PERMANECER FIRMES EN EL SEÑOR: ÁNGELUS DEL 13/11/2016

"Permanecer firmes en el Señor, caminar en la esperanza, trabajar para construir un mundo mejor, no obstante las dificultades y los acontecimientos tristes que marcan la existencia personal y colectiva, es lo que verdaderamente cuenta": fue la afirmación del Papa Francisco a la hora del Ángelus de este domingo 13 de noviembre. Ante una plaza de san Pedro repleta de peregrinos llegados de diversos países del mundo, el Pontífice basó su reflexión en el pasaje evangélico de Lucas en el que Jesús hablando a sus discípulos sobre los últimos tiempos, frente al templo de Jerusalén, les advierte sobre la condición efímera de las construcciones humanas y que no hay que poner en ellas nuestra seguridad. Compartimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El pasaje del Evangelio de hoy (Lc 21, 5-19) contiene la primera parte del discurso de Jesús sobre los últimos tiempos, en la redacción de San Lucas. Jesús lo pronuncia mientras se encuentra de frente al templo de Jerusalén y se inspira en las expresiones de admiración de la gente por la belleza del santuario y de sus decoraciones (cfr v. 5). Entonces Jesús dice: "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido" (v. 6).¡Podemos imaginar el efecto de estas palabras sobre los discípulos de Jesús! Pero Él no quiere ofender el templo, sino hacerles entender a ellos y también a nosotros hoy que las construcciones humanas, aun las más sagradas, son pasajeras y no hay que poner en ellas nuestra seguridad. ¡Cuántas presuntas certezas en nuestra vida pensábamos que eran definitivas y después se revelaron efímeras! Por otro lado, ¡cuántos problemas nos parecían sin salida y luego se superaron!

Jesús sabe que existe siempre quien especula sobre la necesidad humana de seguridades. Por eso dice: "Tengan cuidado, no se dejen engañar" (v. 8), y pone en guardia de tantos falsos mesías que se presentarían (v. 9). ¡También hoy existen! Y agrega que no hay que dejarse aterrorizar y desorientar por guerras, revoluciones y calamidades, porque también éstas forman parte de la realidad de este mundo (cfr. vv. 10-11). La historia de la Iglesia es rica de ejemplos de personas que han soportado tribulaciones y sufrimientos terribles con serenidad, porque tenían la conciencia de estar seguramente en las manos de Dios. Él es un Padre fiel, es un Padre premuroso, que no abandona a sus hijos. ¡Dios no nos abandona nunca! Esta certeza tenemos que tenerla en el corazón: ¡Dios no nos abandona nunca!

Permanecer firmes en el Señor, en esta certeza que Él no nos abandona, caminar en la esperanza, trabajar para construir un mundo mejor, no obstante las dificultades y los acontecimientos tristes que marcan la existencia personal y colectiva, es lo que verdaderamente cuenta; es lo que la comunidad cristiana está llamada a hacer para ir al encuentro del "día del Señor". Precisamente en esta perspectiva queremos colocar el compromiso que nace de estos meses en los cuales hemos vivido con fe el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que hoy se concluye en las Diócesis de todo el mundo con el cierre de las Puertas Santas en las iglesias catedrales. El Año Santo nos ha solicitado, por una parte, a tener fija la mirada hacia el cumplimiento del Reino de Dios, y por otra, a construir el futuro sobre esta tierra, trabajando para evangelizar el presente, para hacerlo un tiempo de salvación para todos.

Jesús en el Evangelio nos exhorta a tener bien firme en la mente y en el corazón la certeza que Dios conduce nuestra historia y conoce el fin último de las cosas y de los eventos. Bajo la mirada misericordiosa del Señor se devana la historia en su fluir incierto y en su entrecruce de bien y de mal. Pero todo aquello que sucede está conservado en Él; nuestra vida no se puede perder porque está en sus manos. Recemos a la Virgen María para que nos ayude a través de los acontecimientos felices y tristes de este mundo, a mantener firme la esperanza de la eternidad y del Reino de Dios. Recemos a la Virgen María, para que nos ayude a entender en profundidad esta verdad: ¡Dios nunca abandona a sus hijos!

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