EL AMOR COMO CONSTANTE DE NUESTRA EXISTENCIA: REGINA COELI DEL 06/05/2018

Este 6 de mayo, VI domingo del tiempo Pascual, el Papa Francisco aseguró que “la Palabra de Dios continúa indicándonos estilos de vida coherentes para ser la comunidad del Señor resucitado” y concretamente el Evangelio de hoy, representa “la entrega de Jesús”. Antes de rezar la oración mariana del Regina Coeli, el Papa indicó que debemos vivir “en la corriente del amor de Dios” para que nuestro amor no pierda por la calle su ardor y su audacia e invitó a “recibir con gratitud el amor que viene del Padre” tratando de no separarnos “con el egoísmo y el pecado”, algo que – puntualizó – es un programa “difícil pero no imposible”. Lo primero a tener en cuenta – señaló el Pontífice – es que “el amor de Cristo no es un sentimiento superficial, sino una actitud fundamental del corazón” que se manifiesta en vivir como Él quiere. Y es por ello que el amor se debe realizar “en la vida cotidiana, en las actitudes y en las acciones” o de lo contrario son sólo “palabras, palabras y palabras”. “Eso no es amor” exclamó, el amor es “concreto cada día”. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este tiempo pascual la Palabra de Dios continúa indicándonos estilos de vida coherentes para ser la comunidad del Resucitado. Entre ellos, el Evangelio de hoy presenta el mandato de Jesús: «Permanezcan en mi amor» (Jn 15, 9): permanecer en el amor de Jesús. Habitar en la corriente del amor de Dios, hacerla morada estable, es la condición para que nuestro amor no pierda en el camino su ardor y su audacia. Nosotros también, como Jesús y en Él, debemos acoger con gratitud el amor que viene del Padre y permanecer en este amor, procurando no separarnos con el egoísmo y con el pecado. Es un programa comprometedor pero no imposible.

Ante todo es importante tomar conciencia de que el amor de Cristo no es un sentimiento superficial, no, es una actitud fundamental del corazón, que se manifiesta en vivir como Él quiere. Jesús de hecho afirma: «Si observan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (v. 10). El amor se realiza en la vida de cada día, en las actitudes, en las acciones; de lo contrario, es solo algo ilusorio. Son palabras, palabras, palabras: eso no es el amor. El amor es concreto, cada día. Jesús nos pide observar sus mandamientos, que se resumen en esto: «Que se amen los unos a los otros como yo los he amado» (v. 12).

¿Cómo hacer para que este amor que el Señor Resucitado nos da pueda ser compartido con los demás? Jesús ha indicado muchas veces quién es el otro a quien amar, no con palabras sino con los hechos. Es aquel a quien encuentro en mi camino y que, con su rostro y su historia, me interpela; es aquel quien, con su propia presencia, me impulsa a salir de mis intereses y de mis seguridades; es aquel que espera mi disponibilidad para escuchar y a hacer un trecho del camino, juntos. Disponibilidad hacia cada hermano y hermana, sea quien sea y cualquiera que sea la situación en que se encuentra, empezando por el que está cerca en mi familia, en la comunidad, en el trabajo, en la escuela… De esta manera, si permanezco unido a Jesús, su amor puede alcanzar al otro y atraerlo hacia sí, hacia su amistad.

Y este amor por los demás no puede reservarse a momentos excepcionales, sino que debe convertirse en la constante de nuestra existencia. Es por eso que estamos llamados, por ejemplo, a proteger a los ancianos como un tesoro precioso y con amor, incluso si crean problemas económicos e inconvenientes, debemos protegerlos. Es por eso que a los enfermos, incluso en la última etapa, debemos darles toda la asistencia posible. Esta es la razón por la que los niños por nacer siempre deben ser acogidos; por eso, en definitiva, la vida siempre debe ser protegida y amada desde la concepción hasta su declive natural. Y esto es amor.

Nosotros somos amados por Dios en Jesucristo, quien nos pide amarnos como Él nos ama. Pero esto no podemos hacerlo si no tenemos su mismo corazón en nosotros. La Eucaristía, a la que estamos llamados a participar cada domingo, tiene la finalidad de formar en nosotros el Corazón de Cristo, de modo que toda nuestra vida sea guiada por sus actitudes generosas. Que la Virgen María nos ayude a permanecer en el amor de Jesús y crecer en el amor hacia todos, especialmente los más débiles, para corresponder plenamente a nuestra vocación cristiana.

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