CATEQUESIS DEL PAPA: ORAR ES HABLAR CON DIOS PADRE DESDE EL CORAZÓN (02/01/2019)

En su primera catequesis de 2019, este 2 de enero, el Santo Padre retomó las enseñanzas sobre el Padre Nuestro, iluminadas por el misterio de la Navidad que acabamos de celebrar y lo hizo con la ayuda del Evangelio de Mateo que sitúa el texto de esta oración en un punto estratégico y significativo, en el centro del discurso de la montaña. Es aquí, afirmó el Pontífice, donde “Jesús condensa los aspectos fundamentales de su mensaje. El comienzo es como un arco decorado festivamente: las Bienaventuranzas. Jesús corona con alegría una serie de categorías de personas que en su tiempo – ¡pero también en el nuestro! – no eran muy apreciados. Bienaventurados los pobres, los mansos, los misericordiosos, los humildes de corazón... Es la revolución del Evangelio. Todos los que son capaces de amar, los pacificadores que hasta entonces habían quedado al margen de la historia, son los constructores del Reino de Dios”. Reproducimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y también feliz año!

Continuamos nuestras catequesis sobre el “Padre Nuestro”, iluminadas por el misterio de la Navidad que celebramos hace poco.

El Evangelio de Mateo coloca el texto del “Padre Nuestro” en un punto estratégico, al centro del discurso de la montaña (cfr. 6, 9-13). En tanto, observemos la escena: Jesús sale a la colina junto al lago, se sienta; alrededor suyo está el círculo de sus discípulos más íntimos, y después un gran multitud de rostros anónimos. Es esta asamblea heterogénea la que recibe por primera vez la entrega del “Padre Nuestro”.

La ubicación, como dije, es muy significativa; porque en esta larga enseñanza, que está bajo el nombre de “el discurso de la montaña” (cfr. Mt 5, 1-7,27), Jesús condensa los aspectos fundamentales de su mensaje. El inicio es como un arco decorado para una fiesta: las Bienaventuranzas. Jesús corona de felicidad una serie de categorías de personas que en su tiempo – ¡pero también en el nuestro! – no eran muy consideradas. Bienaventurados los pobres, los mansos, los misericordiosos, las personas humildes de corazón… Esta es la revolución del Evangelio. Donde está el Evangelio, hay revolución. El Evangelio no deja quieto, nos impulsa: es revolucionario. Todas las personas capaces de amar, los que trabajan por la paz que hasta ahora habían acabado a los márgenes de la historia, son en cambio los constructores del Reino de Dios. Es como si Jesús dijera: ¡adelante ustedes que traen en el corazón el misterio de un Dios que ha revelado su omnipotencia en el amor y en el perdón!

Desde este portal de entrada, que invierte los valores de la historia, florece la novedad del Evangelio. La Ley no debe ser abolida sino que necesita de una nueva interpretación, que la conduzca de nuevo a su sentido original. Si una persona tiene el corazón bueno, predispuesto al amor, entonces comprende que toda palabra de Dios debe ser encarnada hasta sus últimas consecuencias. El amor no tiene límites: se puede amar al propio cónyuge, al propio amigo e incluso al propio enemigo con una perspectiva del todo nueva. Dice Jesús: «Pero yo les digo: amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en los cielos; Él hace surgir su sol sobre malos y sobre buenos, y hace llover sobre justos y sobre los injustos» (Mt 5, 44-45).

He aquí el gran secreto que está en la base de todo el discurso de la montaña: sean hijos de su Padre que está en los cielos. Aparentemente estos capítulos del Evangelio de Mateo parecen ser un discurso moral, parecen evocar una ética tan exigente que parece impracticable, y en cambio descubrimos que son sobretodo un discurso teológico. El cristiano no es uno que se empeña en ser más bueno que los demás: sabe que es pecador como todos. El cristiano simplemente es el hombre que se detiene frente a la nueva Zarza Ardiente, a la revelación de un Dios que no lleva el enigma de un nombre impronunciable, sino que pide a sus hijos invocarlo con el nombre de “Padre”, que se dejen renovar por su poder y reflejar un rayo de su bondad por este mundo tan sediento de bien, tan deseoso de bellas noticias.

He aquí entonces como Jesús introduce la enseñanza de la oración del “Padre Nuestro”. Lo hace tomando distancia de dos grupos de su tiempo. Ante todo de los hipócritas: «No sean como los hipócritas que, en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, aman orar de pie, para que la gente los vea» (Mt 6, 5). Hay gente que es capaz de tejer oraciones ateas, sin Dios: y lo hacen para ser admirados por los hombres. Y cuántas veces no vemos el escándalo de esas personas que van a la iglesia y están todo el día o van todos los días y después viven odiando a los demás o hablando mal de la gente. ¡Esto es un escándalo! Mejor no ir a la iglesia: viven así, como si fueran ateos. Pero si tú vas a la iglesia, vive como hijo, como hermano y da un verdadero testimonio, no un contra-testimonio. La oración cristiana, en cambio, no tiene más testigo creíble que la propia conciencia, donde se entrelaza, intensísimo, un continuo diálogo con el Padre: «Cuando hagas oración, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto» (Mt 6, 6).

Después Jesús toma distancia de la oración de los paganos: «No desperdicies palabras […]: ellos creen que serán escuchados a fuerza de palabras» (Mt 6, 7). Aquí quizá Jesús alude a esa “captatio benevolentiae” que era la necesaria premisa de muchas oraciones antiguas: la divinidad debía ser apaciguada de cualquier forma por una larga serie de alabanzas, además de oraciones. Pensemos en aquella escena del Monte Carmelo, cuando el profeta Elías desafió a los sacerdotes de Baal. Ellos gritaban, bailaban, pedían muchas cosas para que su dios los escuchara. En cambio Elías, estaba callado y el Señor se reveló a Elías. Los paganos piensan que hablando, hablando, hablando, hablando se hace oración. Y también yo piensa en tantos cristianos que creen que orar es – perdónenme – “hablar a Dios como un papagayo”. ¡No! Orar se hace desde el corazón, desde dentro. Tú en cambio – dice Jesús –, cuando hagas oración, dirígete a Dios como un hijo a su padre, quien sabe qué cosas necesita antes que se las pida (cfr. Mt 6, 8). Podría ser también una oración silenciosa, el “Padre Nuestro”: basta finalmente ponerse bajo la mirada de Dios, acordarse de su amor de Padre, y esto es suficiente para ser escuchados.

¡Es hermoso pensar que nuestro Dios no necesita sacrificios para conquistar su favor! No necesita nada, nuestro Dios: en la oración pide sólo que tengamos abierto un canal de comunicación con Él para descubrirnos siempre como sus hijos amadísimos. Y Él nos ama mucho.

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