MARÍA NOS TRAE LA GRACIA QUE ES JESÚS: ÁNGELUS DEL 15/08/2017

Puntualmente a mediodía del 15 de agosto, y ante la presencia de miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco explicó en la Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, que el Evangelio nos presenta a la joven de Nazaret que, tras recibir el anuncio del Ángel, parte de prisa para estar cerca de Isabel en los últimos meses de su prodigioso embarazo. El Santo Padre afirmó que el don más grande que María lleva a su prima, y a todos nosotros, es Jesús, que ya vive en Ella, no sólo por la fe y por la espera, sino porque Cristo tomó la carne humana de la Virgen para su misión de salvación. Después de aludir al clima de alegría que se vivió en ese entonces en la casa de Isabel y de su marido Zacarías, en espera del niño que llegaría a ser Juan Bautista, el precursor del Mesías; el Obispo de Roma se refirió a la alegría plena que se expresa con la voz de María en la estupenda oración del Magníficat. A continuación, compartimos el texto completo de su alocución, traducido del italiano.

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Hoy, Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, el Evangelio nos presenta a la joven de Nazaret que, habiendo recibido el anuncio del Evangelio, parte con prisa para estar cerca de Isabel, en los últimos meses de su prodigiosa gravidez. Llegando con ella, María captura de su boca las palabras que han entrado a formar parte de la oración del Ave María: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42). En efecto, el don más grande que María lleva a Isabel - y al mundo entero - es Jesús, que ya vive en ella; y vive no sólo por la fe y por la espera, como en tantas mujeres del Antiguo Testamento: de la Virgen, Jesús ha tomado carne humana, para su misión de salvación.

En la casa de Isabel y de su marido Zacarías, donde primero reinaba la tristeza por la falta de hijos, ahora está la alegría de un niño por venir: un niño que se convertirá en el gran Juan el Bautista, precursor del Mesías. Y cuando llega María, la alegría rompe y se desborda de los corazones, porque la presencia invisible pero real de Jesús llena todo de sentido: la vida, la familia, la salvación del pueblo… ¡Todo! Esta alegría plena se expresa en la voz de María en la oración estupenda que el Evangelio de Lucas nos ha transmitido y que, de la primera palabra en latín, se llama Magnificat. Es un canto de alabanza a Dios que hace cosas grandes a través de personas humildes, desconocidas para el mundo, como María misma, como su esposo José, y como el lugar donde viven, Nazaret. Las grandes cosas que Dios ha hecho con las personas humildes, las grandes cosas que el Señor hace en el mundo con los humildes, porque la humildad es como un vacío que deja un lugar a Dios. El humilde es poderoso porque es humilde: no porque es fuerte. Y esta es la grandeza del humilde y de la humildad. Quisiera preguntarles - y también a mi mismo - pero no respondan en voz alta, cada uno responda en el corazón: “¿Cómo está mi humildad?”

El Magnificat canta al Dios misericordioso y fiel, que cumple su designio de salvación con los pequeños y los pobres, con los que tienen fe en Él, que confían en su Palabra, como María. De ahí la exclamación de Isabel: “Bienaventurada tú que has creído” (Lc 1, 45). En esa casa, la venida de Jesús a través de María ha creado no sólo un clima de alegría y de comunión fraterna, sino también un clima de fe que lleva a la esperanza, a la oración, a la alabanza. Todo esto nos gustaría que ocurriera también hoy en nuestras casas. Celebrando a María Santísima asunta al Cielo, quisiéramos que Ella, una vez más, trajera a nosotros, a nuestras familias, a nuestras comunidades, ese don inmenso, esa gracia única que debemos siempre pedir primero y más allá de todas las otras gracias que también son importantes: ¡la gracia que es Jesucristo!

Llevando a Jesús, la Virgen trae también a nosotros una alegría nueva, llena de significado; nos trae una nueva capacidad de atravesar con fe los momentos más dolorosos y difíciles; nos trae la capacidad de misericordia, para perdonarnos, comprendernos, sostenernos los unos a los otros. María es modelo de virtud y de fe. Al contemplarla hoy asunta al Cielo, al cumplimiento final de su itinerario terrenal, le agradecemos porque siempre nos precede en el peregrinaje de la vida y de la fe - es la primera discípula. Y le pedimos que nos custodie y nos sostenga; que podamos tener una fe fuerte, alegre y misericordiosa; que nos ayude a ser santos, para encontrarnos con ella, un día, en el Paraíso.

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