EL SÍNODO, UNA BUENA VENDIMIA QUE PROMETE BUEN VINO: ÁNGELUS DEL 28/10/2018

El estilo sinodal no tiene como objetivo principal la redacción de un documento, si bien precioso y útil. Sí porque más que el documento es importante que se difunda un modo de ser y trabajar juntos, jóvenes y ancianos, en la escucha y en el discernimiento, para llegar a elecciones pastorales que respondan a la realidad. A la hora del Ángelus de este 28 de octubre, el Papa Francisco se dirigió a los miles de fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro en un día típicamente otoñal de lluvia para escuchar su comentario al Evangelio, rezar por sus intenciones de Pastor de la Iglesia Universal y recibir su Bendición Apostólica. Al saludar a los presentes en la Plaza, el Papa se refirió a la Asamblea del Sínodo de los Obispos dedicada a los jóvenes y explicó a los fieles cómo fue el trabajo del Sínodo: Sobre cómo caminar a través de muchos desafíos, como el mundo digital, el fenómeno de la migración, el sentido del cuerpo y de la sexualidad, el drama de la guerra y la violencia. Compartimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

¡Buenos días! No parece tan bueno, ¿no? [llueve y hay viento]

Esta mañana, en la Basílica de San Pedro, celebramos la Misa de clausura de la Asamblea del Sínodo de los Obispos dedicada a los jóvenes. La Primera Lectura del profeta Jeremías (31,7-9), fue particularmente adecuada para este momento, porque es una palabra de esperanza que Dios da a su pueblo. Una palabra de consuelo, basada en el hecho de que Dios es padre para su pueblo, lo ama y lo cuida como a un hijo (cfr v. 9); le abre un horizonte de futuro, un camino viable, transitable, por el cual podrán caminar incluso «los ciegos, los cojos, la embarazada y la mujer que da a luz» (v. 8), es decir, las personas en dificultad. Porque la esperanza de Dios no es un espejismo, como en ciertos anuncios publicitarios en los que todos son sanos y bellos, sino que es una promesa para la gente real, con méritos y defectos, potencialidades y fragilidades, como todos nosotros: la esperanza de Dios es una promesa para la gente como nosotros.

Esta Palabra de Dios expresa bien la experiencia que hemos vivido en las semanas del Sínodo: ha sido un tiempo de consuelo y de esperanza. Lo fue ante todo como momento de escucha: escuchar de hecho requiere tiempo, atención, apertura de la mente y del corazón. Pero este compromiso se transformaba cada día en consuelo, sobre todo porque teníamos en medio de nosotros la presencia viva y estimulante de los jóvenes, con sus historias y contribuciones. A través de los testimonios de los Padres sinodales, la realidad multiforme de las nuevas generaciones ha entrado en el Sínodo, por así decirlo, desde todas las partes: desde todos los continentes y desde muchas distintas situaciones humanas y sociales.

Con esta actitud fundamental de escucha hemos tratado de leer la realidad, de captar los signos de estos nuestros tiempos. Un discernimiento comunitario, hecho a la luz de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo. Este es uno de los dones más hermosos que el Señor hace a la Iglesia Católica, es decir el de reunir voces y rostros de las realidades más variadas y así poder intentar una interpretación que tenga en cuenta la riqueza y complejidad de los fenómenos, siempre a la luz del Evangelio. Así, estos días, nos hemos enfrentado con cómo caminar juntos a través de muchos desafíos, como el mundo digital, el fenómeno de las migraciones, el sentido del cuerpo y de la sexualidad, el drama de la guerra y la violencia.

Los frutos de este trabajo ya están “fermentando”, como lo hace el jugo de la uva en las barricas después de la vendimia. El Sínodo de los jóvenes fue una buena vendimia y promete un buen vino. Pero quisiera decir que el primer fruto de esta Asamblea sinodal debería estar precisamente en el ejemplo de un método que se ha intentado seguir, desde la fase preparatoria. Un estilo sinodal que no tiene como objetivo principal la redacción de un documento, que también es valioso y útil. Más allá que el documento, sin embargo, es importante que se difunda una forma de ser y trabajar juntos, jóvenes y ancianos, en la escucha y en el discernimiento, para llegar a opciones pastorales que respondan a la realidad.

Invocamos por esto la intercesión de la Virgen María. A ella, que es la Madre de la Iglesia, confiamos el agradecimiento a Dios por el don de esta Asamblea Sinodal. Que ella nos ayude ahora a llevar adelante lo que hemos experimentado, sin miedo, en la vida ordinaria de las comunidades. Que el Espíritu Santo haga crecer, con su sabia imaginación, los frutos de nuestro trabajo, para continuar caminando juntos con los jóvenes del mundo entero.

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