HAGAN PRESENTE EL MUNDO EN LA IGLESIA: CARTA DEL PAPA A LOS INSTITUTOS SECULARES (02/02/2022)

Hace 75 años, el 2 de febrero de 1947, Pío XII publicó la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, en la que reconocía a los Institutos Seculares como una nueva forma de consagración oficial en la Iglesia. Hoy, en una Carta dirigida a la Sra. Jolanta Szpilarewicz, Presidente de la Conferencia Mundial de Institutos Seculares, el Papa Francisco relanza la laicidad santa” de sus miembros, perfila sus tareas y anuncia que clausurará personalmente los trabajos de su próxima Asamblea. Transcribimos a continuación, el texto de la Carta, traducido del italiano:

Se celebra hoy el 75º aniversario de la publicación de la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, en la que mi predecesor Pío XII reconocía la forma de testimonio que, sobre todo a partir de las primeras décadas del siglo pasado, se iba difundiendo entre laicos católicos particularmente comprometidos.

Un año después, el 12 marzo de 1948, con el Motu proprio Primo feliciter el mismo Pontífice agregaba una clave interpretativa importante: con respecto a Provida Mater, que los señalaba simplemente como “Institutos”, el Motu proprio agregaba que la identidad específica de su carisma proviene de la secularidad, definida como «razón de ser» de los Institutos mismos (Primo feliciter, 5). Se confería así plena legitimación a esta forma vocacional de consagración en el tiempo. Como tuve la oportunidad de decirles hace cinco años, sigo pensando que ese documento fue «en cierto sentido revolucionario» (Mensaje a los participantes en la Conferencia Italiana de los Institutos Seculares, 23 de octubre 2017).

Querida Hermana, desde Provida Mater parece que han pasado más de 75 años, si miramos a los cambios ocurridos en la Iglesia y al desarrollo de muchos movimientos eclesiales y comunidades con carismas similares al suyo. Ahora sé que están preparando con gran compromiso la próxima Asamblea, que se realizará en agosto y a la cual, Si Dios quiere, iré con gusto para concluir los trabajos. Pero quisiera ya desde ahora agradecerles por su servicio y por su testimonio. Deseo invitarles, especialmente en los próximos meses, a invocar de manera particular al Espíritu Santo para que renueve en cada miembro de los Institutos Seculares la fuerza creativa y profética que ha hecho un don tan grande a la Iglesia antes y después del Concilio Vaticano II.

Un gran desafío se refiere a la relación entre secularidad y consagración, aspectos que están llamados a mantener juntos. Con motivo de su consagración es fácil de hecho asimilarse como religiosos, pero quisiera que su profecía inicial, en particular el carácter bautismal que implica a los Institutos Seculares laicales, los caracterice. Estén animados, queridos miembros de los Institutos Seculares laicales, por el deseo de vivir una “laicidad santa”, porque ustedes son una institución laical. Son uno de los carismas más antiguos y la Iglesia siempre necesitará de ustedes. Pero su consagración no debe ser confundida con la vida religiosa. Es el Bautismo el que constituye la primera y más radical forma de consagración.

En el griego eclesial antiguo, era común llamar “santos” a los fieles bautizados. Ya sea el término griego hagios o el latino sanctus se refieren no tanto a aquél que es “bueno” en sí mismo, sino a “aquél que pertenece a Dios”. Es en este sentido que San Pablo habla de los cristianos de Corinto como hagioi, no obstante sus desórdenes y luchas, para indicar no cualquier forma humana de perfección, sino la pertenencia a Cristo. Ahora, con el Bautismo le pertenecemos a Él. Estamos fundados en una comunión atemporal con Dios y entre nosotros. Esta unión irreversible es la raíz de toda santidad, y es también la fuerza para separarnos por nuestra parte de la mundanidad. Es entonces el Bautismo la fuente de toda forma de consagración.

Por otra parte, los votos son el sello de su compromiso por el Reino. Y es precisamente esta dedicación indivisible al Reino la que les permite revelar la vocación original al mundo, su estar al servicio del camino de santificación del hombre. Lo específico del carisma de los Institutos Seculares los llama a ser radicales y al mismo tiempo libres y creativos para acoger del Espíritu Santo la forma más oportuna de vivir el testimonio cristiano. ¡Sean Institutos, pero nunca se institucionalicen!

La secularidad, su rasgo distintivo, indica un preciso modo evangélico de estar presentes en la Iglesia y en el mundo: como semilla, levadura. A veces es usada la palabra “anónimos” para referirse a los miembros de los Institutos Seculares. Prefiero decir que están ocultos al interior de las realidades, precisamente como la semilla en la tierra y la levadura en la masa. Y de una semilla o de la levadura no se puede decir que son anónimos. La semilla es premisa de vida, la levadura es ingrediente esencial para que el pan sea fragante. Los invito entonces a profundizar el sentido y la forma de su presencia en el mundo y a renovar en su consagración la belleza y el deseo de participar en la transfiguración de la realidad.

Hay un paso nuevo que cumplir. Originalmente han elegido “salir de las sacristías” para llevar a Jesús en el mundo. Hoy el movimiento de salida debe completarse con un compromiso a hacer presente al mundo (¡no a la mundanidad!) en la Iglesia. Muchas cuestiones existenciales han llegado tarde a los escritorios de los Obispos y los teólogos. Ustedes han vivido anticipadamente numerosos cambios. Pero su experiencia no ha enriquecido aún suficientemente a la Iglesia. El movimiento de profecía que los interpela hoy es el siguiente paso al que los vio nacer. Esto no quiere decir volver a la sacristía, sino ser “antenas receptoras, que transmiten mensajes”. Con gusto lo repito: «sean como antenas listas a captar los gemidos de novedad suscitados por el Espíritu Santo, que puedan ayudar a la comunidad eclesial a asumir esta mirada de bien y a buscar caminos nuevos y valientes para llegar a todos» (Discurso a la Conferencia Italiana de los Institutos Seculares, 10 de mayo 2014).

En la Encíclica Fratelli tutti recordé que la degradación social y ecológica en que se encuentra el mundo de hoy (cf. Cap. I) es también consecuencia de una forma impropia de vivir la religiosidad (cf. Cap. II). Es lo que subraya el Señor a través de la parábola del Buen Samaritano, en la que no denuncia la maldad de los ladrones y del mundo, sino una cierta mentalidad religiosa auto-referencial y cerrada, desencarnada e indiferente. Pienso en ustedes como un antídoto a esto. La secularidad consagrada es signo profético que exhorta a revelar con la vida más que con las palabras el amor del Padre, a mostrarlo cotidianamente por las calles del mundo. Hoy no es tanto el tiempo de los discursos persuasivos y convincentes; es sobre todo el tiempo del testimonio porque, mientras la apología divide, la belleza de la vida atrae. ¡Sean testigos que atraen!

La secularidad consagrada está llamada a traducir en práctica las imágenes evangélicas de la levadura y la sal. Sean levadura de verdad, de bondad y de belleza, haciendo fermentar la comunión con los hermanos y hermanas que están al lado, porque sólo con la fraternidad se vence el virus del individualismo (cf. Fratelli tutti, 105). Y sean sal que da sabor, porque sin sabor, deseo y asombro la vida permanece insípida y las iniciativas se quedan estériles. Les ayudará hacer memoria de qué tanto la proximidad y la cercanía han sido los caminos de su credibilidad, y de cómo el profesionalismo les ha conferido “autoridad evangélica” en los ambientes laborales.

Querida Hermana, han recibido el don de profecía que “anticipó” al Concilio Vaticano II, que acogió la riqueza de su experiencia. San Pablo VI dijo: «sean un ala avanzada de la Iglesia en el mundo» (Discurso al Congreso Internacional de dirigentes de los Institutos Seculares, 20 septiembre 1972). Les pido hoy renovar este espíritu de anticipación del camino de la Iglesia, ser centinelas que miran a lo Alto y hacia delante, con la Palabra de Dios en el corazón y el amor por los hermanos y hermanas en las manos. Estén en el mundo para dar testimonio de que es amado y bendecido por Dios. Sean consagrados para el mundo, que espera su testimonio para tener acceso a una libertad que da alegría, que alimenta la esperanza, que prepara el futuro. Por eso les agradezco y de corazón les bendigo, pidiéndoles que sigan orando por mí.

Roma, San Juan de Letrán, 2 de febrero 2022

FRANCISCO

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