NO VOLVERNOS “HOMBRES Y MUJERES-ESPEJO”: PALABRAS DEL PAPA A LA PONTIFICIA ACADEMIA PARA LA VIDA (25/06/2018)

Al recibir este 25 de junio a una delegación de la Pontificia Academia para la Vida, en vistas de su 24ma. Asamblea General, el Papa invita a pensar en la bioética no a partir de la enfermedad y de la muerte, sino desde la profunda convicción de la irrevocable dignidad de la persona humana. El tema de la vida humana en el contexto del mundo globalizado en el que se vive. A partir de hoy, la Pontificia Academia para la vida reflexionará sobre ello en su Asamblea General que se lleva a cabo en el Aula del Sínodo hasta el próximo miércoles. En su discurso, el Papa Francisco dejándose inspirar por el tema, en la audiencia en el Vaticano ofrece un análisis atento sobre la “calidad ética y espiritual de la vida en todas sus etapas”. Reproducimos a continuación el texto completo de su discurso, traducido del italiano:

Ilustres señoras y señores:

Estoy contento de dirigir mi saludo a todos ustedes, a partir del Presidente, el Arzobispo Vincenzo Paglia, a quien agradezco por haberme presentado a esta Asamblea General, en la que el tema de la vida humana será situado en el amplio contexto del mundo globalizado en el que hoy vivimos. Y también, quiero dirigir un saludo al Cardenal Sgreccia, nonagenario pero entusiasta, joven, en la lucha por la vida. Gracias, Eminencia, por lo que usted ha hecho en este campo y por lo que está haciendo. Gracias.

La sabiduría que debe inspirar nuestra actitud de frente a la “ecología humana” es invitada a considerar la calidad ética y espiritual de la vida en todas sus fases. Existe una vida humana concebida, una vida en gestación, una vida que viene a la luz, una vida infante, una vida adolescente, una vida adulta, una vida envejecida y consumada – y existe la vida eterna. Como también existe la vida humana frágil y enferma, la vida herida, ofendida, envilecida, marginada, descartada. Es siempre vida humana. Es la vida de las personas humanas, que habitan la tierra creada por Dios y comparten la casa común con todas las creaturas vivientes. Ciertamente en los laboratorios de biología se estudia la vida con los instrumentos que permiten explorar los aspectos físicos, químicos y mecánicos. Un estudio importantísimo e imprescindible, pero que esta integrado con una perspectiva más amplia y más profunda, que pide atención a la vida propiamente humana, que irrumpe en la escena del mundo con el prodigio de la palabra y del pensamiento, de los afectos y del espíritu. ¿Qué reconocimiento recibe hoy la sabiduría humana de la vida por las ciencias de la naturaleza? Y, ¿qué cultura política inspira la promoción y la protección de la vida humana real? El trabajo “hermoso” de la vida y la generación de una persona nueva, la educación de sus cualidades espirituales y creativas, la iniciación al amor de la familia y de la comunidad, el cuidado de sus vulnerabilidades y de sus heridas; como también la iniciación a la vida de hijos de Dios en Jesucristo.

Cuando entregamos a los niños a las privaciones, a los pobres al hambre, a los perseguidos a la guerra, a los viejos al abandono, ¿no hacemos nosotros mismos, en cambio, el trabajo “sucio” de la muerte? ¿De dónde viene, de hecho, el trabajo sucio de la muerte? Viene del pecado. El mal busca persuadirnos que la muerte es el fin de todas las cosas, que hemos venido al mundo por casualidad y estamos destinados a terminar en la nada. Excluyendo al otro de nuestro horizonte, la vida se repliega en si misma y se convierte en bien de consumo. Narciso, el personaje de la mitología antigua, que se ama a sí mismo e ignora el bien de los demás, es ingenuo y no se da cuenta. Mientras tanto, sin embargo, difunde un virus espiritual muy contagioso, que nos condena a convertirnos en hombres-espejo y mujeres-espejo, que ven solamente a sí mismos y nunca al otro. Es como convertirse en ciegos a la vida y a su dinámica, en cuanto a don recibido de los demás y que pide ser puesto responsablemente en circulación para los demás.

La visión global de la bioética, que ustedes se aprestan a relanzar en el campo de la ética social y del humanismo planetario, fuerte en inspiración cristiana, se comprometerá con más seriedad y rigor para desactivar la complicidad con el trabajo sucio de la muerte, sostenido por el pecado. Nos podrá así restituir a la razón y a las prácticas de la alianza con la gracia destinada por Dios a la vida de cada uno de nosotros. Esta bioética no se moverá a partir de la enfermedad y de la muerte para decidir el sentido de la vida y definir el valor de la persona. Se moverá preferentemente a partir de la profunda convicción de la irrevocable dignidad de la persona humana, así como Dios la ama, dignidad de toda persona, en todas las fases y condiciones de su existencia, en la búsqueda de las formas del amor y del cuidado que deben dirigirse a su vulnerabilidad y a su fragilidad.

Entonces, en primer lugar, esta bioética global será una específica modalidad para desarrollar la perspectiva de la ecología integral que es propia de la Encíclica Laudato si’, en que insistí sobre estos puntos fuertes: «la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta; la convicción de que todo en el mundo está íntimamente conectado; la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología; la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso; el valor propio de toda criatura; el sentido humano de la ecología; la necesidad de debates sinceros y honestos; la grave responsabilidad de la política internacional y local; la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida» (n. 16).

En segundo lugar, en una visión holística de la persona, se trata de articular con siempre mayor claridad todas las relaciones y las diferencias concretas en que habita la universal condición humana y que nos involucra a partir de nuestro cuerpo. De hecho «nuestro cuerpo nos pone en una relación directa con el ambiente y con los otros seres vivos. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como don del Padre y casa común; en cambio una lógica del dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre lo creado. Aprender a acoger el propio cuerpo, a tener cuidado y respetar sus significados es esencial para una verdadera ecología humana. También apreciar el propio cuerpo en su feminidad o masculinidad es necesario para poder reconocerse a sí mismo en el encuentro con el otro diferente de sí» (Laudato si’, 155).

En necesario entonces proceder en un cuidado discernimiento de las complejas diferencias fundamentales de la vida humana: del hombre y de la mujer, de la paternidad y de la maternidad, de la filiación y de la fraternidad, de la vida social y también de todas las diversas edades de la vida. Como también de todas las condiciones difíciles y de todos los pasajes delicados o peligroso que exigen especial sabiduría ética y valerosa resistencia moral: la sexualidad y la generación de vida, la enfermedad y la vejez, la insuficiencia y la discapacidad, la privación y la exclusión, la violencia y la guerra. «La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque ahí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor por toda persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, en el abandono, en la exclusión, en la trata de personas, en la eutanasia oculta de los enfermos y de los ancianos privados de cuidados, en las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 101).

En los textos y en las enseñanzas de la formación cristiana y eclesiástica, estos temas de la ética de la vida humana deberán encontrar una adecuada colocación en el ámbito de una antropología global, y no estar confinados entre las cuestiones-límite de la moral y del derecho. Una conversión a la actual centralidad de la ecología humana integral, o sea de una comprensión armónica y completa de la condición humana, espero que encuentre en su compromiso intelectual, civil y religioso, un válido sostén y una entonación propositiva.

La bioética global no llama además a la sabiduría de un profundo y objetivo discernimiento del valor de la vida personal y comunitaria, que debe ser custodiado y promovido también en las condiciones más difíciles. Debemos también afirmar con fuerza que, sin el adecuado sostén de una proximidad humana responsable, ninguna regulación puramente jurídica y ningún auxilio técnico podrán, por sí solos, garantizar condiciones y contextos relacionales correspondientes a la dignidad de la persona. La perspectiva de una globalización que, si se deja solamente a su dinámica espontánea, tiende a acrecentar y profundizar las desigualdades, pide una respuesta ética a favor de la justicia. La atención a factores sociales y económicos, culturales y ambientales que determinan la salud cae en este compromiso, y se convierte en modalidad concreta de realizar el derecho de todo pueblo «a la participación, con base en la igualdad y la solidaridad, el disfrute de bienes que están destinados a todos los hombres» (Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 21).

La cultura de la vida, en fin, debe redirigir más seriamente la mirada a las “cuestiones serias” de su destino último. Se trata de resaltar con mayor claridad lo que orienta la existencia del hombre hacia un horizonte que lo sobrepasa: toda persona está gratuitamente llamada «a la comunión con Dios mismo en calidad de hijo y a participar de su misma felicidad. […] La Iglesia enseña que la esperanza escatológica no disminuye la importancia de los compromisos terrenales, sino que da nuevos motivos para apoyar sus actuaciones» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 21). Es necesario interrogarse más a fondo sobre el destino último de la vida, capaz de restituir dignidad y sentido al misterio de sus afectos más profundos y más sagrados. La vida del hombre, hermosa hasta encantar y frágil hasta morir, mira más allá de sí misma: nosotros somos infinitamente más que aquello que podemos hacer por nosotros mismos. La vida del hombre, si embargo, es también increíblemente tenaz, sin duda por una misteriosa gracia que viene de lo alto, en la audacia de su invocación de una justicia y de una victoria definitiva del amor. Y es incluso capaz – esperanza contra toda esperanza – de sacrificarse por ella, hasta el fin. Reconocer y apreciar esta fidelidad y esta dedicación a la vida suscita en nosotros gratitud y responsabilidad, y nos da valor para ofrecer generosamente nuestro saber y nuestra experiencia a toda la comunidad humana. La sabiduría cristiana debe reabrir con pasión y audacia el pensamiento del destino del género humano a la vida de Dios, que prometió abrir al amor de la vida, más allá de la muerte, el horizonte infinito de amorosos cuerpos de luz, ya sin lágrimas. Y de asombrarlo eternamente con el siempre nuevo encanto de todas las cosas “visibles e invisibles” que están ocultas en el vientre del Creador. Gracias.

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