ES HERMOSO SER SACERDOTE: PALABRAS DE LEÓN XIV A PARTICIPANTES EN ENCUENTRO PARA SACERDOTES (26/06/2025)
Comencemos con el Signo de la Cruz, porque todos estamos aquí porque Cristo que murió y resucitó, nos dio la vida y nos ha llamado a servir. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡La paz esté con ustedes!
[Saludo del Cardenal Lazzaro You Heung-sik, Prefecto del Dicasterio para el Clero]
Muy queridos hermanos en el sacerdocio, queridos hermanos, queridos hermanos sacerdotes, muy queridos formadores, seminaristas, animadores vocacionales, amigos en el Señor:
Es para mí una gran alegría encontrarme hoy aquí con ustedes. En el corazón del Año Santo, juntos queremos dar testimonio de que es posible ser sacerdotes felices, porque Cristo nos ha llamado, Cristo nos ha hecho sus amigos (cf. Jn 15, 15): es una gracia que queremos acoger con gratitud y responsabilidad.
Deseo agradecer al cardenal Lazzaro y a todos los colaboradores del Dicasterio para el Clero por su servicio generoso y competente: un trabajo vasto y valioso, que se desarrolla a menudo en el silencio y la discreción y que produce frutos de comunión, de formación y renovación.
Con este momento de intercambio fraterno, un intercambio internacional, podemos valorar el patrimonio de experiencias ya maduradas, animando la creatividad, corresponsabilidad y comunión en la Iglesia, para que lo que es sembrado con dedicación y generosidad en muchas comunidades pueda convertirse en luz y estímulo para todos.
Las palabras de Jesús «Los he llamado amigos» (Jn 15, 15) no son solamente una declaración afectuosa hacia los discípulos, sino una verdadera clave de comprensión del ministerio sacerdotal. El sacerdote, en efecto, es un amigo del Señor, llamado a vivir con él una relación personal y confidente, alimentada por la Palabra, por la celebración de los Sacramentos, por la oración cotidiana. Esta amistad con Cristo es el fundamento espiritual del ministerio ordenado, el sentido de nuestro celibato y la energía del servicio eclesial al que dedicamos la vida. Ella nos sostiene en los momentos de prueba y nos permite renovar cada día el “sí” pronunciado al inicio de la vocación.
En particular, muy queridos todos, de esta palabra clave quisiera tomar tres implicaciones para la formación hacia el ministerio sacerdotal
Ante todo, la formación es un camino de relación. Convertirse en amigos de Cristo significa ser formados en la relación, no solo en las capacidades. La formación sacerdotal, por tanto, no puede reducirse a la adquisición de nociones, sino que es un camino de familiaridad con el Señor que involucra a toda la persona, corazón, inteligencia, libertad, y la moldea a imagen del Buen Pastor. Sólo quien vive en la amistad con Cristo y es permeado por su Espíritu puede anunciar con autenticidad, consolar con compasión y guiar con sabiduría. Esto requiere escucha profunda, meditación y una rica y ordenada vida interior.
En segundo lugar, la fraternidad es un estilo esencial de vida presbiteral. Convertirse en amigos de Cristo implica vivir como hermanos entre los sacerdotes y los Obispos, no como competidores o individualistas. La formación entonces debe ayudar a construir vínculos sólidos en el presbiterio como expresión de una Iglesia sinodal, en la que se crece juntos compartiendo fatigas y alegrías del ministerio. ¿Cómo, de hecho, nosotros los ministros podremos ser constructores de comunidades vivas, sino reina antes que nada entre nosotros una efectiva y sincera fraternidad?
Además, formar sacerdotes amigos de Cristo significa formar hombres capaces de amar, escuchar, orar y servir juntos. Para ello hace falta poner todos los cuidados en la preparación de los formadores, porque la eficacia de su obra depende ante todo del ejemplo de vida y de la comunión entre ellos. La institución misma de los Seminarios nos recuerda que la formación de los futuros ministros ordenados no puede desarrollarse de manera aislada, sino que requiere del involucramiento de todos los amigos y amigas del señor que viven como discípulos misioneros al servicio del Pueblo de Dios.
Al respecto, quisiera decir una palabra también sobre las vocaciones. A pesar de las señales de crisis que atraviesan la vida y la misión de los presbíteros, Dios sigue llamando y permanece fiel a sus promesas. Es necesario que haya espacios adecuados para escuchar su voz. Por ello son importantes los ambientes y formas de pastoral juvenil impregnados de Evangelio, donde puedan manifestarse y madurar las vocaciones a la entrega total de sí mismos. ¡Tengan el valor de propuestas fuertes y liberadoras! Al mirar a los jóvenes que en este tiempo nuestro dicen su generoso “aquí estoy” al Señor, sintamos todos la necesidad de renovar nuestro “sí”, de redescubrir la belleza de ser discípulos misioneros en el seguimiento de Cristo, el Buen Pastor.
Muy queridos todos, celebramos este encuentro en la vigilia de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús: es a partir de esta “zarza ardiente” que tiene origen nuestra vocación; es a partir de esta fuente de gracia que queremos dejarnos transformar.
La Encíclica del Papa Francisco Dilexit nos, si es un don valioso para toda la Iglesia, lo es de manera especial para nosotros los sacerdotes. Ésta nos interpela fuertemente: nos pide proteger juntos la mística y el compromiso social, la contemplación y la acción, el silencio y el anuncio. Nuestro tiempo nos provoca: muchos parecen haberse alejado de la fe, sin embargo, en lo profundo de muchas personas, especialmente de los jóvenes, hay sed de infinito y salvación. Muchos experimentan como una ausencia de Dios, sin embargo, todo ser humano está hecho para Él y el designio del Padre es hacer de Cristo el corazón del mundo.
Por eso queremos reencontrar juntos el impulso misionero. Una misión que propone con valentía y amor el Evangelio de Jesús. Mediante nuestra acción pastoral, es el señor mismo el que cuida de su rebaño, reúne a quien está disperso, se inclina sobre quien está herido, anima al que está desanimado. Imitando el ejemplo del maestro, crezcamos en la fe y convirtámonos por ello en testigos creíbles de la vocación que hemos recibido. Cuando uno cree, se ve: la felicidad del ministro refleja su encuentro con Cristo, sosteniéndolo en la misión y el servicio.
Queridos hermanos en el sacerdocio, ¡gracias a ustedes que han venido desde lejos! Gracias a cada uno por la dedicación cotidiana, especialmente en los lugares de formación, en las periferias existenciales y en los lugares difíciles, a veces peligrosos. Al recordar a los sacerdotes que han entregado la vida, incluso hasta la sangre, renovemos hoy nuestra disponibilidad a vivir sin reservas un apostolado de compasión y alegría.
¡Gracias por lo que son! Porque recuerdan a todos que es hermoso ser sacerdotes y que toda llamada del Señor es ante todo una llamada a su alegría. No somos perfectos, pero somos amigos de Cristo, hermanos entre nosotros e hijos de su tierna Madre María, y eso nos basta.
Dirijámonos al Señor Jesús, a su Corazón misericordioso que arde de amor por cada persona. Pidámosle la gracia de ser discípulos misioneros y pastores según su voluntad: buscando a quien se ha perdido, sirviendo al que es pobre, guiando con humildad a quien nos es encomendado. Que sea su Corazón el que inspire nuestros planes, el que transforme nuestros corazones y el que nos renueve en la misión. Los bendigo con afecto y pido por todos ustedes.
[Un sacerdote pide al Santo Padre si puede abrazarlo]
¡Si es uno por todos! ¡Porque después también los demás quieren! ¿Están de acuerdo? [Los sacerdotes responden: sí] ¡Uno por todos! ¡Entonces, uno por todos!
[En español] ¡Levante la mano el que venga de América Latina!
[En inglés] ¿Cuántos vienen de África?... ¿Cuántos de Asia? … ¿De Europa? … ¿De Estados Unidos?...
[Llega el sacerdote, se presenta y abraza al Santo Padre]
En representación de todos los presentes en este momento.
[En español] Para concluir, propongamos un momento de oración. [Continúa en italiano] Un momento muy breve, pero lo que dije antes en palabras, ¡qué importante es! Quiero subrayar la importancia de la vida espiritual del sacerdote. Muchas veces cuando necesitamos ayuda, busca un buen “acompañante”, un director espiritual, un buen confesor. Nadie aquí está solo. E incluso si estás trabajando en la misión más lejana, ¡nunca estás solo! Busquen vivir lo que el Papa Francisco muchas veces llamaba la “cercanía”: Cercanía con el Señor, cercanía con su Obispo, o Superior religioso, y cercanía también entre ustedes, porque ustedes realmente deben ser amigos, llamados a ser discípulos del Señor. Tenemos una gran misión y todos juntos podemos hacerlo. Contamos siempre con la gracia de Dios, la cercanía también de mi parte y juntos podemos ser realmente esta voz en el mundo. Gracias.
Entonces, oremos juntos: Padre Nuestro…
Y a María nuestra Madre, le decimos: Dios te salve, María…
[Bendición]
¡Felicidades a todos ustedes! ¡Que Dios los bendiga siempre!
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