JESÚS, ROSTRO DEL AMOR DE DIOS: HOMILÍA DEL PAPA EN TURÍN (21/06/2015)

Con su multitudinaria bienvenida, llena de alegría y fervor, al Papa Francisco, la ciudad de Turín se volvió una inmensa basílica a cielo abierto. Después de su encuentro con el mundo del trabajo y de orar en la Catedral, ante la Sábana Santa, deteniéndose luego, ante el altar del Beato Pier Giorgio Frassati, el Obispo de Roma, se trasladó a la Plaza Vittorio, una de las más grandes de Europa, que estaba abarrotada de fieles, para la Santa Misa, presidida por el Papa Francisco, que culminó con el rezo a la Madre de Dios. En su homilía, destacó tres características del amor de Dios: es un amor fiel, un amor que recrea todo, un amor estable y seguro.

Reproducimos a continuación, el texto completo de la homilía del Papa, traducido del italiano:

En la Oración Colecta hemos orado: "Concede a tu pueblo, oh Padre, vivir siempre en la veneración y en el amor a tu santo nombre, para que nunca falte tu gracia a aquellos que se han establecido sobre la roca de tu amor". Ya las Lecturas que hemos escuchado nos muestran como es este amor de Dios hacia nosotros: es un amor fiel, un amor que recrea todo, un amor estable y seguro.

El Salmo nos ha invitado a agradecer al Señor porque "su amor es para siempre". He ahí al amor fiel, la fidelidad: es un amor que no defrauda, no viene a menos. Jesús encarna su amor, ahí está el Testimonio. El no se cansa jamás de amarnos, de soportarnos, de perdonarnos, y así nos acompaña en el camino de la vida, según la promesa que hizo a los discípulos: "Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Por amor se ha hecho hombre, por amor murió y resucitó, y por amor siempre está a nuestro lado, en los momentos bellos y en los difíciles. Jesús nos ama siempre, hasta el fin, sin límites y sin medida. Y nos ama a todos, hasta el punto de que cada uno de nosotros puede decir: "Ha dado la vida por mi". ¡Por mi! La fidelidad de Jesús no se da por vencida incluso ante nuestra infidelidad. Nos lo recuerda san Pablo: "Si somos infieles, El permanece fiel, porque no puede renegar de sí mismo" (2 Tim 2, 13). Jesús permanece fiel, también cuando nos hemos equivocado, y nos espera para perdonarnos: El es el rostro del Padre misericordioso. Ahí está el amor fiel.

El segundo aspecto: el amor de Dios recrea todo, esto es, hace nuevas todas las cosas, como nos ha recordado la segunda Lectura. Reconocer los propios límites, las propias debilidades, es la puerta que abre al perdón de Jesús, a su amor que puede renovarnos desde lo profundo, que puede recrearnos. La salvación puede entrar en el corazón cuando nos abrimos a la verdad y reconocemos nuestros errores, nuestros pecados; ahora hagamos experiencia, esa bella experiencia de Aquel que ha venido no por los sanos, sino por los enfermos, no por los justos, sino por los pecadores (cfr Mt 9, 12-13); experimentemos su paciencia - ¡tiene mucha! – su ternura, su voluntad de salvar a todos. ¿Y cuál es el signo? El signo de que nos hemos convertido en "nuevos" y hemos sido transformados por el amor de Dios es el saberse despojar de las vestiduras raídas y viejas de los rencores y de las enemistades para ponernos la túnica blanca de la mansedumbre, de la benevolencia, del servicio a los demás, de la paz del corazón, propia de los hijos de Dios. El espíritu del mundo está siempre a la búsqueda de la novedad, pero sólo la fidelidad de Jesús es capaz de la verdadera novedad, de hacernos hombres nuevos, de recrearnos.

En fin, el amor de Dios es estable y seguro, como los arrecifes rocosos que soportan la violencia de las olas. Jesús lo manifiesta en el milagro narrado en el Evangelio, cuando aplaca al tempestad, ordenando al viento y al mar (cfr Mc 4, 41). Los discípulos tienen miedo porque se dan cuenta que no tendrán éxito, pero Él abre su corazón al valor de la fe. de frente al hombre que grita: "¡No puedo soportar más!", el Señor va a su encuentro, ofrece la roca de su amor, a la que cada uno puede agarrarse seguro de no caer. Cuántas veces sentimos que no podemos soportar más. Pero Él está junto a nosotros con la mano extendida y el corazón abierto.

Queridos hermanos y hermanas de Turín y piamonteses, nuestros antepasados sabían bien qué cosa quiere decir esa "roca", qué cosa quiere decir "solidez". Nos da un bello testimonio un famoso poeta nuestro:

"Rectos y sinceros, los que son, parecen:
cabezas cuadradas, mano firme e hígado sano,
hablan poco pero saben lo que dicen,
aunque caminan lento, van lejos.
Gente que no se guarda tiempo y sudor
- raza nuestra libre y terca -.
Todo el mundo sabe quiénes son
y, cuando pasan... todo el mundo los mira".

Podríamos preguntarnos si hoy estamos firmes en esta roca que es el amor de Dios. Cómo vivimos el amor fiel de Dios hacia nosotros. Siempre existe el riesgo de olvidar aquel amor grande que el Señor nos ha mostrado. También nosotros, cristianos, corremos el riesgo de dejarnos paralizar por el miedo al futuro y buscar seguridad en cosas que pasan, o en un modelo de sociedad cerrado que tiende a excluir más que a incluir. En esta tierra han crecido tantos Santos y Beatos que han acogido el amor de Dios y lo han difundido en el mundo, santos libres y tercos. Sobre las huellas de estos testimonios, también nosotros podemos vivir la alegría del Evangelio practicando la misericordia; podemos compartir la dificultad de tanta gente, de las familias, especialmente aquellas más frágiles y tocadas por la crisis económica. Las familias tienen necesidad de sentir la caricia materna de la Iglesia para salir adelante en la vida conyugal, en la educación de los hijos, en el cuidado de los ancianos y también en la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones.

¿Creemos que el Señor es fiel? ¿Cómo vivimos la novedad de Dios que todos los días nos transforma? ¿Cómo vivimos el amor firme del Señor, que se coloca como una barrera segura contra las olas del orgullo y de la falsa novedad? Que el Espíritu Santo nos ayude a ser siempre conscientes de este amor "rocoso" que nos hace estables y fuertes en los pequeños o grandes sufrimientos, nos hace capaces de no cerrarnos frente a la dificultad, de afrontar la vida con valor y mirar el futuro con esperanza. Como entonces en el lago de Galilea, también hoy en el mar de nuestra existencia Jesús es Aquel que vence a las fuerzas del mal y las amenazas de la desesperación. La paz que El no da es para todos; también para tantos hermanos y hermanas que huyen de la guerra y las persecuciones en busca de paz y libertad.

Muy queridos hermanos, ayer festejaron a la Bienaventurada Virgen de la Consolación, la Consolada, que "está ahí: baja y masiva, sin pompa: como una buena madre". Confiemos a nuestra Madre el camino eclesial y civil de esta tierra. Que ella nos ayude a seguir al Señor para ser fieles, para dejarnos renovar todos los días y permanecer a mano en el amor. Así sea.

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