ACOJAMOS AL SEÑOR EN EL BARCO DE NUESTRAS VIDAS: ÁNGELUS DEL 10/02/2019

Como Pedro, respondamos al Señor con fe y disponibilidad para colaborar en su misión: fue ésta la invitación del Papa Francisco a la hora del Ángelus dominical de este 10 de febrero. Ante los numerosos fieles, romanos y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, el Pontífice reflexionó sobre el Evangelio de Lucas, que relata la llamada de Jesús a Pedro. El Papa Francisco recuerda que no obstante Simón Pedro había pasado la noche en el mar sin pescar nada, no dudó en echar nuevamente las redes cuando se lo pidió Jesús. Y ésta, explica el Obispo de Roma, “es la respuesta de fe, que también nosotros estamos llamados a dar; es la actitud de disponibilidad que el Señor pide a todos sus discípulos, especialmente a los que tienen tareas de responsabilidad en la Iglesia”. La obediencia confiada de Pedro produjo un resultado prodigioso – evidencia el Papa, “una pesca milagrosa, signo del poder de la palabra de Jesús” porque, explica, “cuando nos ponemos generosamente a su servicio, Él hace grandes cosas en nosotros”. Reproducimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Lc 5, 1-11) nos propone, en el relato de Lucas, la llamada de San Pedro. Su nombre – sabemos – era Simón, y era pescador. Jesús, en la orilla del lago de Galilea, lo ve mientras está arreglando las redes, junto con otros pescadores. Lo encuentra fatigado y decepcionado, porque esa noche no habían pescado nada. Y Jesús lo sorprende con un gesto inesperado: se sube a su barca y le pide alejarse un poco de tierra porque quiere hablar con la gente desde allí – era mucha gente. Entonces Jesús se sienta en la barca de Simón y enseña a la multitud reunida a lo largo de la orilla. Pero sus palabras también reabren a la confianza también el corazón de Simón. Entonces Jesús, con otro “movimiento” sorprendente, le dice: «Toma la barca y echen sus redes para pescar» (v. 4).

Simón responde con una objeción: «Maestro, estuvimos trabajando toda la noche y no hemos cogido nada …». Y, como experto pescador, podría haber agregado: “Si no recogimos nada por la noche, mucho menos cogeremos durante el día”. En cambio, inspirado por la presencia de Jesús e iluminado por su Palabra, dice: «… pero por tu palabra lanzaré las redes» (v. 5). Es la respuesta de la fe, que nosotros también estamos llamados a dar; es la actitud de disponibilidad que el Señor pide a todos sus discípulos, sobre todo a cuantos tienen tareas de responsabilidad en la Iglesia. Y la obediencia confiada de Pedro produce un resultado prodigioso: «Así lo hicieron y recogieron una cantidad enorme de peces» (v. 6).

Se trata de una pesca milagrosa, signo del poder de la palabra de Jesús: cuando nos ponemos con generosidad a su servicio, Él realiza en nosotros grandes cosas. Así actúa con cada uno de nosotros: nos pide acogerlo en la barca de nuestra vida, para partir de nuevo con Él y surcar un nuevo mar, que se revela cargado de sorpresas. Su invitación a salir al mar abierto de la humanidad de nuestro tiempo, para ser testigos de bondad y de misericordia, da un nuevo sentido a nuestra existencia, que corre el riesgo a menudo de replegarse sobre sí misma. A veces podemos quedarnos sorprendidos y titubeantes frente a la llamada que nos dirige el Maestro Divino, y somos tentados a rechazarla debido a nuestra insuficiencia. Incluso Pedro, después de esa pesca increíble, le dice a Jesús: «Señor, aléjate de mí, porque soy un pecador» (v. 8). Es hermosa esta humilde oración: “Señor, aléjate de mi, porque soy un pecador”. Pero lo dice de rodillas ante Aquel que ahora reconoce como “Señor”. Y Jesús lo alienta diciendo: «No temas; desde ahora en adelante serás pescador de hombres» (v. 10), porque Dios, si confiamos en Él, nos libra de nuestro pecado y nos abre frente a un horizonte nuevo: colaborar en su misión.

El milagro más grande realizado por Jesús para Simón y los demás pescadores decepcionados y cansados, no es tanto la red llena de peces, como haberlos ayudado a no caer como víctimas de la decepción y el desaliento ante las derrotas. Los abrió para convertirse en anunciadores y testigos de su palabra y del reino de Dios. Y la respuesta de los discípulos es rápida y total: «Dejaron las barcas en tierra, dejaron todo y lo siguieron» (v. 11). Que la Virgen Santa, modelo de pronta adhesión a la voluntad de Dios, nos ayude a sentir la fascinación de la llamada del Señor, y nos haga disponibles para colaborar con Él para difundir por todas partes su palabra de salvación.

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