CATEQUESIS DEL PAPA: LOS JÓVENES SON LEVADURA DE PAZ (30/01/2019)

Tras regresar el lunes de su viaje apostólico internacional a Panamá, el Santo Padre Francisco reanudó la mañana de este 30 de enero, en el Aula Pablo VI del Vaticano, su acostumbrada audiencia semanal ante la presencia de casi siete mil fieles y peregrinos de los cinco continentes. Como es habitual en estos casos, el Santo Padre trazó un balance de su viaje a Panamá, con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, que tenía como lema las palabras de María al Ángel: “Aquí está la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Si bien el motivo de este viaje fue la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco explicó que además del encuentro con los jóvenes tuvo la oportunidad de encontrarse con otras realidades del país, con las autoridades, los obispos, los jóvenes detenidos, los consagrados y una casa-familia. “Todo – dijo el Papa – fue como ‘contagiado’ y ‘amalgamado’ por la presencia gozosa de los jóvenes: una fiesta para ellos y una fiesta para Panamá, y también para toda América Central, marcada por tantos dramas y necesitada de esperanza y de paz, y también de justicia”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducida del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy hablaré de mi reciente viaje apostólico a Panamá. Los invito a dar gracias conmigo al Señor por esta gracia que ha querido dar a la Iglesia y al pueblo de ese amado país. Doy las gracias al Sr. Presidente de Panamá y a las otras autoridades, a los obispos, así como a todos los voluntarios –había tantos- por su calurosa y familiar bienvenida, la misma que hemos visto en la gente que en todas partes ha venido a saludar con gran fe y entusiasmo. Me ha llamado mucho la atención que la gente levantaba en brazos a los niños. Cuando pasaba el papamóvil, todos con los niños, los levantaban como diciendo: “¡Miren mi orgullo, aquí está mi futuro!” Y enseñaban a los niños. ¡Eran tantos! Y los padres y las madres orgullosas de ese niño. Pensé: ¡cuánta dignidad en este gesto y qué elocuente es para el invierno demográfico que estamos viviendo en Europa! El orgullo de esa familia son los niños. La seguridad para el futuro son los niños. ¡El invierno demográfico sin niños es duro!

El motivo de este viaje ha sido la Jornada Mundial de la Juventud; sin embargo a los encuentros con jóvenes se han entrelazado otros con la realidad del país: las autoridades, los obispos, los jóvenes reclusos, los consagrados y una casa-familia. Todo ha estado como “contagiado” y “amalgamado” por la alegre presencia de los jóvenes: una fiesta para ellos y una fiesta para Panamá, y también para toda América Central, marcada por tantos dramas y necesitada de esperanza y de paz, y también de justicia.

Esta Jornada Mundial de la Juventud estuvo precedida por el encuentro de los jóvenes de los pueblos nativos y afroamericanos. Un hermoso gesto: han estado cinco días de encuentro, los jóvenes indígenas y afro-descendientes. Son muchos en esa región. Han abierto la puerta a la Jornada Mundial. Y esa es una iniciativa importante que ha mostrado todavía mejor el rostro multifacético de la Iglesia en América Latina: América Latina es mestiza. Luego, con la llegada de grupos de todo el mundo, se formó la gran sinfonía de rostros e idiomas, típica de este evento. Ver todas las banderas desfilar juntas, danzar en las manos de los jóvenes alegres por encontrarse es un signo profético, un signo que va en contra de la triste tendencia actual de los nacionalismos conflictivos, que levantan muros y se cierran a la universalidad, al encuentro entre los pueblos. Es una señal de que los jóvenes cristianos son levadura de paz en el mundo.

Esta JMJ ha tenido una fuerte huella mariana, porque su tema eran las palabras de la Virgen al Ángel: “He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Fue impresionante escuchar estas palabras pronunciadas por los representantes de los jóvenes de los cinco continentes y, sobre todo, verlas transparentarse en sus rostros. Mientras haya nuevas generaciones capaces de decir “heme aquí” a Dios, habrá futuro en el mundo.

Entre las etapas de la JMJ siempre está el Vía Crucis. Caminar con María detrás de Jesús cargado con la cruz es la escuela de la vida cristiana: allí se aprende el amor paciente, silencioso, concreto. Os hago una confidencia: a mí me gusta mucho hacer el Vía Crucis porque es andar con María detrás de Jesús. Y siempre llevo conmigo, para hacerlo en cualquier momento, un Vía Crucis de bolsillo, que me regaló una persona muy apostólica en Buenos Aires. Y cuando tengo tiempo lo tomo y sigo el Vía Crucis. Hagan ustedes también el Vía Crucis porque es seguir a Jesús con María en el camino de la cruz, donde Él dio la vida por nosotros, por nuestra redención. En el Vía Crucis se aprende el amor paciente, silencioso y concreto. En Panamá, los jóvenes llevaban con Jesús y María la carga de la condición de tantos hermanos y hermanas que sufren en América Central y en todo el mundo. Entre ellos hay muchos jóvenes víctimas de diferentes formas de esclavitud y pobreza. Y en este sentido, fueron momentos muy significativos la liturgia penitencial que celebré en un Hogar de rehabilitación para menores y la visita a la Casa-familia “Buen Samaritano”, que alberga a personas afectadas por el VIH/SIDA,

La culminación de la JMJ y del viaje fueron la Vigilia y la Misa con los jóvenes. En la Vigilia, – en aquel campo lleno de jóvenes que hicieron la Vigilia, durmieron allí y a las ocho de la mañana participaron en la misa – ;en la Vigilia se renovó el diálogo vivo con todos los chicos y las chicas, entusiastas y también capaces de silencio y de escucha. Pasábamos del entusiasmo a la escucha y a la oración en silencio. Les presenté a María como aquella que, en su pequeñez, más que ninguna otra, ha “influido” en la historia del mundo: la llamamos la “influencer de Dios”. En su “fiat” se han reflejado los testimonios hermosos y fuertes de algunos jóvenes. El domingo por la mañana, en la gran celebración eucarística final, Cristo resucitado, con la fuerza del Espíritu Santo, habló de nuevo a los jóvenes del mundo y los llamó a vivir el Evangelio en el hoy, porque los jóvenes no son el “mañana”; no, son el “hoy” para el mañana. No son el “mientras tanto”, sino el hoy, el ahora de la Iglesia y del mundo. Y he apelado a la responsabilidad de los adultos, para que a las nuevas generaciones no les falte la instrucción, el trabajo, la comunidad y la familia. Y esta es la clave en este momento en el mundo, porque todo esto falta. Instrucción, es decir, educación. Trabajo: cuántos jóvenes están sin él. Comunidad: que se sientan acogidos, en la familia, en la sociedad.

El encuentro con todos los obispos de América Central fue para mí un momento de especial consuelo. Juntos nos dejamos enseñar por el testimonio del santo obispo Oscar Romero, para aprender cada vez mejor cómo “sentir con la Iglesia”, – era su lema episcopal –, estando cerca de los jóvenes, los pobres, los sacerdotes, del santo pueblo fiel de Dios.

Y un fuerte valor simbólico tuvo la consagración del altar de la restaurada catedral de Santa María La Antigua, en Panamá. Estuvo cerrada siete años por restauración. Un signo de belleza redescubierta, para la gloria de Dios y para la fe y la fiesta de su pueblo. El crisma que consagra el altar es el mismo que unge a los bautizados, a los confirmados, a los sacerdotes y a los obispos. ¡Qué la familia de la Iglesia, en Panamá y en todo el mundo, consiga del Espíritu Santo una fecundidad siempre nueva, para que la peregrinación de los jóvenes discípulos misioneros de Jesucristo prosiga y se difunda en la tierra!

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