LA MISERICORDIA ES MÁS GRANDE QUE EL PREJUICIO: ÁNGELUS DEL 23/03/2014

La mujer samaritana fue a buscar agua del pozo y encontró en Jesús el agua viva de la misericordia; encontró lo que buscaba desde siempre, y volvió a los que la juzgaban y rechazaban para anunciarles que había encontrado uno que le ha cambiado la vida. Esta es parte de la reflexión que este domingo el Papa Francisco compartió con miles de fieles, previo al rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro. Compartimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy nos presenta el encuentro de Jesús con la mujer Samaritana, sucedido en Sicar, junto a un antiguo pozo donde la mujer iba cada día, para sacar agua. Aquel día se encontró a Jesús, sentado, “fatigado por el viaje” (Jn 4, 6). Él inmediatamente le dice, “dame de beber” (v 7). De este modo supera las barreras de hostilidad, que existían entre judíos y samaritanos y rompe los esquemas del prejuicio frente a las mujeres. La simple petición de Jesús es el inicio de un diálogo sincero, mediante el cual Él, con gran delicadeza, entra en el mundo interior de una persona a la cual, según los esquemas sociales, no tendría ni siquiera que haberle dirigido la palabra. Pero Jesús lo hace. Jesús no tiene miedo. Jesús cuando ve una persona va adelante porque ama, nos ama a todos, no pasa de largo jamás ante una persona por prejuicios. Jesús pone a la Samaritana frente a su realidad, no juzgándola sino haciéndola sentir considerada, reconocida, y suscitando así en ella el deseo de ir más allá de la rutina cotidiana.

La de Jesús era una sed no tanto de agua, sino de encontrar un alma sedienta. Jesús tenía necesidad de encontrar a la samaritana para abrirle el corazón: le pide de beber para poner en evidencia la sed que había en ella misma. La mujer queda tocada por este encuentro: dirige a Jesús aquellas preguntas profundas que todos tenemos dentro, pero que muchas veces ignoramos.

Queridos hermanos y hermanas, ¡también nosotros tenemos tantas preguntas para hacer, pero no encontramos el coraje de dirigirlas a Jesús! La Cuaresma es el tiempo oportuno para mirarse dentro, para hacer surgir nuestros deseos espirituales más verdaderos y pedir la ayuda del Señor en la oración. El ejemplo de la Samaritana nos invita a expresarnos así: “Jesús dame de esa agua así no tendré más sed”.

El Evangelio dice que los discípulos quedaron maravillados de que su maestro hablara con esa mujer. Pero el Señor es más grande que los prejuicios, por eso no tiene temor de detenerse con la Samaritana: la misericordia es más grande que el prejuicio. La misericordia es más grande que el prejuicio, esto tenemos que aprenderlo bien. La misericordia es más grande que el prejuicio y Jesús es tan misericordioso, tanto. El resultado de aquel encuentro junto al pozo fue que la mujer fue transformada: “dejó su cántaro” (v 28) y corre a la ciudad a contar su experiencia extraordinaria. He encontrado un hombre que me ha dicho todas la cosas que yo he hecho, quizás es el Mesías. ¡Estaba entusiasmada! Había ido a buscar agua del pozo, y ha encontrado otra agua, el agua viva de la misericordia que salta hasta la vida eterna. ¡Ha encontrado el agua que buscaba desde siempre!, corre al pueblo, aquel pueblo que la juzgaba y la rechazaba, y anuncia que ha encontrado al Mesías: uno que le ha cambiado la vida. Porque cada encuentro con Jesús, nos cambia la vida, siempre un paso más adelante, un paso más cerca de Dios. Y así cada encuentro con Jesús nos cambia la vida. Siempre. ¡Siempre es así!

En este Evangelio encontramos también nosotros el estímulo para “dejar nuestro cántaro”, símbolo de todo lo que aparentemente es importante, pero que pierde valor frente al “amor de Dios”. Todos tenemos uno, todos tenemos uno o más de uno eh? Yo les pregunto a ustedes, también a mí: cuál es tu cántaro interior, aquel que te pesa, aquel que te aleja de Dios? Dejémoslo un poco a un lado y con el corazón escuchemos la voz de Jesús que nos ofrece otra agua, otra agua que nos acerca al Señor.

Estamos llamados a redescubrir la importancia y el sentido de nuestra vida cristiana, iniciada en el bautismo y como la Samaritana, ha dar testimonio a nuestros hermanos de la alegría del encuentro con Jesús; testimoniar la alegría del encuentro. Cada encuentro con Jesús nos cambia la vida. También cada encuentro con Jesús nos llena de gozo, aquel gozo interior que nos viene. Y así el Señor hace estas cosas maravillosas. El Señor sabe actuar en nuestro corazón cuando nosotros somos valientes y dejamos a un lado nuestro cántaro.

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