ACOMPAÑEN A QUIEN SE ACCIDENTA POR LO QUE ES Y NO CON FALSA PIEDAD: PALABRAS DEL PAPA A PERSONAL DEL INSTITUTO NACIONAL DEL SEGURO CONTRA LOS ACCIDENTES DE TRABAJO (09/03/2023)

Bajo el objetivo de “construir una sociedad en la que nadie se quede atrás”, directivos y personal del Instituto Nacional del Seguro contra los Accidentes de Trabajo de Italia se dieron cita al mediodía de este 9 de marzo con el Sumo Pontífice, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, para escuchar sus consejos. Lo primero que les dijo el Papa es que deben reflexionar sobre la “plena protección de la mujer en el lugar de trabajo” y esto incluye el periodo de maternidad. El Papa Francisco también les recordó las premisas de su trabajo: “garantizar la protección de la dignidad de las personas en el lugar de trabajo” pero también “el acompañamiento a los accidentados y el apoyo concreto a sus familias” desde una perspectiva de compasión y no meramente burocrática. Compartimos a continuación las palabras del Papa, traducidas del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Les doy la bienvenida y agradezco al Presidente por sus palabras. Gracias por haber hecho referencia a la doctrina social de la Iglesia. Me alegra este encuentro para poder animar su compromiso que, como dijo el Presidente, quiere “construir una sociedad en la que nadie se quede atrás”. Ustedes lo hacen trabajando para que se proteja la dignidad de las personas en el ambiente de trabajo. Sabemos que no es siempre así y no lo es en todas partes. A menudo el peso de un accidente es cargado a las espaldas de las familias y esta tentación se manifiesta de distintas maneras. La reciente pandemia aumentó el número de denuncias en Italia, en particular en los sectores de la salud y el transporte.

Gracias por el cuidado adicional que pusieron en práctica en el periodo de máxima crisis sanitaria, especialmente con respecto a las categorías más frágiles de la población. En los últimos meses, además, ha habido un crecimiento de casos de accidentes femeninos, para recordarnos que la plena protección de las mujeres en los lugares de trabajo aún no se ha realizado. Y sobre ello también, me permito decir, hay un descarte previo de las mujeres, por miedo a qué se embaracen; es menos “segura” una mujer, porque puede embarazarse. Esto se piensa al momento de contratarla: cuando comienza a “engordar” si se puede correrla es mejor. Esa es la mentalidad y debemos luchar contra ello.

La actividad de su Instituto es doblemente valiosa, ya sea sobre el aspecto formativo para prevenir los accidentes en el trabajo, como en el aspecto de acompañamiento a los accidentados y de apoyo concreto a sus familias. El servicio al que se dedican permite que nadie se sienta abandonado a su suerte. Eso es decisivo. Sin protecciones, la sociedad se vuelve cada vez más esclava de la cultura del descarte. Termina por ceder a la mirada utilitaria con respecto a la persona, más que reconocer su dignidad. La tremenda lógica que difunde el descarte se resume en la frase: “Vales si produces”. De esta manera cuenta solo quien logra estar en el engranaje de la actividad y las víctimas son hechas a un lado, consideradas un peso y confiadas al buen corazón de las familias.

En la Encíclica Fratelli tutti se pone en relieve que «el descarte se manifiesta de muchas maneras, como en las obsesión de reducir los costos del trabajo, sin darse cuenta de las graves consecuencias que esto provoca, porque el desempleo que se produce tiene como efecto directo ensanchar las fronteras de la pobreza» (n. 20). Entre las consecuencias de la falta de inversión en la seguridad en los lugares de trabajo está también el aumento de los accidentes. Frente a esta mentalidad necesitamos recordar que la vida no tiene precio. La salud de una persona no es intercambiable con algún dinero extra o con los intereses individuales de alguien. Y desafortunadamente es necesario agregar que un aspecto de la cultura del descarte es la tendencia a culpabilizar a las víctimas. Esto se ve siempre, es una manera de justificar, y es un signo de la pobreza humana en la que nos arriesgamos de hacer caer las relaciones, si perdemos la correcta jerarquía de los valores, que tiene en la cima la dignidad de la persona humana.

Queridos amigos, su presencia hoy permite reflexionar sobre el sentido del trabajo y en cómo sería posible, en contextos históricos distintos, conjugar la parábola evangélica del buen samaritano (cf. Lc 10, 25-37). El cuidado de la calidad del trabajo, como de los lugares y los transportes, es fundamental si quiere promoverse la centralidad de la persona; cuando se degrada el trabajo, se empobrece la democracia y se debilitan los vínculos sociales. Es importante actuar de manera que se respeten las normas de seguridad: nunca pueden ser vistas como un peso o una carga inútil. Como siempre ocurre, nos damos cuenta del valor de la salud sólo cuando falta. Una ayuda puede ser proporcionada también por el recurso de la tecnología. Por ejemplo, ésta ha favorecido el desarrollo del trabajo “a distancia”, que en ciertos casos puede ser una buena solución, siempre y cuando no aísle a los trabajadores impidiéndoles sentirse parte de una comunidad. La clara separación entre lugares de vida familiar y ambientes laborales ha tenido consecuencias negativas no solamente sobre la familia sino también sobre la cultura del trabajo. ha fortalecido la idea según la cual la familia sería el lugar del consumo y la empresa el de la producción. Esto es demasiado simplista. Ha hecho pensar que el cuidado sea un hecho exclusivo de la familia y no tenga que ver con el trabajo. Ha puesto en riesgo el hacer crecer la mentalidad según la cual las personas valen por lo que producen, por lo cual fuera del mundo productivo pierden valor, identificado de manera exclusiva con el dinero. Este es un pensamiento habitual, un pensamiento diría no del todo consciente, sino subliminal.

Su actividad recuerda que el estilo del buen Samaritano es siempre actual y tiene un valor social. «Con sus gestos el buen samaritano mostró que la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro» (Fratelli tutti, 66). Cuando una persona pide ayuda, se encuentra en el sufrimiento y corre el riesgo de ser abandonada a la orilla del camino de la sociedad, es fundamental el compromiso solícito y eficaz de instituciones como la suya, que pongan en práctica los verbos de la parábola evangélica: ver, tener compasión, hacerse cercano, vendar las heridas, hacerse cargo. Y ese no es un buen negocio, ¡siempre hay pérdidas!

Les animo a mirar a la cara todas las formas de discapacidad que se presentan. No sólo las físicas, también las psicológicas, culturales y espirituales. El abandono social tiene reflejos en la manera en que cada uno de nosotros mira y se percibe a sí mismo. “Mirar” al otro significa también tratar a las personas en su unicidad y singularidad, haciéndolas salir de la lógica de los números. La persona no es un número. No existe el “accidentado” sino el nombre y el rostro de quien sufrió un accidente. Existe el sustantivo, no el adjetivo: un accidentado; no, es una persona que sufrió un accidente. Estamos acostumbrados a utilizar demasiado los adjetivos, estamos en unas civiliza que ha caído un poco en usar demasiado los adjetivos y corremos el riesgo de perder la cultura del sustantivo. Este no es un accidentado, es una persona que sufrió un accidente pero es una persona.

No renuncien a la compasión –que no es algo estúpido de mujeres, de viejitas, no, es una realidad humana muy grande –: yo comparto porque tengo cierta compasión, que no es lo mismo que piedad, si no es compartir el destino. Se trata de sentir en la propia carne el sufrimiento del otro. Es lo contrario a la indiferencia – nosotros vivimos en una cultura de la indiferencia –, que lleva a voltear la mirada hacia otro lado, a seguir de frente sin dejarse tocar interiormente. La compasión y la ternura son actitudes que reflejan el estilo de Dios. Si nos preguntamos cuál es el estilo de Dios, tres palabras lo señalan: cercanía, Dios siempre está cerca, no se esconde; misericordia, es misericordioso, tiene compasión y por eso es misericordioso; y tercero, es tierno, tiene ternura. Cercanía, misericordia compasiva y ternura. Ese es el estilo de Dios y sobre ese camino debemos caminar.

Pensemos en la cercanía, en la proximidad: cerrar las distancias y colocarse en el mismo plano de fragilidad compartida. Cuando más advertimos ser frágiles, más se merece la cercanía. De esta manera, se derriban las barreras para encontrar un plano común de comunicación que es nuestra humanidad.

Vendar las heridas puede significar para ustedes dedicar tiempo y alejar toda tentación burocrática. La persona que ha sufrido un accidente pide ser acogida antes aún que ser resarcida. Y toda reparación económica adquiere pleno valor en la acogida y la comprensión de la persona.

Se trata después de hacerse cargo con la familia de la situación dramática de quien está obligado a abandonar el trabajo a causa de un accidente; cuidar de ellos de manera integral. Esto requiere también creatividad, para que la persona se sienta acompañada y apoyada por lo que es y no con falsa piedad. No es una limosna, es un acto de justicia.

Queridos amigos, dejémonos interpelar por las heridas de nuestras hermanas y hermanos – estas heridas nos interpelan, dejémonos interpelar – y tracemos senderos de fraternidad. Nuestra seguridad está dada por la solidaridad y la caridad, ante todo. Ésta no responde solamente a criterios de justicia legal, sino que es cuidado de la humanidad en sus distintas dimensiones. Cuando esto falta, el “sálvese quien pueda” se traduce rápidamente en “todos contra todos” (cf. Fratelli tutti, 33). La indiferencia es signo de una sociedad desesperada y mediocre. Digo desesperada en el sentido de que no tiene esperanza.

Les encomiendo a la protección de San José, patrono de todos los trabajadores. Que el Señor los bendiga y la Virgen los cuide. Y por favor, oren por mí. Gracias.

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