LA GRATITUD ES UN DISTINTIVO DEL CRISTIANO: ÁNGELUS DEL 28/06/2020

El verano ya se ha instalado en la ciudad de Roma y el Papa Francisco se dirigió al mediodía de este 28 de junio a varios centenares de personas diseminadas por la amplia Plaza de San Pedro, respetando así la normativa sanitaria para enfrentar el COVID 19. El Papa Francisco, retomando el Evangelio de Mateo de este domingo, afirmó que “Jesús pide a sus discípulos que tomen en serio las exigencias del Evangelio, incluso cuando esto requiere sacrificio y esfuerzo”. De esta afirmación se desprenden tres planteamientos para aquellos que quieren seguirle: situar el amor a Jesús por encima del amor familiar; seguir a Jesús implica cargar con la propia cruz y, la libertad que surge la renuncia a sí mismo, permite experimentar la generosidad y gratitud de Dios. Compartimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este domingo, el Evangelio (cf. Mt 10, 37-42) hace resonar con fuerza la invitación a vivir en plenitud y sin dudas nuestra adhesión al Señor. Jesús pide a sus discípulos tomar en serio las exigencias evangélicas, incluso cuando esto requiere sacrificio y esfuerzo.

La primera petición exigente que Él dirige a quien le sigue es la de poner el amor a Él por encima de los afectos familiares. Dice: «El que ama a su padre o a su madre, […] a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (v. 37). Jesús no pretende ciertamente subestimar el amor a los padres y a los hijos, pero sabe que los lazos de parentesco, si se ponen en primer lugar, pueden desviar del verdadero bien. Lo vemos: algunas corrupciones en los gobiernos, vienen precisamente porque el amor por la parentela es mayor que el amor a la patria, y ponen en cargos a los parientes. Lo mismo con Jesús: cuando el amor [por los familiares] es mayor que [el amor por] Él, no va bien. Todos podríamos dar muchos ejemplos al respecto. Sin hablar de aquellas situaciones en las que los afectos familiares se mezclan con elecciones opuestas al Evangelio. Cuando en cambio el amor a los padres y a los hijos está animado y purificado por el amor del Señor, entonces se hace plenamente fecundo y produce frutos de bien en la familia misma y mucho más allá de ella. En este sentido Jesús dice esta frase. Recordemos también cómo Jesús reprende a los doctores de la ley que privan de lo necesario a sus padres con el pretexto de dárselo al altar, de dárselo a la Iglesia (cf. Mc 7, 8-13). ¡Los reprende! El verdadero amor a Jesús requiere un verdadero amor a los padres, a los hijos, pero si buscamos primero el interés familiar, esto lleva siempre por un camino equivocado.

Después, Jesús dice a sus discípulos: «El que no toma su cruz y no me sigue, no es digno de mí» (v. 38). Se trata de seguirlo por el camino que Él mismo ha recorrido, sin buscar atajos. No hay verdadero amor sin cruz, es decir sin un precio a pagar en persona. Y lo dicen muchas madres, muchos padres que se sacrifican tanto por sus hijos y soportan verdaderos sacrificios, cruces, porque aman. Y si se lleva con Jesús, la cruz no da miedo, porque Él está siempre a nuestro lado para apoyarnos en la hora de la prueba más dura, para darnos fuerza y valor. Tampoco sirve agitarse para preservar la propia vida, con una actitud temerosa y egoísta. Jesús amonesta: «Quien tenga para sí mismo su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí — es decir, por amor, por amor a Jesús, por amor al prójimo, por el servicio a los demás—, la encontrará» (v. 39). Es la paradoja del Evangelio. ¡Pero también de esto tenemos, gracias a Dios, muchísimos ejemplos! Lo vemos en estos días. ¡Cuánta gente, cuánta gente está cargando cruces para ayudar a los demás! Se sacrifica para ayudar a los demás que tienen necesidad en esta pandemia. Pero, siempre con Jesús, se puede hacer. La plenitud de la vida y de la alegría se encuentra entregándose a sí mismo por el Evangelio y por los hermanos, con apertura, acogida y benevolencia.

Actuando así, podemos experimentar la generosidad y la gratitud de Dios. Nos lo recuerda Jesús: «Quien los acoge a ustedes, me acoge a mí […]. Quien dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños […] no perderá la recompensa» (vv. 40; 42). La gratitud generosa de Dios Padre tiene en cuenta hasta el más pequeño gesto de amor y de servicio prestado a los hermanos. En estos días, escuché a un sacerdote que estaba conmovido porque en la parroquia se le acercó un niño y le dijo: “Padre, estos son mis ahorros, es poca cosa, es para sus pobres, para aquellos que hoy lo necesitan por la pandemia”. ¡Pequeña cosa, pero grande! Es una gratitud contagiosa, que ayuda a cada uno de nosotros a tener gratitud hacia cuantos se preocupan por nuestras necesidades. Cuando alguien nos ofrece un servicio, no debemos pensar que todo lo debemos. No, muchos servicios se hacen por gratuidad. Piensen en el voluntariado, que es una de las mejores cosas que tiene la sociedad italiana. Los voluntarios... ¡Y cuántos de ellos han dejado la vida en esta pandemia! Se hace por amor, simplemente por servicio. La gratitud, el reconocimiento, es ante todo una señal de buena educación, pero es también un distintivo del cristiano. Es un signo simple pero genuino del reino de Dios, que es reino de amor gratuito y generoso.

Que María Santísima, que amó a Jesús más que a su propia vida y lo siguió hasta la cruz, nos ayude a ponernos siempre ante Dios con corazón disponible, dejando que su Palabra juzgue nuestros comportamientos y nuestras opciones.

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