EL SEÑOR ESPERA MUCHO DE TI: HOMILÍA DEL PAPA DURANTE LAS VÍSPERAS POR EL INICIO DEL MES MISIONERO EXTRAORDINARIO (01/10/2019)

El Papa Francisco celebró las Vísperas la tarde de este 1º. de octubre inaugurando así el Mes Misionero Extraordinario, convocado por él mismo en agosto de 2017, con la intención de “alimentar el ardor de la actividad evangelizadora de la Iglesia ad gentes”. La celebración se llevó a cabo en la Basílica de San Pedro y estuvo precedida por la vigilia misionera y los testimonios de misioneros en Asia, África y Oceanía. El Papa reflexionó sobre la parábola de los talentos (cf. Mt 25, 14-30), proclamada en el curso de la celebración, en la que el Señor se presenta como un hombre que, antes de partir, llama a sus siervos a entregarles sus bienes. Reproducimos a continuación, el texto de su homilía, traducido del italiano:

En la parábola que hemos escuchado, el Señor se presenta como un hombre que, antes de partir, llama a sus siervos para encargarles sus bienes (cf. Mt 25, 14). Dios nos ha confiado sus bienes más grandes: nuestra vida, la de los demás, muchos dones distintos a cada uno. Y estos bienes, estos talentos, no representan algo para guardar en una caja fuerte, representan una llamada: el Señor nos llama a hacer fructificar los talentos con audacia y creatividad. Dios nos preguntará si nos hemos puesto en juego, arriesgando, quizá perdiendo el prestigio. Este Mes Misionero Extraordinario quiere ser una sacudida para provocarnos a ser activos en el bien. No notarios de la fe o guardianes de la gracia, sino misioneros.

Nos convertimos en misioneros viviendo como testigos: dando testimonio con nuestra vida de que conocemos a Jesús. La vida que habla. Testigo es la palabra clave, una palabra que tiene la misma raíz de significado que mártir. Y los mártires son los primeros testigos de la fe: no con palabras, sino con la vida. Saben que la fe no es propaganda o proselitismo, es don de vida. Viven transmitiendo paz y alegría, amando a todos, incluso a los enemigos, por amor a Jesús. Porque nosotros, que hemos descubierto que somos hijos del Padre celestial, ¿cómo podemos callar la alegría de ser amados, la certeza de ser siempre preciosos a los ojos de Dios? Es el anuncio que tanta gente espera. Es nuestra responsabilidad. Preguntémonos en este mes: ¿cómo es mi testimonio?

Al final de la parábola el Señor le dice «bueno y fiel» al que ha sido emprendedor; «malvado y holgazán», en cambio, al siervo que ha estado a la defensiva (cf. vv. 21.23.26). ¿Por qué Dios es tan severo con este siervo que tuvo miedo? ¿Qué mal ha hecho? Su mal es no haber hecho el bien, ha pecado de omisión. San Alberto Hurtado decía: “Es bueno no hacer el mal, pero es malo no hacer el bien”. Este es el pecado de omisión. Y este puede ser el pecado de toda una vida, porque hemos recibido la vida no para enterrarla, sino para ponerla en juego; no para conservarla, sino para darla. Quien está con Jesús sabe que se tiene lo que se da, se posee lo que se entrega; el secreto para poseer la vida es entregarla. Vivir de omisiones es renegar nuestra vocación: la omisión es contraria a la misión.

Pecamos de omisión, es decir, contra la misión, cuando, en vez de transmitir la alegría, nos cerramos en un triste victimismo, pensando que ninguno nos ama y nos comprende. Pecamos contra la misión cuando cedemos a la resignación: “No puedo, no soy capaz”. ¿Pero cómo? ¿Dios te ha dado unos talentos y tú te crees tan pobre que no puedes enriquecer a nadie? Pecamos contra la misión cuando, quejumbrosos, seguimos diciendo que todo va mal, en el mundo y en la Iglesia.

Pecamos contra la misión cuando somos esclavos de los miedos que inmovilizan y nos dejamos paralizar del “sí, siempre se ha hecho así”. Y pecamos contra la misión cuando vivimos la vida como un peso y no como un don; cuando en el centro estamos nosotros con nuestras fatigas, y no nuestros hermanos y hermanas que esperan ser amados.

«Dios ama al que da con alegría» (2 Cor 9, 7). Ama una Iglesia en salida. Pero, tengamos cuidado. Si no está en salida no es Iglesia. La Iglesia es para la calle. La Iglesia camina. Una Iglesia en salida, misionera, es una Iglesia que no pierde el tiempo en llorar por las cosas que no funcionan, por los fieles que ya no tiene, por los valores de tiempo que ya se fue.

Una Iglesia que no busca oasis protegidos para estar tranquila; sólo desea ser sal de la tierra y levadura para el mundo. Esta Iglesia sabe que esta es su fuerza, la misma de Jesús: no la relevancia social o institucional, sino el amor humilde y gratuito.

Hoy entramos en el octubre misionero acompañados por tres “siervos” que han dado mucho fruto. Nos muestra el camino Santa Teresa del Niño Jesús, que hizo de la oración el combustible de la acción misionera en el mundo. Este es también el mes del Rosario: ¿Cuánto rezamos por la propagación del Evangelio, para convertirnos de la omisión a la misión? Luego está San Francisco Javier, uno de los grandes misioneros de la Iglesia. También él nos remueve: ¿Salimos de nuestros caparazones, somos capaces de dejar nuestras comodidades por el Evangelio? Y está la venerable Paulina Jaricot, una trabajadora que sostuvo las misiones con su labor cotidiana: con la ofrenda que aportaba de su salario. Fue en los inicios de las Obras Misionales Pontificias. Y nosotros, ¿hacemos que cada día sea un don para superar la fractura entre el Evangelio y la vida? Por favor, no vivamos una fe “de sacristía”.

Nos acompañan una religiosa, un sacerdote y una laica. Nos dicen que nadie está excluido de la misión de la Iglesia. Sí, en este mes el Señor te llama a ti. Te llama a ti, padre y madre de familia; a ti, joven que sueñas cosas grandes; a ti, que trabajas en una fábrica, en un negocio, en un banco, en un restaurante; a ti, que estás sin trabajo; a ti, que estás en la cama de un hospital… El Señor te pide que te hagas don allí donde estás, así como eres, con quien está a tu lado; que no vivas pasivamente la vida, sino que la entregues; que no te compadezcas a ti mismo, sino que te dejes interpelar por las lágrimas del que sufre. Ánimo, el Señor espera mucho de ti. Espera también que alguien tenga la valentía de partir, de ir allí donde más faltan esperanza y dignidad, allí donde tanta gente vive todavía sin la alegría del Evangelio. Pero, ¿debo ir solo? No, esto no funciona. Si tenemos en mente hacer la misión con organizaciones empresariales, con planes de trabajo, no funciona. El protagonista de la misión es el Espíritu Santo. Él es el protagonista de la misión. Tú vas con el Espíritu Santo. Ve, el Señor no te dejará solo; dando testimonio, descubrirás que el Espíritu Santo llegó antes de ti para prepararte el camino. Ánimo, hermanos y hermanas; ánimo. Madre Iglesia, ¡vuelve a encontrar tu fecundidad en la alegría de la misión!

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