CATEQUESIS DEL PAPA (22/05/2019): EN LA ORACIÓN, PEDIR POR LOS MÁS VULNERABLES

El Santo Padre concluyó este 22 de mayo el ciclo de sus catequesis dedicado al “Padre Nuestro”. Podemos decir, dijo, que la oración cristiana nace de la audacia de llamar a Dios con el nombre de “Padre”. No se trata de una fórmula, sino de una intimidad filial en la que somos introducidos por gracia: Jesús es el revelador del Padre y nos da familiaridad con Él. Esta oración, dijo el Papa, no es una fórmula para repetir mecánicamente. Porque, añadió, al igual que con cualquier oración vocal, es a través de la Palabra de Dios que el Espíritu Santo enseña a los hijos de Dios a orar a su Padre. Jesús mismo usó diferentes expresiones para orar al Padre. Si leemos los Evangelios cuidadosamente, descubrimos que estas expresiones de oración que emergen en los labios de Jesús recuerdan el texto del “Padre Nuestro”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy concluimos el ciclo de catequesis sobre el “Padre Nuestro”. Podemos decir que la oración cristiana nace de la audacia de llamar a Dios con el nombre de “Padre”. Esta es la raíz de la oración cristiana: llamar “Padre” a Dios. ¡Hace falta valor! No se trata tanto de una fórmula, sino de una intimidad filial en la que somos introducidos por gracia: Jesús es el revelador del Padre y nos da la familiaridad con Él. «No nos deja una fórmula para repetirla mecánicamente. Como para toda oración vocal, es a través de la Palabra de Dios que el Espíritu Santo enseña a los hijos de Dios a orar a su Padre» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2766). Jesús mismo usó diferentes expresiones para orar al Padre. Si leemos con atención los Evangelios, descubrimos que estas expresiones de oración que afloran en los labios de Jesús recuerdan el texto del “Padre Nuestro”.

Por ejemplo, en la noche de Getsemaní, Jesús ora de esta manera: «¡Abbà, Padre! Todo es posible para ti: ¡aleja de mí este cáliz! Pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú» (Mc 14, 36). Ya hemos recordado este texto del Evangelio de Marcos. ¿Cómo no reconocer en esta oración, por muy breve que sea, un rastro del “Padre Nuestro”? En medio de las tinieblas, Jesús invoca a Dios con el nombre de “Abbà”, con confianza filial y, aunque sienta temor y angustia, pide que se cumpla su voluntad.

En otros pasajes del Evangelio Jesús insiste con sus discípulos, para que cultiven un espíritu de oración. La oración debe ser insistente, y sobre todo debe incluir el recuerdo de los hermanos, especialmente cuando vivimos relaciones difíciles con ellos. Dice Jesús: «Cuando se pongan a orar, si tienen algo contra alguno, perdonen, para que también su Padre que está en los cielos perdone sus culpas» (Mc 11, 25). ¿Cómo no reconocer en estas expresiones la resonancia con el “Padre Nuestro”? Y los ejemplos podrían ser numerosos, también para nosotros.

En los escritos de San Pablo no encontramos el texto del “Padre Nuestro”, pero su presencia emerge en esa síntesis estupenda donde la invocación del cristiano se condensa en una sola palabra: “¡Abbà!” (cf. Rom 8, 15; Gal 4 , 6).

En el Evangelio de Lucas, Jesús satisface plenamente la petición de los discípulos que, al verlo a menudo apartarse y sumergirse en oración, un día se deciden pedirle: «Señor, enséñanos a orar, como también Juan – el Bautista – enseñó a sus discípulos» (11, 1). Y entonces el Maestro les enseñó la oración al Padre.

Considerando en conjunto el Nuevo Testamento, se ve claramente que el primer protagonista de toda oración cristiana es el Espíritu Santo. No olvidemos esto: el protagonista de toda oración cristiana es el Espíritu Santo. Nosotros no podríamos nunca orar sin la fuerza del Espíritu Santo. Es Él quien ora en nosotros y nos mueve a orar bien. Podemos pedir al Espíritu Santo que nos enseñe a orar, porque Él es el protagonista, el que hace la verdadera oración en nosotros. Él sopla en el corazón de cada uno de nosotros, que somos discípulos de Jesús. El Espíritu nos hace capaces de orar como hijos de Dios, como realmente somos por el Bautismo. El Espíritu nos hace capaces de orar en el “surco” que Jesús excavó para nosotros. Este es el misterio de la oración cristiana: por gracia somos atraídos a ese diálogo de amor de la Santísima Trinidad.

Jesús oraba así. Alguna vez usó expresiones que seguramente están muy lejos del texto del “Padre Nuestro”. Pensemos en las palabras iniciales del Salmo 22, que Jesús pronuncia en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46). ¿Puede el Padre celestial abandonar a su Hijo? No, ciertamente. Y sin embargo, el amor por nosotros, pecadores, llevó a Jesús a este punto: hasta experimentar el abandono de Dios, su lejanía, porque tomó sobre sí todos nuestros pecados. Pero incluso en el grito angustiado, permanece el «Dios mío, Dios mío». En ese “mío” está el núcleo de la relación con el Padre, está el núcleo de la fe y de la oración.

He aquí por qué, a partir de este núcleo, un cristiano puede orar en toda situación. Puede asumir todas las oraciones de la Biblia, de los Salmos especialmente; pero puede orar también con muchas expresiones que en milenios de historia han brotado del corazón de los hombres. Y al Padre nunca dejemos de contarle de nuestros hermanos y hermanas en la humanidad, para que ninguno de ellos, los pobres especialmente, permanezca sin un consuelo y una porción de amor.

Al final de esta catequesis, podemos repetir esa oración de Jesús: «Te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los doctos y se las has revelado a los pequeños» (Lc 10, 21). Para orar debemos hacernos pequeños, para que el Espíritu Santo venga a nosotros y sea Él quien nos guíe en la oración.

Comentarios