ÁNGELUS DEL 14/06/2020: QUE JESÚS EUCARISTÍA HAGA DE NOSOTROS, UNIDAD

Tras celebrar la Santa Misa en la Basílica Vaticana en la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo este 14 de junio, el Papa Francisco se asomó desde la ventana del Palacio Apostólico para encabezar la oración mariana del Ángelus. Antes de la oración, reflexionó sobre esta Solemnidad a partir de la segunda lectura de la liturgia del día, con la que San Pablo describe la celebración eucarística y “hace énfasis en dos efectos del cáliz compartido y el pan partido”: “el efecto místico y el efecto comunitario”. Reproducimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, en Italia y en otras naciones, se celebra la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Domini. En la segunda lectura de la liturgia de hoy, San Pablo revela nuestra fe en este misterio de comunión (cf. 1 Cor 10, 16-17). Subraya en dos efectos del cáliz compartido y el pan partido: el efecto místico y el efecto comunitario.

En primer lugar, el Apóstol afirma: «El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es acaso comunión con el cuerpo de Cristo?» (v. 16). Estas palabras expresan el efecto místico o podemos decir el efecto espiritual de la Eucaristía: esto se refiere a la unión con Cristo, que en el pan y el vino se ofrece para la salvación de todos. Jesús está presente en el Sacramento de la Eucaristía para ser nuestro alimento, para ser asimilado y convertirse en nosotros en esa fuerza renovadora que nos devuelve la energía y devuelve el deseo de retomar el camino después de cada pausa o después de cada caída. Pero esto requiere nuestro asentimiento, nuestra disponibilidad para dejar transformar en nosotros, nuestra forma de pensar y actuar; de lo contrario las celebraciones eucarísticas en las que participamos se reducen a ritos vacíos y formales. Muchas veces se va a misa porque se tiene que ir, como un acto social, respetuoso, pero social. Pero el misterio es otra cosa: es Jesús presente que viene para alimentarnos.

El segundo efecto es el comunitario y lo expresa San Pablo con estas palabras: «Ya que hay un solo pan, somos, aunque muchos, un solo cuerpo» (v. 17). Se trata de la comunión recíproca de cuantos participan en la Eucaristía, hasta el punto de convertirse entre ellos en un solo cuerpo, como único es el pan que se parte y se distribuye. Somos comunidad, alimentados por el cuerpo y la sangre de Cristo. La comunión del cuerpo de Cristo es un signo efectivo de unidad, de comunión, de compartir. No se puede participar en la Eucaristía sin comprometerse a una fraternidad mutua, que sea sincera. Pero el Señor sabe bien que nuestras fuerzas humanas por sí solas no bastan para esto. Es más, sabe que entre sus discípulos existirá siempre la tentación de la rivalidad, de la envidia, del prejuicio, de la división... Todos conocemos estas cosas. También por esto nos ha dejado el Sacramento de su Presencia real, concreta y permanente, de manera que, permaneciendo unidos a Él, podamos recibir siempre el don del amor fraterno. «Permanezcan en mi amor» (Jn 15, 9), dijo Jesús; y es posible gracias a la Eucaristía. Permanecer en la amistad, en el amor.

Este doble fruto de la Eucaristía: el primero, la unión con Cristo y el segundo, la comunión entre cuantos se alimentan de Él, genera y renueva continuamente la comunidad cristiana. Es la Iglesia que hace la Eucaristía, pero es más fundamental que la Eucaristía hace a la Iglesia, y le permite ser su misión, incluso antes de realizarla. Este es el misterio de la comunión, de la Eucaristía: recibir a Jesús para que nos transforme desde adentro y recibir a Jesús para que haga de nosotros la unidad y no la división.

Que la Virgen Santa nos ayude a acoger siempre con asombro y gratitud el gran don que Jesús nos ha dado dejándonos el Sacramento de su Cuerpo y su Sangre.

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