CATEQUESIS DEL PAPA: QUE EL ESPÍRITU SANTO NOS DE UN CORAZÓN ABIERTO (30/10/2019)

Al explicar el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que narra la llegada de Pablo a Filipos, el Santo Padre precisó, durante su catequesis de este 30 de octubre en la Plaza de San Pedro, cómo el Espíritu Santo es el protagonista de la misión de la Iglesia: es Él quien guía el camino de los evangelizadores mostrándoles el camino a seguir. Hay tres acontecimientos que caracterizan este episodio, tres acontecimientos importantes que se dieron en esos tres días en Filipos: el bautismo de Lidia, la denuncia y encarcelamiento de Pablo y Silas y finalmente, la conversión y el bautismo del carcelero y su familia. El Papa concluyó pidiendo que el Espíritu Santo nos de un corazón abierto para, con una fe audaz, ser capaces de romper las cadenas que nos oprimen a nosotros y a los demás. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Leyendo los Hechos de los Apóstoles se ve cómo el Espíritu Santo es el protagonista de la misión de la Iglesia: es Él quien guía el camino de los evangelizadores mostrándoles el camino a seguir.

Esto lo vemos claramente en el momento en que el apóstol Pablo, llegado a Tróade, recibe una visión. Un macedonio le suplica: «¡Ven a Macedonia y ayúdanos!» (Hch 16, 9). El pueblo de Macedonia del Norte está muy orgulloso de esto, muy orgulloso de haber llamado a Pablo para que Pablo fuera a anunciar a Jesucristo. Recuerdo mucho a ese hermoso pueblo que me acogió con tanto calor: ¡Que conserven esta fe que Pablo les predicó! El Apóstol no duda y parte hacia Macedonia, seguro de que es Dios mismo quien lo envía, y llega a Filipos, «colonia romana» (Hch 16, 12) en la Via Egnatia, para predicar el Evangelio. Pablo se queda allí varios días. Tres son los acontecimientos que caracterizan su estancia en Filipos, en estos tres días: tres acontecimientos importantes. 1) La evangelización y el bautismo de Lidia y su familia; 2) el arresto que sufre, junto con Silas, después de haber exorcizado a una esclava explotada por sus amos; 3) la conversión y el bautismo de su carcelero y de su familia. Veamos estos tres episodios en la vida de Pablo.

La fuerza del Evangelio se dirige, sobre todo, a las mujeres de Filipos, en particular a Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, una creyente en Dios a quien el Señor abre el corazón «para que se adhiriese a las palabras de Pablo» (Hch 16, 14). Lidia, de hecho, acoge a Cristo, recibe el Bautismo junto con su familia y acoge a los que son de Cristo, hospedando a Pablo y a Silas en su casa. Tenemos aquí el testimonio de la llegada del cristianismo a Europa: el inicio de un proceso de inculturación que dura hasta hoy. Entró por Macedonia.

Después de la calidez experimentada en casa de Lidia, Pablo y Silas se enfrentan después con la dureza de la cárcel: pasan del consuelo de esta conversión de Lidia y de su familia, a la desolación de la cárcel, a la que los arrojan por haber liberado en el nombre de Jesús «a una esclava que tenía un espíritu de adivinación» y que «producía mucho dinero a sus amos» con el oficio de adivina (Hch 16, 16). Sus amos, ganaban mucho y esta pobre esclava hacía lo que hacen los adivinos: te adivinaba el futuro, te leía las manos – como dice la canción: “Toma esta mano, gitana”, y por eso la gente pagaba. También hoy, queridos hermanos y hermanas, hay gente que paga por esto. Recuerdo que en mi diócesis, en un parque muy grande, había más de 60 mesitas donde estaban sentados los adivinos y las adivinas, que te leían la mano ¡y la gente creía en estas cosas! Y pagaba. Y esto sucedía también en el tiempo de San Pablo. Sus amos, en represalia, denuncian a Pablo y conducen a los Apóstoles ante los magistrados acusándolos de desorden público.

Pero ¿qué pasa? Pablo está en la cárcel y durante su encarcelamiento sucede, sin embargo, un hecho sorprendente. Está en la desolación, pero en vez de lamentarse, Pablo y Silas entonan una alabanza a Dios y esta alabanza desencadena una fuerza que los libera: durante la oración un terremoto sacude los cimientos de la prisión, se abren las puertas y caen las cadenas de todos (cf. Hch 16, 25-26). Como la oración de Pentecostés, también la que se hace en la cárcel provoca efectos prodigiosos.

El carcelero, creyendo que los prisioneros habían huido, estaba por suicidarse, porque los carceleros pagaban con su propia vida si huía un prisionero; pero Pablo le grita: “¡Estamos todos aquí!” (Hch 16, 27-28). El carcelero pregunta entonces: «¿Qué tengo que hacer para salvarme?» (v. 30). La respuesta es: «Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia» (v. 31). En este punto se produce el cambio: en el corazón de la noche, el carcelero escucha la palabra del Señor con su familia, acoge a los apóstoles, les lava las heridas – porque los habían golpeado – y junto a los suyos recibe el Bautismo; luego, "lleno de alegría con todos los suyos por haber creído en Dios" (v. 34), prepara la mesa e invita a Pablo y Silas a quedarse con ellos: ¡el momento del consuelo! En el corazón de la noche de este anónimo carcelero, la luz de Cristo brilla y vence a las tinieblas: las cadenas del corazón caen y brota en él y en los suyos una alegría nunca antes experimentada. Así el Espíritu Santo está haciendo la misión: desde el principio, desde Pentecostés en adelante, Él es el protagonista de la misión. Y nos lleva hacia adelante, se necesita ser fieles a la vocación que el Espíritu nos mueve a hacer. Para llevar el Evangelio.

Pidamos también nosotros hoy al Espíritu Santo un corazón abierto, sensible a Dios y hospitalario hacia los hermanos, como el de Lidia, y una fe audaz, como la de Pablo y Silas, y también una apertura de corazón, como la del carcelero que se deja tocar por el Espíritu Santo.

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