CATEQUESIS DEL PAPA: LA CONFIRMACIÓN ROBUSTECE LA GRACIA BAUTISMAL (23/05/2018)

Este 23 de mayo que siguió a la Solemnidad de Pentecostés, el Papa Francisco reflexionó, en la catequesis que impartió durante la Audiencia General, sobre el testimonio que el Espíritu suscita en los bautizados, centrándose en el sacramento de la Confirmación. El Santo Padre partió de la gran misión que Jesús confió a sus discípulos, “ser la sal de la tierra y la luz del mundo”. Se trata de dos imágenes que según el Papa, “hacen pensar a nuestro comportamiento”, porque “tanto la carencia, como el exceso de sal, hacen repugnante el alimento”, y también “la falta o el exceso de luz, impiden ver”. Por otra parte, explicó que el Sacramento de la Confirmación se llama de este modo “porque confirma el bautismo y robustece la gracia bautismal”. Reproducimos a continuación, el texto completo de su catequesis:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de las catequesis sobre el Bautismo, estos días que siguen a la solemnidad de Pentecostés nos invitan a reflexionar sobre el testimonio que el Espíritu suscita en los bautizados, poniendo en movimiento su vida, abriéndola al bien de los demás. Jesús confió a sus discípulos una gran misión: «Ustedes son la sal de la tierra, ustedes son la luz del mundo» (Mt 5, 13-16). Estas son imágenes que hacen pensar en nuestro comportamiento, porque tanto la carencia como el exceso de sal vuelven repugnante el alimento, así como la falta o el exceso de luz impiden ver. El que puede de verdad convertirnos en sal que da sabor y preserva de la corrupción, y luz que ilumina el mundo, ¡es solamente el Espíritu de Cristo! Y este es el don que recibimos en el Sacramento de la Confirmación o Crismación, sobre el que deseo detenerme a reflexionar con ustedes. Se llama “Confirmación” porque confirma el Bautismo y refuerza su gracia (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1289); así como “Crismación”, por el hecho de que recibimos el Espíritu mediante la unción con el “crisma” – aceite mezclado con perfume consagrado por el Obispo – un término que se refiere a “Cristo”, el Ungido de Espíritu Santo.

Renacer a la vida divina en el Bautismo es el primer paso; entonces es necesario comportarse como hijos de Dios, o sea conformarse al Cristo que obra en la Santa Iglesia, dejándose involucrar en su misión en el mundo. Para esto provee la unción del Espíritu Santo: «Sin cuya fuerza, nada es el hombre» (cf. Secuencia de Pentecostés). Sin la fuerza del Espíritu Santo no podemos hacer nada: es el Espíritu el que nos da la fuerza para ir adelante. Como toda la vida de Jesús fue animada por el Espíritu, así también la vida de la Iglesia y de cada uno de sus miembros está bajo la guía del mismo Espíritu.

Concebido por la Virgen por obra del Espíritu Santo, Jesús emprende su misión después de que, salido del agua del Jordán, es consagrado por el Espíritu que desciende y permanece sobre Él (cf Mc 1, 10; Jn 1, 32). Él lo declara explícitamente en la sinagoga de Nazaret: ¡Es hermoso como se presenta Jesús, cuál es el carnet de identidad de Jesús en la sinagoga de Nazaret! Escuchemos cómo lo hace: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por esto me ha consagrado con la unción y me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4, 18). Jesús se presenta en la sinagoga de su pueblo como el Ungido, Aquel que ha sido ungido por el Espíritu.

Jesús está lleno de Espíritu Santo y es la fuente del Espíritu prometido por el Padre (Jn 15, 26; Lc 24, 39; Hch 1, 8; 2, 33). En realidad, la noche de Pascua el Resucitado sopló sobre los discípulos diciéndoles: «Reciban el Espíritu Santo» (Jn 20, 22); y en el día de Pentecostés, la fuerza del Espíritu desciende sobre los Apóstoles de forma extraordinaria (cf. Hch 2, 1-4), como sabemos.

El “Respiro” del Cristo resucitado llena de vida los pulmones de la Iglesia; y en efecto, las bocas de los discípulos, «llenos del Espíritu Santo», se abren para proclamar a todos las grandes obras de Dios (cf. Hch 2, 1-11).

Pentecostés – que celebramos el domingo pasado – es para la Iglesia lo que para Cristo fue la unción del Espíritu recibida en el Jordán, o sea, Pentecostés es el impulso misionero para consumir la vida por la santificación de los hombres, para gloria de Dios. Si en cada sacramento obra el Espíritu, de manera especial es en la Confirmación que «los fieles reciben como don el Espíritu Santo» (Pablo VI, Const. ap., Divinae consortium naturae). Y en el momento de hacer la unción, el Obispo dice estas palabras: «Recibe el Espíritu Santo que te ha sido dado como don»: es el gran don de Dios, el Espíritu Santo. Y todos nosotros tenemos al Espíritu dentro. El Espíritu está en nuestro corazón, en nuestra alma. Y el Espíritu nos guía en la vida para que nos convirtamos en sal justa y luz justa para los hombres.

Si en el Bautismo es el Espíritu Santo quien nos sumerge en Cristo, en la Confirmación es Cristo quien nos colma de su Espíritu, consagrándonos como sus testigos, partícipes del mismo principio de vida y de misión, según el designio del Padre celestial. El testimonio dado por los confirmados manifiesta la recepción del Espíritu Santo y la docilidad a su inspiración creativa. Yo me pregunto: ¿Cómo se ve que hemos recibido el Don del Espíritu? Si realizamos las obras del Espíritu, si pronunciamos palabras enseñadas por el Espíritu (cf. 1 Cor 2, 13). El testimonio cristiano consiste en hacer sólo y todo aquello que el Espíritu de Cristo nos pide, concediéndonos la fuerza para completarlo.

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