LA MEMORIA HISTÓRICA CREA PUENTES PARA LA SOLUCIÓN PACÍFICA DE CONFLICTOS: PALABRAS DEL PAPA AL PONTIFICIO COMITÉ PARA LAS CIENCIAS HISTÓRICAS (28/05/2022)

El Papa Francisco, la mañana de este 28 de mayo, al recibir a los miembros del Pontificio Comité para las Ciencias Históricas, que en estos días realizan su Sesión Plenaria, comparó el estudio de la historia con la ingeniería de puentes, por su capacidad de crear relaciones y soluciones pacíficas en situaciones de conflicto. Lo hizo al lamentar que a causa de la situación en Europa del Este algunos participantes habituales de la Academia Rusa de Ciencias de Moscú e historiadores del Patriarcado Ortodoxo de Moscú no han podido participar. Reproducimos a continuación, el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos miembros del Pontificio Comité de Ciencias Históricas:

Estoy contento de darles la bienvenida en ocasión de su sesión plenaria. Agradezco al Presidente, el padre Ardura, por sus corteses palabras y saludo a cada uno de ustedes, agradecido por su generoso servicio a la Santa Sede. Es una valiosa contribución también por el modo en que lo realizan: dialogando y colaborando con los historiadores y con las instituciones académicas, que desean estudiar no solamente la historia de la Iglesia, sino más ampliamente la historia de la humanidad en su relación con el cristianismo a lo largo de dos milenios.

Hace cien años, el 6 de febrero de 1922, Pío XI, Papa bibliotecario y diplomático, dio a la Iglesia y a la sociedad civil una orientación decisiva a través de un signo ciertamente sorprendente para la época. Inmediatamente después de la elección, el Papa Ratti quiso inaugurar su pontificado saliendo a la logia externa de la Basílica Vaticana, en lugar de a la interna, como habían hecho sus tres predecesores. Dicen qué se tardaron casi 40 minutos para abrir esa ventana, que el tiempo había oxidado porque ya no se utilizaba. Con ese gesto Pío XI nos invitaba a enfrentarnos con el mundo y a ponernos a la escucha y al servicio de la sociedad de nuestro tiempo.

La adhesión a la realidad firmemente documentada Sigue siendo indispensable para el historiador, sin fugas idealistas hacia un pasado que se supone consolador. El historiador del cristianismo debería estar atento a captar la riqueza de las distintas realidades en las que, a través de los siglos, el Evangelio se ha encarnado y sigue encarnándose, regalando obras maestras que revelan la acción fecunda del Espíritu Santo en la historia. La historia de la Iglesia es lugar de encuentro y de confrontación en que se desarrolla el diálogo entre Dios y la humanidad; y a ella está predispuesto quien abe unir el pensamiento a lo concreto. Viene a la mente el gran historiador Cesare Baronio: Al frente de la campana de la chimenea dejó este escrito: Baronius coquus perpetuus. Estudioso de admirable doctrina y hombre de gran virtud, continúa considerándose el cocinero de la comunidad, el encargo que en su juventud le había sido confiado por San Felipe Neri. No por casualidad ilustres personajes, que se acercaban a él para recibir su consejo, lo encontraban con delantal de trabajo, ocupado en lavar las ollas (cf. A. Capecelatro, Vida de San Felipe Neri, Nápoles 1879, vol. I, p. 416). Entonces, teoría y práctica –unidas – conducen a la verdad.

Su Comité, deseado por el Venerable Pío XII para estar al servicio del Papa, de la Santa Sede y las Iglesias locales, está ciertamente obligado a promover el estudio de la historia, indispensable para el laboratorio de la paz, como vía de diálogo y búsqueda de soluciones concretas y pacíficas para resolver desacuerdos, y para conocer más a fondo a las personas y las sociedades. Deseo que los historiadores contribuyan con sus investigaciones, con sus análisis de las dinámicas que marcan los acontecimientos humanos al valiente inicio de procesos de discusión sobre lo concreto de la historia de los pueblos y los Estados.

La actual situación en Europa oriental no nos permite, por el momento, encontrarnos con algunos de sus interlocutores habituales en el ámbito de los congresos que, por décadas, los ven colaborar ya sea con la Academia Rusa de las Ciencias de Moscú, o con los historiadores del Patriarcado Ortodoxo de Moscú. Pero estoy seguro que sabrán encontrar las ocasiones justas para retomar e intensificar este trabajo común, que será una valiosa contribución dirigida a favorecer la paz.

Si la historia está a menudo impregnada por eventos bélicos, por conflictos, el estudio de la historia me hace pensar en la ingeniería de puentes, que hace posibles relaciones fructíferas entre las personas, entre creyentes y no creyentes, entre cristianos de distintas confesiones. Su experiencia es rica en enseñanzas. La necesitamos, porque es portadora de la memoria histórica necesaria para captar la puesta en juego de hacer historia de la Iglesia y de la humanidad: la de ofrecer una apertura hacia la reconciliación de los hermanos, la curación de las heridas, la reintegración de los enemigos de ayer en el concierto de las naciones, como supieron hacer, después de la Segunda Guerra Mundial, los padres fundadores de la Europa unida.

Actualmente, su Comité consta de miembros provenientes de 14 países y tres continentes. Me alegro que esta diversidad exprese una dinámica multicultural, internacional y multidisciplinaria. Su participación, en el próximo mes de agosto, en el XXIII Congreso del Comité Internacional de Ciencias Históricas en Poznan, con una mesa redonda sobre el tema “La Santa Sede y las revoluciones de los siglos XIX y XX”, será una oportunidad más para realizar la misión que les es encomendada, como servicio a la búsqueda de la verdad a través de la metodología propia de las ciencias históricas.

Su programa de congresos y editorial, sus estudios históricos e historiográficos, y, para la mayor parte de ustedes, la enseñanza universitaria, constituyen el campo de actividades en que desempeñan su trabajo. Los animó a llevarlo avante, Incluso en el ámbito y con la metodología que les competen, siempre abiertos al horizonte de la historia de la salvación. Este horizonte es como la atmósfera en que los acontecimientos humanos, por así decirlo, “respiran”, se iluminan, revelando un sentido más amplio: el que viene de Cristo,«que es Señor de su Iglesia y Señor de la historia del hombre debido al misterio de la Redención» (Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 4 de marzo 1979, 22).

A ustedes y a sus seres queridos imparto de corazón mi bendición. Y les pido, por favor, orar por mí. Gracias.

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