LA UNIDAD EN LAS IGLESIAS SE CREA CON LA CONFIANZA Y EL PERDÓN: ÁNGELUS DEL 29/06/2025
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
Hoy es la gran fiesta de la Iglesia de Roma, engendrada por el testimonio de los Apóstoles Pedro y Pablo y fecundada por su sangre y por la de muchos otros mártires. También en nuestros días, en todo el mundo, hay cristianos a los que el Evangelio vuelve generosos y audaces incluso a costa de la vida. Existe así un ecumenismo de la sangre, una invisible y profunda unidad entre las Iglesias cristianas que, sin embargo, no viven todavía entre ellas la comunión plena y visible. Quiero por tanto confirmar en esta fiesta solemne que mi servicio episcopal es servicio a la unidad y que la Iglesia de Roma está comprometida por la sangre de los Santos Pedro y Pablo a servir a la comunión entre todas las Iglesias.
La piedra, de la que Pedro recibe también su propio nombre, es Cristo. Una piedra desechada por los hombres y que Dios ha hecho piedra angular (cf. Mt 21, 42). Esta Plaza y las Basílicas Papales de San Pedro y de San Pablo nos cuentan cómo ese cambio continúa siempre. Ellas se encuentran en los márgenes de la ciudad antigua, “extramuros”, como se dice hasta hoy. Lo que a nosotros nos parece grande y glorioso antes fue descartado y excluido, porque estaba en contraste con la mentalidad mundana. Quien sigue a Jesús se encuentra caminando por el camino de las Bienaventuranzas, en el que la pobreza de espíritu, la mansedumbre, la misericordia, el hambre y la sed de justicia, el trabajo por la paz encuentran oposición e incluso persecución. Sin embargo, la gloria de Dios brilla en sus amigos y a lo largo del camino los moldea, de conversión en conversión.
Queridos hermanos y hermanas, sobre las tumbas de los Apóstoles, meta milenaria de peregrinaje, también nosotros descubrimos que podemos vivir de conversión en conversión. El Nuevo Testamento no esconde los errores, las contradicciones, los pecados de aquellos que veneramos como los más grandes Apóstoles. Su grandeza, de hecho, ha sido modelada por el perdón. El Resucitado, más de una vez, los fue a buscar para traerlos de nuevo a su camino. Jesús nunca llama una sola vez. Es por esto que todos podemos esperar siempre, como nos recuerda también el Jubileo.
La unidad en la Iglesia y entre las Iglesias, hermanas y hermanos, se alimenta de perdón y de confianza recíproca. Comenzando por nuestras familias y nuestras comunidades. Si de hecho Jesús confía en nosotros, también nosotros podemos confiar los unos en los otros, en su Nombre.
Que los Apóstoles Pedro y Pablo, junto con la Virgen María, intercedan por nosotros, para que en este mundo herido la Iglesia sea casa y escuela de comunión.
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