¡NUESTRA ALEGRÍA ES CRISTO!: ÁNGELUS DEL 15/12/2013

En el llamado “Domingo de la Alegría” y antes de bendecir las imágenes del Niño Jesús que las familias pondrán en el Pesebre el 25 de diciembre, el Obispo de Roma, ante la inmensa multitud de peregrinos que vinieron a rezar con él la oración del Ángelus en la plaza de San Pedro explicó que, como una madre, la Iglesia nos anima a proseguir con confianza el camino espiritual para poder celebrar con renovado júbilo la fiesta de la Navidad. A continuación, compartimos el texto completo de su alocución, previa al rezo del Ángelus, traducida del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Hoy es el tercer domingo de Adviento, llamado también "domingo Gaudete", esto es domingo de la alegría. En la liturgia resuena varias veces la invitación a gozarse, a alegrarse. ¿Por qué?, porque el Señor está cerca. ¡La Navidad está cerca! El mensaje cristiano se llama "evangelio", es decir "buena noticia", un anuncio de alegría para todo el pueblo; ¡la Iglesia no es un refugio para gente triste, la Iglesia es la casa de la alegría! Y aquellos que están tristes, encuentran en ella, la alegría. Encuentran en ella la verdadera alegría.

Pero la del Evangelio no es una alegría cualquiera. Encuentra su razón en el saberse acogidos y amados por Dios. Como nos recuerda hoy, el profeta Isaías (cf. 35,1-6ª. 8a.10), Dios es aquel que viene a salvarnos y presta socorro especialmente a los heridos de corazón. Su venida entre nosotros nos robustece, nos da firmeza, nos dona coraje, hace exultar y florecer el desierto y la estepa, es decir, nuestra vida cuando se vuelve árida. ¿Y cuándo se hace árida nuestra vida? Cuando está sin el agua de la Palabra de Dios y de su Espíritu de amor. Por grandes que puedan ser nuestros límites y nuestra confusión, no se nos permite ser débiles y vacilantes ante las dificultades y ante nuestras propias debilidades.

Por el contrario, somos invitados a robustecer nuestras manos, a hacer firmes nuestras rodillas, a tener coraje y a no temer, porque nuestro Dios nos muestra siempre la grandeza de su misericordia. Él nos da la fuerza para ir adelante. Él está siempre con nosotros para ayudarnos a ir adelante. ¡Es un Dios que nos desea tanto bien, nos ama, y por eso está con nosotros, para ayudarnos, para fortalecernos, e ir adelante! ¡Coraje, siempre adelante!

Gracias a su ayuda, siempre podemos empezar de nuevo. ¿Cómo comenzar de nuevo? Alguno me puede decir: “No padre, yo he hecho tanto, soy un gran pecador, soy una gran pecadora, yo no puedo comenzar de nuevo”. ¡Te equivocas! ¡Tú puedes comenzar de nuevo! ¿Por qué? ¡Porque Él te espera! ¡Él está cerca de ti! ¡Él te ama! ¡Él es misericordioso! ¡Él te perdona! ¡Él te da la fuerza de comenzar de nuevo! ¡A todos! Podemos volver a abrir los ojos, superar la tristeza y el llanto, y entonar un canto nuevo.

Y esta alegría verdadera permanece siempre también en la prueba, incluso en el sufrimiento, porque no es una alegría superficial, sino que llega a lo más profundo de la persona que se encomienda a Dios y confía en Él.

La alegría cristiana, como la esperanza, tiene su fundamento en la fidelidad de Dios, en la certeza de que Él mantiene siempre sus promesas. El profeta Isaías exhorta a aquellos que han perdido el camino y se encuentran en la desesperación, a confiar en la fidelidad del Señor porque su salvación no tardará en irrumpir en sus vidas. Cuantos han encontrado a Jesús, a lo largo del camino, experimentan en el corazón una serenidad y un gozo, de la que nada ni nadie puede privarlos.

¡Nuestra alegría es Jesucristo, su amor fiel e inagotable! Por lo tanto, cuando un cristiano se vuelve triste, quiere decir que se ha alejado de Jesús. ¡Pero entonces no hay que dejarlo solo! Tenemos que rezar por él y hacerle sentir la calidez de la comunidad.

Que la Virgen María nos ayude a acelerar nuestros pasos hacia Belén para encontrar al Niño que ha nacido para nosotros, para la salvación y la alegría de todos los hombres. A Ella, el Ángel le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28). Ella nos obtenga vivir la alegría del Evangelio en las familias, en el trabajo, en las parroquias y en todos los ambientes. ¡Una alegría íntima, hecha de maravilla y ternura. La misma que siente una mamá cuando mira a su niño recién nacido y siente que es un don de Dios, un milagro que sólo puede agradecer!

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