CATEQUESIS DEL PAPA: EL BAUTISMO, SELLO IMBORRABLE (09/05/2018)

“La fuente bautismal es el lugar en el que se hace Pascua con Cristo”: para ahondar en la explicación del sacramento del Bautismo, en la catequesis de este 9 de mayo el Pontífice visualizó este lugar sagrado, lugar donde “se entierra al hombre viejo para que renazca una creatura nueva”, y recordó para ello la explicación de san Cirilo de Jerusalén a los nuevos bautizados: “En el mismo momento habéis muerto y habéis nacido, y aquella agua llegó a ser para vosotros sepulcro y madre” (n 20, Mistagógica 2, 4-6: Pág. 33, 1079-1082). El Santo Padre remarcó la importancia de las imágenes de la tumba y del seno materno, de san Cirilo, referidas a la fuente bautismal, para explicar la grandiosidad de lo que sucede a través de simples gestos en el Bautismo. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La catequesis sobre el sacramento del Bautismo nos lleva a hablar hoy del lavacro santo acompañado de la invocación a la Santísima Trinidad, o sea el rito central, que, propiamente “bautiza” – es decir, sumerge – en el misterio pascual de Cristo (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1239). San Pablo recuerda a los cristianos de Roma el significado de este gesto, preguntando en primer lugar: «¿No saben que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?», y luego respondiendo: «Por medio del Bautismo hemos sido sepultados junto a Él en la muerte a fin de que, como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también nosotros podamos caminar en una vida nueva» (Rom 6, 3-4). El Bautismo nos abre la puerta a una vida de resurrección, no a una vida mundana. Una vida según Jesús.

¡La fuente bautismal es el lugar donde se hace Pascua con Cristo! El hombre viejo es sepultado, con sus pasiones engañosas (cf. Ef 4, 22), para que renazca una nueva criatura; verdaderamente las cosas viejas han pasado y han nacido otras nuevas (cf. 2 Cor 5, 17). En las “Catequesis” atribuidas a San Cirilo de Jerusalén se explica así a los recién bautizados lo que les ha sucedido en el agua del bautismo. Es hermosa esta explicación de San Cirilo: «En el mismo instante nacen y mueren, y la misma onda de salud se convierte para ustedes en sepulcro y madre» (n. 20, Mistagógica 2, 4-6: PG 33, 1079–1082). El renacimiento del hombre nuevo exige que se reduzca al polvo el hombre corrompido por el pecado. Las imágenes de la tumba y del seno referidas a la fuente, son de hecho muy incisivas para expresar cuan grande es lo que sucede a través de los sencillos gestos del Bautismo. Me gusta citar la inscripción que se encuentra en el antiguo Baptisterio de Letrán, en que se lee, en latín, esta frase atribuida al Papa Sixto III: «La Madre Iglesia da a luz virginalmente mediante el agua a los hijos que concibe por el soplo de Dios. Cuántos han renacido de esta fuente, esperen el reino de los cielos». [1] Es bello: la Iglesia que nos hace nacer, la Iglesia que es vientre, es madre nuestra por medio del Bautismo.

Si nuestros padres nos han generado a la vida terrena, la Iglesia nos ha regenerado a la vida eterna en el Bautismo. Nos hemos convertido en hijos en su Hijo Jesús (cf Rom 8, 15, Gal 4, 5-7). También sobre cada uno de nosotros, renacidos del agua y del Espíritu Santo, el Padre Celestial hace resonar con amor infinito su voz que dice: «Tú eres mi hijo amado» (Mt 3, 17). Esta voz paterna, imperceptible para el oído pero bien audible desde el corazón de aquellos que creen, nos acompaña a lo largo de la vida, sin abandonarnos nunca. Durante toda la vida el Padre nos dice: “Tú eres mi hijo amado; tu eres mi hija amada”. Dios nos ama tanto, como un Padre, y no nos deja solos. Esto desde el momento del Bautismo. ¡Renacidos hijos de Dios, lo somos por siempre! El Bautismo de hecho no se repite, porque imprime un sello espiritual indeleble: «Este sello no es borrado por ningún pecado, si bien el pecado impida al Bautismo traer frutos de salvación» (CIC, 1272). ¡El sello del Bautismo no se pierde nunca! “Padre, pero si una persona se vuelve un malhechor, de los más famosos, que mata gente, que hace injusticias, ¿el sello no se borra?”. No. Para vergüenza suya, el hijo de Dios que es ese hombre hace estas cosas, pero el sello no se borra. Y sigue siendo hijo de Dios, que va contra Dios pero Dios nunca reniega de sus hijos. ¿Entendieron esto último? Dios nunca reniega de sus hijos. ¿Lo repetimos todos juntos? “Dios nunca reniega de sus hijos”. Un poco más fuerte, que yo soy sordo o no lo he entendido: [lo repiten más fuerte] “Dios nunca reniega de sus hijos”. Eso, así está bien.

Incorporados a Cristo por medio del Bautismo, los bautizados son entonces conformados a Él, «el primogénito de muchos hermanos» (Rom 8, 29). Mediante la acción del Espíritu Santo, el Bautismo purifica, santifica, justifica, para formar en Cristo, de muchos, un solo cuerpo (cf 1 Cor 6, 11; 12, 13). Lo expresa la unción crismal «que es signo del sacerdocio real de los bautizados y de su agregación a la comunidad del pueblo de Dios» (Rito del Bautismo de Niños, Introducción, n. 18, 3). Por tanto, el sacerdote unge con el santo crisma la cabeza de todo bautizado, después de pronunciar estas palabras que explican el significado: «Dios mismo los consagra con el crisma de salvación, para que insertados en Cristo, sacerdote, rey y profeta, sean siempre miembros de su cuerpo para la vida eterna» (ibíd., 71).

Hermanos y hermanas, la vocación cristiana está toda aquí: vivir unidos a Cristo en la santa Iglesia, partícipes de la misma consagración para llevar a cabo la misma misión, en este mundo, dando frutos que duren para siempre. Animado por el único Espíritu, de hecho, todo el Pueblo de Dios participa de las funciones de Jesucristo, “Sacerdote, Rey y Profeta”, y tiene las responsabilidades de misión y servicio que se derivan de ellas (cf. CIC, 783-786). ¿Qué significa participar en el sacerdocio real y profético de Cristo? Significa hacer de sí mismo una oferta agradable a Dios (cf. Rm 12, 1), dando testimonio a través de una vida de fe y de caridad (cf. Lumen Gentium, 12), poniéndola al servicio de los demás, siguiendo el ejemplo del Señor Jesús (cf Mt 20, 25-28; Jn 13, 13-17). Gracias.

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