LA REVOLUCIÓN DE LA MISERICORDIA: ÁNGELUS DEL 24/02/2019

Previamente al rezo del Ángelus, que siguió a la misa conclusiva del Encuentro sobre la Protección de los Menores en la Iglesia este 23 de febrero, el Papa Francisco centró su reflexión sobre el “perdón” y el “amor a los enemigos” capaces de transformarnos para hacer el bien “sin esperar nada a cambio”. “Debemos perdonar porque Dios nos ha perdonado y siempre nos perdona”: lo recordó el Papa Francisco este mediodía, ante una soleada Plaza de San Pedro repleta de fieles, romanos y peregrinos, que allí se congregaron para rezar junto a él y escuchar la enseñanza del Sumo Pontífice. El Papa Francisco partió del pasaje del Evangelio de Lucas que se refiere a “un punto central y característico de la vida cristiana: el amor a los enemigos”. Jesús habla a sus discípulos, a aquellos que lo “escuchan” y les manda que amen a sus enemigos: “No es un opción, es un mandato”, hizo evidente el Pontífice, recordando que Jesús sabe bien que “amar a nuestros enemigos va más allá de nuestras posibilidades” pero Él se hizo hombre para no “dejarnos así como somos” sino para transformarnos en personas capaces de un amor mayor. Reproducimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡ buenos días!

El Evangelio de este domingo (cf. Lc 6, 27-38) se refiere a un punto central y característico de la vida cristiana: el amor por los enemigos. Las palabras de Jesús son claras: «A ustedes que escuchan, les digo: ama a tus enemigos, haz el bien a los que te odian, bendice a los que te maldicen, ora por los que te tratan mal» (v. 27-28). Y esto no es una opción, es un mandato. No es para todos, sino para los discípulos, a los que Jesús llama “ustedes que escuchan”. Sabe muy bien que amar a los enemigos va más allá de nuestras posibilidades, pero para esto se hizo hombre: no para dejarnos como somos, sino para transformarnos en hombres y mujeres capaces de un amor más grande, el de su Padre y el nuestro. Este es el amor que Jesús da a quien lo “escucha”. ¡Y entonces se hace posible! Con Él, gracias a su amor, a su Espíritu, nosotros podemos amar también a quien no nos ama, incluso a quien nos hace daño.

De esta manera, Jesús quiere que en cada corazón el amor de Dios triunfe sobre el odio y el rencor. La lógica del amor, que culmina en la Cruz de Cristo, es el distintivo del cristiano y nos induce a ir al encuentro de todos con corazón de hermanos. Pero, ¿cómo es posible superar el instinto humano y la ley mundana de la venganza? La respuesta la da Jesús en la misma página evangélica: «Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso » (v. 36). Quien escucha a Jesús, quien se esfuerza por seguirlo aunque cueste, se convierte en hijo de Dios y comienza a asemejarse de verdad al Padre que está en el cielo. Nos volvemos capaces de cosas que nunca hubiéramos pensado que podríamos decir o hacer, y de las cuales incluso estaríamos avergonzados, pero que en cambio ahora nos dan alegría y paz. Ya no necesitamos ser violentos, con palabras y gestos; nos descubrimos capaces de ternura y bondad; y sentimos que todo esto ¡no viene de nosotros sino de Él!, y por lo tanto no envanecemos, sino que estamos agradecidos.

No hay nada más grande y más fecundo que el amor: le confiere a la persona toda su dignidad, mientras que, por el contrario, el odio y la venganza lo disminuyen, desfigurando la belleza de la criatura hecha a imagen de Dios.

Este mandato, de responder al insulto y al mal con el amor, ha generado en el mundo una nueva cultura: la «cultura de la misericordia, – ¡debemos aprenderla bien! y practicarla bien esta cultura de la misericordia – que da vida a una verdadera revolución» (Carta Ap. Misericordia et misera, 20). Es la revolución del amor, cuyos protagonistas son los mártires de todos los tiempos. Y Jesús nos asegura que nuestro comportamiento, marcado por el amor hacia aquellos que nos hacen daño, no será en vano. Él dice: «Perdonen y serán perdonados, den y recibirán […] porque con la medida con que midan, serán medidos a cambio» (v. 37-38). Es bello esto. Será algo bello que Dios nos dará si somos generosos, misericordiosos. Debemos perdonar porque Dios nos ha perdonado y nos perdona siempre. Si no perdonamos del todo, no podemos pretender ser perdonados del todo. En cambio, si nuestros corazones se abren a la misericordia, si se sella el perdón con un abrazo fraternal y se fortalecen los vínculos de comunión, proclamamos ante el mundo que es posible vencer el mal con el bien. A veces para nosotros es más fácil recordar el mal que nos han hecho y no las cosas buenas; hasta el punto de que hay personas que tienen este hábito y se convierte en una enfermedad. Son “coleccionistas de injusticias”: sólo recuerdan las cosas malas que hicieron. Y esto no es un camino. Debemos hacer lo contrario, dice Jesús. Recordar las cosas buenas, y cuando alguien viene con un chisme, y habla mal sobre el otro, diga: “Pues sí, quizás … pero tiene esto de bueno …”. Invertir el discurso. Esta es la revolución de la misericordia.

Que la Virgen María nos ayude a dejarnos tocar el corazón con esta palabra santa de Jesús, ardiente como fuego, que nos transforma y nos hace capaces de hacer el bien sin esperar nada a cambio, hacer el bien sin esperar nada a cambio, dando testimonio en todas partes de la victoria del amor.

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