NO TENGAMOS MIEDO DE PEDIR PERDÓN A JESÚS: ÁNGELUS DEL 07/04/2019

Tomar conciencia de que somos pecadores, y dejar caer de nuestras manos las piedras de denigración y de la condena que a veces queremos lanzar contra los demás: fue la invitación del Papa Francisco este 7 de abril, V domingo de Cuaresma, a la hora del Ángelus dominical, reflexionando sobre el Evangelio del día, que narra el episodio de la mujer adúltera, a quien los escribas y fariseos presentan a Jesús para que la juzgue. El Papa Francisco visualizó el contraste entre las dos actitudes, precisamente la de los escribas y fariseos, por una parte, y la de Jesús por la otra. El Santo Padre afirmó que “los interlocutores de Jesús”, estaban “encerrados en los cuellos de botella del legalismo, y quieren encerrar al Hijo de Dios en su perspectiva de juicio y condena”. En cambio, Jesús “no vino al mundo para juzgar y condenar, sino para salvar y ofrecer a la gente una nueva vida”. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este quinto domingo de Cuaresma, la liturgia nos presenta el episodio de la mujer adúltera (cf. Jn 8, 1-11). En él se contraponen dos actitudes: la de los escribas y los fariseos por una parte, y la de Jesús por la otra. Los primeros quieren condenar a la mujer, porque se sienten los guardianes de la Ley y de su fiel aplicación. Jesús en cambio quiere salvarla, porque Él personifica la misericordia de Dios que, perdonando, redime y reconciliando, renueva.

Veamos entonces el evento. Mientras Jesús enseña en el templo, los escribas y los fariseos le traen a una mujer sorprendida en adulterio; la colocan en medio y preguntan a Jesús si debe ser lapidada, como lo prescribe la Ley de Moisés. El Evangelista precisa que ellos le hicieron esta pregunta «para ponerlo a prueba y para tener un motivo para acusarlo» (v. 6). Se puede suponer que su propósito era este – vean la maldad de esta gente: el “no” a la lapidación habría sido una razón para acusar a Jesús de desobedecer la Ley; el “sí”, en cambio, para denunciarlo a la autoridad romana, que se había reservado para sí misma las sentencias y no admitía el linchamiento popular. Y Jesús debe responder.

Los interlocutores de Jesús están encerrados en los cuellos de botella del legalismo y quieren encerrar al Hijo de Dios en su perspectiva de juicio y condena. Pero Él no vino al mundo para juzgar y condenar, sino para salvar y ofrecer a las personas una vida nueva. ¿Y cómo reacciona Jesús frente a esta prueba? En primer lugar, permanece un poco en silencio, y se inclina para escribir con el dedo en la tierra, casi para recordar que el único Legislador y Juez es Dios que había escrito la Ley en la piedra. Y después dice: «Quien entre ustedes esté libre de pecado, arroje la primera piedra contra ella» (v. 7). De esta manera Jesús apela a la conciencia de esos hombres: se sentían “paladines de la justicia”, pero Él los llama de nuevo a la conciencia de su condición de hombres pecadores, por la cual no pueden arrogarse el derecho de vida o muerte de otro semejante. En ese punto, uno tras otro, empezando por los más ancianos – es decir, los más expertos en sus propias miserias –se fueron todos, renunciando a lapidar a la mujer. Esta escena invita también a cada uno de nosotros a tomar conciencia de que somos pecadores y a dejar caer de nuestras manos las piedras de denigración y condena, de las habladurías, que a veces queremos lanzar contra los demás. Cuando hablamos mal de los demás, tiramos piedras, somos como estos.

Al final quedan sólo Jesús y la mujer, allí en medio: «la miserable y la misericordia», dice San Agustín (In Joh 33.5). Jesús es el único sin culpa, el único que podría arrojar la piedra contra ella, pero no lo hace, porque Dios “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (cf. Ez 33, 11). Y Jesús despide a la mujer con estas palabras estupendas: «Vete y de ahora en adelante no peques más» (v. 11). Y así Jesús abre ante ella un camino nuevo, creado por la misericordia, un camino que requiere su compromiso de no pecar más. Es una invitación que vale para cada uno de nosotros: Jesús cuando nos perdona nos abre siempre un camino nuevo para ir adelante. En este tiempo de Cuaresma estamos llamados a reconocernos pecadores y a pedir perdón a Dios. Y el perdón, a su vez, mientras nos reconcilia y nos da la paz, nos hace comenzar de nuevo una historia renovada. Toda conversión verdadera está dirigida a un futuro nuevo, a una vida nueva, una vida hermosa, una vida liberada del pecado, una vida generosa. No tengamos miedo de pedir perdón a Jesús porque Él nos abre la puerta a esta vida nueva. Que la Virgen María nos ayude a dar testimonio a todos del amor misericordioso de Dios que, en Jesús, nos perdona y hace nueva nuestra existencia, ofreciéndonos siempre nuevas posibilidades.

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