CATEQUESIS DEL PAPA: EN TODO CORAZÓN EXISTE LA SED DE DIOS (11/03/2020)

En su catequesis de este 11 de marzo, transmitida desde la Biblioteca del Palacio Vaticano debido a las medidas tomadas por la epidemia de coronavirus, el Santo Padre continuó con el recorrido de este luminoso camino de la felicidad que el Señor nos ha entregado en las Bienaventuranzas. “Hemos ya encontrado la pobreza de espíritu y el llanto – mencionó el Pontífice – ahora nos confrontamos con otro tipo de debilidad, aquella relacionada con el hambre y la sed. Hambre y sed son necesidades primarias, se refieren a la sobrevivencia”. Esto hay que subrayarlo, dijo el Papa, aquí no se trata de un deseo genérico, sino de una necesidad vital, de una exigencia cotidiana, como es la alimentación. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

En la audiencia de hoy continuamos meditando sobre el luminoso camino de la felicidad que el Señor nos ha entregado en las Bienaventuranzas, y llegamos a la cuarta: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados» (Mt 5, 6).

Ya hemos encontrado la pobreza en el espíritu y el llanto; ahora nos enfrentamos con un tipo más de debilidad, la relacionada con el hambre y la sed. Hambre y sed son necesidades primarias, se relacionan con la supervivencia. Hay que subrayarlo: aquí no se trata de un deseo genérico, sino de una exigencia vital y cotidiana, como es la alimentación.

Pero, ¿qué significa tener hambre y sed de justicia? No estamos ciertamente hablando de aquellos que quieren venganza, al contrario, en la bienaventuranza anterior hablamos de mansedumbre. Ciertamente las injusticias hieren a la humanidad; la sociedad humana tiene urgencia de equidad, de verdad y de justicia social; recordemos que el mal sufrido por las mujeres y los hombres del mundo llega hasta el corazón de Dios Padre. ¿Qué padre no sufriría por el dolor de sus hijos?

Las Escrituras hablan del dolor de los pobres y de los oprimidos que Dios conoce y comparte. Por haber escuchado el grito de opresión elevado por los hijos de Israel – como relata el Libro del Éxodo (cf. 3, 7-10) – Dios ha bajado a liberar a su pueblo. Pero el hambre y la sed de justicia de la que nos habla el Señor es aún más profunda que la legítima necesidad de justicia humana que todo hombre lleva en su corazón.

En el mismo “Sermón de la Montaña”, un poco más adelante, Jesús habla de una justicia más grande que el derecho humano o la perfección personal, diciendo: «Si su justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos» (Mt 5, 20). Y esta es la justicia que viene de Dios (cf. 1 Cor 1, 30).

En las Escrituras encontramos expresada una sed más profunda que la física, que es un deseo colocado en la raíz de nuestro ser. Un Salmo dice: «Oh Dios, tú eres mi Dios, a la aurora te busco, de ti tiene sed mi alma, a ti anhela mi carne, como tierra desierta, árida, sin agua» (Sal 63, 2). Los Padres de la Iglesia hablan de esta inquietud que habita en el corazón del hombre. San Agustín dice: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón no encuentra paz hasta que reposa en ti» [1]. Hay una sed interior, un hambre interior, una inquietud…

En todo corazón, incluso en la persona más corrupta y alejada del bien, está escondido un anhelo por la luz, aunque se encuentre bajo escombros de engaños y errores, pero siempre hay una sed de verdad y del bien, que es la sed de Dios. Es el Espíritu Santo quien suscita esta sed: Él es el agua viva que ha moldeado nuestro polvo, Él es el soplo creador que le dio vida.

Por eso la Iglesia es enviada a anunciar a todos la Palabra de Dios, impregnada de Espíritu Santo. Porque el Evangelio de Jesucristo es la mayor justicia que se puede ofrecer al corazón de la humanidad, que tiene una necesidad vital de ella, aunque no se dé cuenta.[2]

Por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan tienen la intención de hacer algo grande y hermoso, y si conservan viva esta sed encontrarán siempre el camino para avanzar, en medio de los problemas, con la ayuda de la Gracia. ¡También los jóvenes tienen esta hambre, y no deben perderla! Es necesario proteger y alimentar en el corazón de los niños ese deseo de amor, de ternura, de acogida que expresan en sus impulsos sinceros y luminosos.

Toda persona está llamada a redescubrir lo que realmente importa, lo que realmente necesita, lo que hace vivir bien y, al mismo tiempo, lo que es secundario y de lo que puede tranquilamente prescindir.
Jesús anuncia en esta bienaventuranza – hambre y sed de justicia – que hay una sed que no será defraudada; una sed que, si se entrega, será saciada y llegará siempre a buen fin, porque corresponde al corazón mismo de Dios, a su Santo Espíritu que es amor, y también a la semilla que el Espíritu Santo ha sembrado en nuestros corazones. Que el Señor nos dé esta gracia: de tener esta sed de justicia que es precisamente el deseo de encontrarlo, de ver a Dios y de hacer el bien a los demás.

[1] Las Confesiones, 1,1.5.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, 2017: «La gracia del Espíritu Santo nos confiere la justicia de Dios., Uniéndonos por medio de la fe y el Bautismo a la Pasión y a la Resurrección de Cristo, el Espíritu nos hace partícipes de su vida».

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