BUSQUEN A JESÚS EN SUS VIDAS: ÁNGELUS DEL 30/12/2018

A la hora del rezo mariano del Ángelus este 30 de diciembre, Fiesta de la Sagrada Familia; el Papa Francisco impartió su habitual reflexión del Evangelio dominical (cf. Lc 2, 41-52) profundizando sobre la experiencia de María, José y Jesús, “unidos por un amor intenso y animados por una gran confianza en Dios”. En la Fiesta de la Sagrada Familia y reflexionando sobre el Evangelio que narra cuando el niño Jesús es hallado por sus padres en el templo, el Santo Padre exhortó a buscar al Hijo de Dios en nuestras vidas con la misma intensidad con la que lo hicieron María y José. El Papa afirmó que la angustia que sintieron la Virgen y San José en los tres días de la pérdida de Jesús, debe ser también nuestra angustia cuando estamos lejos de Él. El Santo Padre concluyó pidiendo oración por las familias del mundo, “especialmente por aquellas en las que, por diversas razones, faltan la paz y la armonía”. Reproducimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia y la liturgia nos invita a reflexionar sobre la experiencia de María, José y Jesús, unidos por un amor inmenso y animados por una gran confianza en Dios. El pasaje del Evangelio de hoy (cf. Lc 2, 41-52) narra el viaje de la familia de Nazaret a Jerusalén, para la fiesta de la Pascua. Pero, en el viaje de regreso, los padres se dan cuenta de que su hijo de doce años no está en la caravana. Después de tres días de búsqueda y temor, lo encuentran en el templo, sentado entre los doctores, intentando debatir con ellos. Al ver al Hijo, María y José se «quedaron asombrados» (v. 48) y la Madre expresó su temor diciendo: «Tu padre y yo, angustiados, te buscábamos» (ibid.).

El asombro – ellos se «quedaron asombrados» – y la angustia – «tu padre y yo, angustiados» – son los dos elementos sobre los que me gustaría llamar su atención: asombro y angustia.

En la familia de Nazaret, no ha faltado nunca el asombro, ni siquiera en un momento dramático como el de la pérdida de Jesús: es la capacidad de asombrarse ante la manifestación gradual del Hijo de Dios. Es el mismo asombro que también afecta a los doctores del templo, admirados «por su inteligencia y sus respuestas» (v.47). Pero ¿qué es el asombro, qué es asombrarse? Asombrarse y maravillarse es lo contrario a dar todo por sentado, es lo contrario de interpretar la realidad que nos rodea y los acontecimientos de la historia sólo según nuestros criterios. Y una persona que hace esto no sabe lo que es la admiración, lo que es el asombro. Asombrarse es abrirse a los demás, comprender las razones de los demás: esta actitud es importante para sanar las relaciones comprometidas entre las personas, y es indispensable también para curar las heridas abiertas en el ámbito familiar. Cuando hay problemas en las familias, damos por sentado que tenemos razón y cerramos la puerta a los demás. En cambio, es necesario pensar: “¿Qué tiene de bueno esta persona?” y maravillarse por eso “bueno”. Y esto ayuda a la unidad en la familia. Si ustedes tienen problemas en la familia, piensen en las cosas buenas que tiene el familiar con quien tienen problemas, y maravíllense de esto. Y esto ayudará a sanar las heridas familiares.

El segundo elemento que me gustaría tomar del Evangelio es la angustia que experimentaron María y José cuando no lograban encontrar a Jesús. Esta angustia manifiesta la centralidad de Jesús en la Sagrada Familia. La Virgen y su esposo habían acogido a ese Hijo, lo custodiaban y lo veían crecer en edad, sabiduría y gracia en medio de ellos, pero sobre todo Él crecía dentro de sus corazones; y, poco a poco, aumentaban su afecto y comprensión por él. Es por esto que la familia de Nazaret es santa: porque estaba centrada en Jesús, a Él se dirigían todas las atenciones y preocupaciones de María y José.

Esa angustia que sintieron en los tres días de la pérdida de Jesús, debería también ser nuestra angustia cuando estamos lejos de Él, cuando estamos lejos de Jesús. Debemos sentir angustia cuando por más de tres días nos olvidamos de Jesús, sin orar, sin leer el Evangelio, sin sentir la necesidad de su presencia y su consoladora amistad. Y muchas veces pasan los días sin que yo recuerde a Jesús. Esto es feo, esto es muy feo. Deberíamos sentir angustia cuando suceden estas cosas. María y José lo buscaron y lo encontraron en el templo mientras enseñaba: también nosotros, es sobretodo en la casa de Dios que podemos encontrar al divino Maestro y acoger su mensaje de salvación. En la celebración eucarística hacemos experiencia viva de Cristo; Él nos habla, nos ofrece su Palabra, ilumina nuestro camino, nos da su Cuerpo en la Eucaristía, del cual obtenemos fuerza para enfrentar las dificultades de cada día.

Y hoy regresemos a casa con estas dos palabras: asombro y angustia. ¿Yo sé asombrarme, cuando veo las cosas buenas de los demás y así resolver los problemas familiares? ¿Yo siento angustia cuando estoy alejado de Jesús?

Oremos por todas las familias del mundo hoy, especialmente por aquellas en las que, por diversas razones, faltan la paz y la armonía. Y los confiamos a la protección de la Sagrada Familia de Nazaret.

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