BUSCAR, ENCONTRAR Y ABRAZAR A JESÚS CON TODO NUESTRO SER: ÁNGELUS DEL 30/07/2023

Al comentar el Evangelio (Mt 13, 44-52) que la liturgia presenta este 30 de julio, XVII Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre invitó a reflexionar sobre los gestos que realiza el “comerciante de perlas finas” al encontrar “una perla de gran valor: primero busca, luego encuentra y finalmente compra”. El Papa Francisco invitó también a hacernos algunas preguntas que pueden ayudarnos en nuestra vida cotidiana; pidiendo a la Virgen María que “nos ayude a buscar, encontrar y abrazar a Jesús con todo nuestro ser”. Compartimos a continuación, el texto de su alocución traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy el Evangelio narra la parábola de un comerciante en busca de perlas preciosas. Éste, dice Jesús, «una vez encontrada una perla de gran valor, va, vende todas sus posesiones y la compra» (Mt 13, 46). Detengámonos un poco en los gestos de este comerciante, que primero busca, luego encuentra y finalmente compra.

Primer gesto: buscar. Se trata de un comerciante emprendedor, que no se queda quieto, sino que sale de casa y se pone a buscar perlas preciosas. No dice: “Me bastan las que tengo”, busca otras más bellas. Y esto es una invitación para nosotros a no cerrarnos en la costumbre, en la mediocridad de los que se conforman, sino a reavivar el deseo, para que el deseo de buscar, de seguir adelante no se extinga; a cultivar sueños de bien, a buscar la novedad del Señor, porque el Señor no es repetitivo, siempre trae novedad, la novedad del Espíritu, siempre hace nuevas las realidades de la vida (cf. Ap 21, 5). Y nosotros debemos tener esta actitud: buscar.

El segundo gesto del comerciante es encontrar. Es una persona prudente, que “tiene ojo” y sabe reconocer una perla de gran valor. Eso no es fácil. Pensemos, por ejemplo, en los fascinantes bazares orientales, donde los puestos, llenos de mercancías, se sitúan a lo largo de las paredes de las calles llenas de gente; o en algunos de los puestos que se ven en muchas ciudades, llenos de libros y objetos diversos. A veces, en estos mercados, si uno se detiene a mirar bien, se pueden descubrir tesoros: cosas valiosas, volúmenes raros que, mezclados con todo lo demás, a primera vista no se notan. Pero el mercader de la parábola tiene un ojo atento y sabe encontrar, sabe “discernir” para encontrar la perla. Esto también es un aprendizaje para nosotros: cada día, en casa, en la calle, en el trabajo, de vacaciones, tenemos la posibilidad de vislumbrar el bien. Y es importante saber encontrar lo que cuenta: entrenarnos para reconocer las gemas preciosas de la vida y distinguirlas de las baratijas. ¡No desperdiciemos el tiempo y la libertad en cosas triviales, pasatiempos que nos dejan vacíos por dentro, mientras la vida nos ofrece cada día la perla preciosa del encuentro con Dios y con los demás! Es necesario saber reconocerla: discernir para encontrarla.

Y el último gesto del comerciante: compra la perla. Al darse cuenta de su inmenso valor, vende todo, sacrifica todos sus bienes para tenerla. Cambia radicalmente el inventario de su almacén; no queda nada más que esa perla: es su única riqueza, el sentido de su presente y de su futuro. Esto también es una invitación para nosotros. Pero ¿qué es esa perla por la que se puede renunciar a todo, esa de la que nos habla el Señor? ¡Esta perla es Él mismo, es el Señor! Buscar al Señor y encontrar al Señor, encontrar al Señor, vivir con el Señor. La perla es Jesús: Él es la perla preciosa de la vida, que hay que buscar, encontrar y hacer propia. Vale la pena invertirlo todo en Él porque, cuando uno encuentra a Cristo, la vida cambia. Si te encuentras con Cristo, te cambia la vida.

Retomemos entonces los tres gestos del mercader – buscar, encontrar, comprar – y hagámonos algunas preguntas. Buscar: ¿yo, en mi vida, estoy en búsqueda? ¿Me siento tranquilo, en la meta, me conformo, o entreno mi deseo de bien? ¿Estoy en “jubilación espiritual”? ¡Cuántos jóvenes están jubilados! Segundo gesto, encontrar: ¿me ejercito en discernir lo que es bueno y viene de Dios, sabiendo renunciar a lo que en cambio me deja poco o nada? Por último, comprar: ¿sé gastarme por Jesús? ¿Él, para mí, está en primer lugar, es el bien más grande de la vida? Sería hermoso decirle hoy: “Jesús, Tú eres mi bien más grande”. Cada uno, en su corazón, diga ahora: “Jesús, Tú eres mi bien más grande”. Que María nos ayude a buscar, encontrar y abrazar a Jesús con todo nuestro ser.

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