable de Pentecostés, y oremos a Ella para que obtenga para la Iglesia el ardiente espíritu misionero.

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